Esther Santano Orgaz
Hace bien poco he podido descubrir que nunca estamos solos. Para mí, la soledad no existe, sólo cohabita el aislamiento, una pauta mal entendida y capaz de destruir al ser humano y hacerlo vulnerable ante el riesgo de la vida.
Siempre me he sentido rodeada de personas muy afines, pero tan alejadas. Hoy en día no nos damos, tan sólo ofrecemos aquello que nos sobra. Así nos va.
Cada vez más separados los unos de los otros, sin buscar un acercamiento o punto de encuentro a través de nuestras relaciones. Es el sentimiento reconocido de estar rodeado de amigos, y estar solo. Es un mundo a parte, o mejor dos mundos a parte, dos naranjas enteras que no saben aún de qué árbol han caído. Y lo mejor de todo es que podemos tomar un zumo exquisito, el que nos ofrece la vida misma.
El amor no separa
Existe un amor que nos une a todos por igual y que es el responsable de nuestras relaciones con los demás. El amor nunca separa, siempre crea unión, un contacto que va más allá del acercamiento humano.
Este amor penetra en nosotros a través de la intuición. Una forma muy peculiar de sentirlo cercano es contemplar la propia vida. No me refiero a lo cotidiano y monótono, sino mirar de frente, a la propia naturaleza. Nuestra Tierra viva y con conciencia.
Abrazar un árbol te proyecta hacia su corazón y te lanza al infinito, siempre hacia arriba. Yo tengo una gran compañera de viaje. Su nombre, Penélope. Es una palmera que habita en tierras protegidas de paz.
Ella me observa cada vez que me ve, y me siente cada vez que la abrazo y acaricio. Y la siento viva, cercana y fuerte. Ella siempre me mira con un silencio paciente y alegre al mismo tiempo. Es otro lenguaje y muy lleno de vida. Fluyo hacia el infinito con ella, siempre con ella.
Todo esto me enseña que la vida nos rodea y muchas veces se nos olvida. Me enseña que los valores más básicos se aprenden ofreciendo, agradeciendo, dando.
Comenzar por lo básico de nuevo es un renacimiento a lo nuevo y desconocido.
Pensar por un momento en el llanto, en nuestra alegría expresada a través de sonrisas. Y recordar que nuestra Tierra también lo siente y nos siente a todos nosotros como sus hijos y está deseando poder expresarse sin dolor por ese maltrato al que nos hemos aferrado durante siglos con ella. Dormir en contacto con ella es sentirte de nuevo en el comienzo, en el vientre materno, protegido, a salvo. Ella nos mantiene a salvo.
Parte del cielo y la Tierra
Cuando después giro mi vida a lo profano, reconozco en cada uno de vosotros parte del cielo y parte de la Tierra; parte del Sol y parte de la Luna. Y esto me hace sentir más libre entre nosotros.
Somos la esencia de ambos.
Cada uno de vosotros sois maestros, el camino y el buscador están dentro de cada uno de nosotros.
Las pruebas sólo se suceden cuando el maestro y el discípulo entran en contacto, y ya ha comenzado.
Una gran maestra para comenzar el periplo, nuestra Pachamama.