por Patricia Abarca (Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias expresivas)
La capacidad de perdonar es una de las fortalezas que poseemos debido a los efectos positivos que tiene dicha experiencia sobre el bienestar psicológico y emocional de las personas. Para ello, sin embargo, es importante darse cuenta de cómo experimentamos ese proceso interno que se siente desde que nos hacen daño hasta que perdonamos y después que perdonamos; también es necesario tener claro cuándo debemos perdonar y de qué manera perdonamos, qué elementos psicoemocionales y qué acciones se incluyen en el acto de perdonar y cuáles no, qué es licito sentir a nivel psicoemocional y qué no. También, como es de suponer, no es lo mismo perdonar a alguien que vemos ocasionalmente, que perdonar a una persona con quien convivimos diariamente o a quien ya no está con nosotros; y de igual modo, es diferente la experiencia cuando se trata de autoperdonarnos.
Cuando nos sentimos dañados como consecuencia de una agresión o acción ofensiva de otra persona, lo primero que aflora es una experiencia subjetiva de carácter negativo, que suele llamarse de "no-perdón": a nivel afectivo surge el sentimiento de rabia, dolor, tristeza, confusión y también de traición; en lo cognitivo, revivimos con el pensamiento una y otra vez la acción de la injusticia o la ofensa vivida, pueden aflorar pensamientos de venganza, interrogantes de por qué el ofensor ha actuado así o si hemos tenido alguna culpa en lo acontecido, y además, en un primer momento pensamos dar por terminada la relación; por esto, a nivel conductual, tendemos a distanciarnos o evitamos encontrarnos con dicha persona; sin embargo, en algunas ocasiones solemos darnos la libertad de expresar la rabia o el dolor llorando, e incluso enfrentarnos con el ofensor.
El acto de perdonar nos ayuda a eliminar o disminuir esta experiencia negativa, sintiéndonos reconciliados con el otro y principalmente con nosotros mismos; sin embargo, debemos saber que hay otras formas de sanar o reducir esta inquietud dañina; una forma es, por ejemplo, tomando el control sobre lo que nos pasa, aceptando el daño de forma realista y madura, analizando de manera coherente los sucesos y circunstancias que han estado relacionados con la ofensa, y si es posible, redirigir y transformar el estrés y la rabia consecuentes a la ofensa mediante otras vías de expresión.
Si somos coherentes y realistas, hay hechos límites que son imperdonables, pero como víctimas de un daño tan extremo se debe tener claro que el dolor proveniente de dicha experiencia, con una adecuada terapia, se puede llegar a controlar e incluso superar.
Hay diferentes caminos que nos llevan al perdón, dependiendo de la gravedad del hecho, de su reiteración o su duración en el tiempo, de la persona o las personas implicadas, del momento de nuestra historia de vida en el que se nos ha hecho el daño, etcétera. Por eso para algunas personas el perdón se puede experimentar como un sentimiento o una emoción, mientras que para otros se expresará mediante pensamientos o conductas.
Existe el perdón unilateral, el perdón interpersonal y el perdón intrapersonal. Se considera unilateral cuando el acto de reconciliación se da exclusivamente en la persona dañada, sin necesitar para nada la presencia, la respuesta o la postura del ofensor. Cuando una persona perdona de esta manera no busca ni espera nada del otro; surge más bien como un deseo personal de abandonar el juicio negativo y el resentimiento para lograr la paz consigo mismo; y aunque puede darse con personas con las que compartimos en el día a día, tiene un efecto especialmente sanador cuando queremos perdonar a alguien que ya no está con nosotros.
En cambio, cuando el acto del perdón es interpersonal requiere de la intervención activa del ofensor, es un "perdón negociado" -como exponen María Prieto-Urzua y otras autoras en un artículo referente al perdón-, ya que debe darse un diálogo real entre el agresor y la víctima, el agresor necesita identificarse con la acción agresiva y pedir perdón por ello. Para que el perdón sea realmente efectivo y sanador para ambas partes requiere, por lo tanto, tres pasos: la confesión, es decir, el agresor debe admitir que ha cometido dicha acción, luego asumir la responsabilidad con todas sus consecuencias, sin poner excusas y, finalmente, debe expresar verbalmente el arrepentimiento de lo que ha hecho. Cuando no se dan estos tres pasos -algo que ocurre más habitualmente de lo que quisiéramos-, lo común es que la parte dañada se rehúse a perdonar; por el contrario, solemos estar dispuestos a perdonar si quien nos ha agredido admite su acción, asume su responsabilidad sin excusas y muestra arrepentimiento por el daño hecho. El mantenernos bloqueados en una situación de no-perdón es algo que generalmente termina dañándonos interiormente a nosotros mismos, por eso es necesario aprender a perdonar aunque sea como un acto unilateral, y para ello también es necesario reconocer de manera objetiva la existencia de la ofensa y del daño que nos han hecho, sin posturas de evasión o victimización; luego es fundamental entender lo que ha pasado, analizando el hecho en sí, el contexto, nuestra intervención y, además, las limitaciones del agresor; es decir, para comprender por qué hemos sido dañados, debemos antes entender el propio mundo del agresor, lo que no significa justificarlo, sino simplemente llegar a explorar más a fondo la situación para comprenderla mejor, ya que muchas veces al ponernos en el lugar del otro nos es más fácil perdonar.
Cuando el daño lo hemos causado nosotros, tendemos a evitar pensamientos o sentimientos vinculados a la agresión realizada. Por eso para llegar al autoperdón -perdón intrapersonal- es importante también revisar de manera consciente lo ocurrido para lograr descubrir qué es lo que nos llevó a actuar de tal modo, no para reforzar la culpa, sino que simplemente para conocer mejor nuestros propios límites o debilidades y comprender de manera realista lo sucedido; eso nos ayudará a explorar formas coherentes de reparación del daño, si eso fuese posible, y sobre todo a descubrir mecanismos de reconciliación que nos conduzcan a estar en paz con nosotros mismos.
Perdonar refuerza la salud mental, la autoestima y nos abre a la esperanza; podría ser un buen propósito para este año que iniciamos, comenzando por perdonarnos a nosotros mismos.
¡Os deseo un excelente 2015!.