Raquel Cabo González. Salud Natural
Es difícil hablar de lo que significa ser terapeuta, de cómo se enfoca la terapia cuando casi siempre es algo que uno no llega a controlar del todo desde la razón. Y es justamente cuando se entrega a “eso que es más grande” que la lucidez llega a la mente a través del corazón y conecta con el espíritu del paciente, con ese alma que asiente mientras su ego llora, porque sabe que en realidad lo que le aqueja es un juego de espejos.
Solo cuando el paciente toma conciencia de la levedad de determinadas cosas a través de la constelación familiar, de la conexión arquetípica o de la terapia floral, o de la sincera y atenta conversación, entonces sonríe también y el alma se siente tranquila, dispuesta a seguir la ruta.
Pero, ¿qué es un terapeuta?
Primero, qué no es: no es alguien distinto al que se sienta enfrente, también sueña, se levanta malhumorado a veces, y está inmerso en lo que llamamos cotidianidad, también tiene hijos, pareja, o todo lo contrario; sufre, ríe, discute con sus familiares y amigos, y es también una persona, y como persona es capaz de mirar al que sufre, que está sentado delante, llorando, o aguantando el llanto por dentro, con dolor físico o mental, con humanidad. Eso sí, sin caer en estado Achicoria, es decir, en la flor del Dr. Bach que trabaja la dependencia emocional, sin buscar dependencias emocionales, ni ser terapeuta “mamá gallina” de todos sus pacientes. Sabiendo que puede, mínimamente, acompañar a la otra persona en su proceso, alineándose con el espíritu del paciente, sin implicarse emocionalmente, tal como indica Hellinger, padre de las Constelaciones Familiares.
Ante todo un terapeuta es un ser humano, y siente con sentimientos fraternales y de hermandad a los otros seres humanos. Sostiene la energía del paciente.
El enfermo no está fuera de mí. Sus pensamientos, su humor, sus miedos, su desesperación me envuelven, pero más allá de eso –que sin duda es primordial para el enfermo–, su espíritu entra en resonancia con el mío, de corazón a corazón, incluso cuando son necesarias las palabras duras o el humor. A través de la comunicación, escuchando al paciente, hay una comprensión. Sólo a través de la comprensión se llega al amor.
Como indica el doctor Jorge Carvajal, padre de la Bioenergética, “la relación médico-paciente no es sólo un aspecto del tratamiento, es el alma misma de toda terapéutica”.
Y… ¿es eficaz el terapeuta?
El terapeuta eficaz es aquel que es capaz de ver al enfermo en vez de la enfermedad, de enlazar todo aquello que envuelve al paciente, su cuerpo físico, su cuerpo emocional, su pareja, sus hijos… lo que le ocurre al paciente con la historia familiar, incluidos antepasados, con sus creencias, con su alimentación, con su postura, con sus movimientos, con el brillo de sus ojos, con la forma como se expresa, o el modo en vive el proceso por el que está pasando. Una cosmología entera, un enigma dentro de un enigma. El terapeuta sonríe… es todo un desafío.
Un terapeuta aprende también del significado de lo que está oculto detrás de los síntomas… Y ya lo han dicho multitud de terapeutas antes que yo, incluido el doctor Bach: detrás de cualquier enfermedad, del dolor, está el desamor.
Hay muchos tipos de terapeutas y muchos de ellos con los mismos conocimientos técnicos obtienen, sin embargo, resultados distintos. Se debe a que hay un factor con el que no se ha contado, que es… el terapeuta. Su trabajo personal, su trabajo emocional anterior, posterior y durante toda su formación y trayectoria profesional.
De alguna manera nuestra vibración, nuestra energía, entra en relación con la del paciente, y forma parte de todo ello nuestra historia personal, nuestra evolución, nuestro propio recorrido emocional, tanto en el trato con la persona como con el preparado vibracional. Eso hace que diferentes terapeutas obtengan resultados distintos, a pesar de utilizar las mismas herramientas, los mismos preparados, las mismas marcas.
Cierta vez una madre llevó a su hijo a Gandhi para que le dijera que dejara de tomar caramelos, pues era malo para su salud, y Gandhi lo miró a los ojos y le contestó que volviera en una semana. A la semana el niño y la madre estaban de nuevo delante del maestro, que volvió a mirar al niño y le dijo: “Deja de comer caramelos o tu salud se resentirá”. El niño comprendió, pero la madre intrigada le preguntó al maestro: “Maestro, ¿por qué no le dijo eso mismo a mi hijo la semana pasada?”. “Mujer –respondió–, hace una semana yo mismo tomaba caramelos”.
Además de estar de acuerdo con el axioma de que nos llegan los pacientes que necesitamos para nuestra propia curación, en este juego de espejos ganamos todos, siempre que seamos capaces de “ver más allá”, como la visión del águila, que no se queda enredada en el bosque.
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