Aurelio Álvarez Cortez
"En una sociedad traspasada en distintos grados por la violencia, el enfado podría ser considerado como el primer eslabón de una dolorosa cadena. Es una emoción que salta siempre por algún motivo; es una consecuencia, un resultado de algo que no está resuelto”, son las primeras palabras de Esperanza Santos, coordinadora de Brahma Kumaris en Sevilla, horas antes de disertar sobre este tema en la sede valenciana de dicha institución.
El enfado “tiene una raíz”, prosigue, y muchas veces, “porque tenemos expectativas no satisfechas, se siente frustración y el enojo está asegurado”. También cuando se percibe un acto injusto, independientemente si lo es o no. En todo caso, “¿mi enfado es justo?”, se pregunta. “La respuesta es no porque el enfado es un desequilibrio y de alguna manera rompe mi armonía interior. Me estoy causando daño, la pérdida es propia, más grande de lo que pensamos, emocional, mentalmente, y con un impacto físico, mayor o menor… que puede causar un cáncer; el rencor, el resentimiento, lo consigue”.
Además, Esperanza afirma: “Con el enfado tampoco se solucionada nada. Sólo se crean desarmonías con los demás, además de tristeza, entre otras consecuencias no deseadas”.
Por todo ello, propone “buscar una solución desde lo constructivo, hablando por ejemplo, con formas pacíficas y armoniosas… Siempre hay recursos”. Y cuestiona que “nos hayamos acostumbrado a utilizar el ego y su compañera, la ira, que dice aquí estoy yo, quiero que se me escuche. ¿Así estoy respondiendo o estoy reaccionando? ¿Desde dónde respondo? Cuando reacciono, puede ser una manifestación de dolor. Lo expreso de esa manera, con enfado. Hay personas que están continuamente reaccionando por ese dolor interno que tienen. Manifiestan ‘yo no estoy bien’. Hay una necesidad básica no satisfecha, que no tiene nada que ver con lo que dispara el enfado”. Y todo esto ocurre subconscientemente.
Como profesora, Esperanza indica una clave de transformación, la llamada educación en valores, en el ámbito escolar. “Conozco el enfado de los niños. Cuando hay expectativas, en vez de utilizar el discernimiento, rápidamente se expresa el deseo. ‘Esto es lo que quiero, y si no lo tengo, me molesto’. Entonces debemos explicarles que el enfado es un síntoma de una enfermedad moral, de un dolor o un malestar. Por lo tanto, tienen que ver las causas y consecuencias. No nos damos cuenta porque hemos normalizado el enfado, pero no es normal ni natural. Se trata de algo adquirido en base a expectativas, deseos o necesidades insatisfechos… El niño aprende de los adultos, ve que el profesor se enfada, mira películas llenas de ira. Absorbemos eso. En un ambiente más pacífico, resonaría algo que todos tenemos: la paz. Lo natural es la paz, el amor y el respeto, no la ira”.
La paz es poderosa porque es verdadera, destaca. “A priori parece que con ira puedes conseguir más cosas con amenazas, pero todo esto se basa en el miedo. Se hacen las cosas por obligación o miedo, y las consecuencias son puro resentimiento. Cuando se hace desde la paz, el entusiasmo, la motivación, el resultado es auténtico y para el largo plazo”.
Una forma de educar “es ayudarlos a pensar por sí mismos, que ellos vayan elaborando su pensamiento acerca de los valores por sí mismos, no solo decir esto es así. No son tabula rasa, hay que despertar aquello que tienen en su interior. Yo en clase trabajo para que desarrollen su capacidad creativa, se den cuenta y empiecen a discernir. Si encuentran algo equivocado, con paciencia y valor el profesor puede guiarlos con una historia, un cuento o su propia experiencia. El educador tiene que trabajarse a sí mismo. En educación en valores el primero en ser educado es el educador. Hay mucho que desaprender para que los aprendizajes sean constructivos”.
Lo antes dicho también vale para los adultos. Al respecto, aconseja la reflexión interna: “Hablarme y ver cómo puedo sentirme mejor ante esta emoción reactiva que me perturba. Siempre es un malestar que nos cambia la cara; la dulzura desaparece, también la sonrisa; la vibración, la energía, es otra. Además, puede suceder que explotemos como un volcán en erupción, afectando a otra persona que no tiene nada que ver y que sólo se nos ha cruzado en el camino”.
Más allá de todo esto, Esperanza señala que “nos olvidamos de la tolerancia, que no significa aguantar ni deprimirse. Gandhi, Teresa de Calcuta y muchos otros aceptaron la diferencia, la respetaron. Debemos ser capaces de ver lo que nos une en las diferencias, apreciar la belleza de esos contrastes”. Esa dignidad e incluso autoconfianza, concluye, “son mucho más valiosas que cualquier cosa física que podamos conseguir en este mundo, porque no tienen precio. Hay valores que no se pueden comprar”.