Olva Lava Mares. Kinesióloga e Instructora
Todo podría ser diferente en el presente si tan sólo una cosa hubiera sido distinta en nuestro pasado. La manera en que percibimos y vivenciamos las experiencias se basa en nuestro sistema de creencias, lo que sentimos sobre la experiencia es lo que crea nuestra realidad y nuestra visión del mundo. Para el cerebro no supone ninguna diferencia si algo pasó de verdad o no, no importa si un suceso fue real o lo imaginamos, lo que se grabará en nuestra memoria es cómo nos hizo sentir.
La mente consciente dirige nuestros pensamientos y reacciones en tiempo presente, y tiene el poder de suprimir aquello sobre lo que no queremos pensar o reaccionar, sin embargo esto sigue viviendo en el nivel subconsciente. Sólo porque decidamos negar experiencias pasadas, no impide que éstas determinen nuestras reacciones en el momento actual.
El recuerdo más temprano que tengas de una emoción cualquiera (dolor, miedo) sirve de base para todas las repeticiones posteriores de esa emoción, que se alojan en una posición del cerebro. Cuando un suceso en el tiempo presente provoca esa emoción, respondemos en base a la suma total de esos recuerdos. Por eso, sucesos aparentemente insignificantes pueden producir una reacción emocional sorprendente, en segundos puedes ver como se transforma la expresión de la cara, la postura del cuerpo, el tono de voz y la actitud. Mientras aquello que nos estresa continúe, nos comportaremos de acuerdo a ese recuerdo.
La memoria no es solo mental
La experiencia del pasado es fijada y retenida por las neuronas que actúan en ese momento. Todos los músculos, nervios y tejidos que participaron en esa experiencia fueron afectados y, a su manera, "recordarán".
Todas las asociaciones que se hicieron en ese momento traumático: colores, olores, sabores, palabras, etcétera, permanecerán grabados y ayudarán a que el recuerdo se active cada vez que se presente una ocasión en la que se reconozca alguno de sus componentes.
Por ejemplo, imagina que tuviste un evento traumático cuando eras pequeño porque te atropelló una moto y tuviste un gran susto, además de las secuelas físicas generadas por una operación en la pierna y su consecuente convalecencia en el hospital, etcétera. Imagina además que la moto era de color rojo, que el accidente sucedió en un día de lluvia y que en aquel momento tú ibas escuchando una canción en tu walkman... 30 años después, y a pesar de que ya no estás todo el tiempo pensando en aquel accidente, todavía tu cuerpo reacciona cuando ves pasar una moto de color rojo, o te pones triste cuando escuchas aquella canción, o aún sientes un nudo en el estómago cada vez que hay un día lluvioso y no sabes muy bien por qué.
Y es que el cerebro siempre está haciendo asociaciones a través de las conexiones neurológicas, en cada experiencia vivida se fijará toda la información como si se hiciera una fotografía instantánea y quedará grabada.
Así el subconsciente almacenará todos los datos suficientes para no volver a pasar por aquella experiencia que un día nos hizo sufrir, pues ante todo su misión es preservar la vida.
Con Kinesiología podemos cambiar y cambiamos el pasado, o mejor dicho, la percepción que tenemos de él y al hacerlo, cambiamos el presente y también el futuro. Cualquier evento traumático que pudieras vivir, ya sea en la infancia, en el vientre de tu madre o incluso en el momento en que fuiste concebido, se puede sanar. Podemos identificar las emociones, creencias y comportamientos exactos que te separan del estado que deseas tener para conseguir tus metas.
En definitiva lo que la Kinesiología aporta es conciencia y claridad mental para entender por qué el cuerpo enferma, qué bloqueos nos limitan e impiden cumplir nuestros objetivos y cómo podemos mejorar nuestra experiencia vital.
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