Patricia Abarca. Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Una de las célebres frases de Tolstoi dice "todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo". A veces es difícil cambiar lo que necesitamos transformar, no es fácil mirarse a sí mismo de forma honesta y reconocer lo menos "agradable" de nosotros, del mismo modo tampoco es fácil derribar los miedos, las creencias, valores, conductas y pensamientos arraigados en nuestra mente. Sin embargo, si cada uno de nosotros hiciera un esfuerzo por transformar una mínima parte de lo que necesitamos cambiar para ser más y mejores personas, además de sentirnos realizados, mejorar nuestra autoestima y ser un poco más felices, veríamos simultáneamente el cambio del mundo a nuestro alrededor.
Cuando realmente ocurre una transformación en nuestra vida, se movilizan muchas energías y estructuras a nivel físico, mental y espiritual –aun cuando no seamos totalmente consciente de ello–, y cuando el cambio se encauza hacia ser mejores personas, afloran nuevas posibilidades de aprendizaje y de reflexión, emerge una nueva sensación de bienestar, de lo que significa ser libre y ser feliz, perdemos el miedo a sentirnos confusos o a equivocarnos, es decir, damos salida a esa sabiduría interior que tenemos adormecida en lo más profundo de nuestro ser. Por esto el verdadero cambio comienza siempre en el interior de uno mismo, conllevando una reorganización de la propia interioridad, una renovación de los intereses, de la conducta y del propio entorno. No importa si queremos ser más productivos, más poderosos, más sanos, más atractivos, más creativos o más felices, cualquier cambio, sea el que sea, siempre empieza en nuestro interior.
Una vez que tenemos claro lo que queremos transformar, el primer paso es tomar la decisión de querer realizar dicho cambio. Aunque parece muy obvio, hay mucha gente que teniendo muy claro lo que necesita cambiar nunca llega a tomar la decisión de llevarlo a la práctica, justificándose a sí misma –o mejor dicho, encadenándose a sí misma– y ante los demás con un sinfín de explicaciones. De este modo crea una especie de nebulosa mental que no le deja ver el amplio horizonte de posibilidades que ofrece la vida, derivando en un sentimiento de rigidez, falta de ilusión, soledad y frustración.
Para sobrepasar esta primera barrera necesitamos explorar e identificar los miedos: nos puede ayudar, por ejemplo, hacer un listado de aquello que nos impide tomar la decisión, para luego analizar lo que ganamos y lo que perdemos al afrontar esos miedos, del mismo modo necesitamos reflexionar sobre los pro y los contras de quedarnos tal como estamos. Por supuesto, al hacer este ejercicio debemos ser muy honestos y estar atentos a las voces de justificación que aflorarán desde nuestro interior, intentando boicotear la reflexión con el fin de mantenernos en esa zona de confort en la que nos hemos acomodado. Quizás esto último sea lo más difícil de clarificar, porque a veces tenemos creencias y valores tan arraigados que, siendo inapropiados e incluso sabiendo que nos hacen daño, seguimos justificándolos. Por eso muchas veces necesitamos el apoyo terapéutico de alguien ajeno a nuestro entorno que nos ayude a reflexionar sobre nuestra historia de vida desde otra perspectiva, a conectar con las señales del inconsciente y a descubrir la actitud con la que enfrentamos el día a día.
Está claro que todos, absolutamente todos, hemos tenido dificultades a lo largo de nuestra existencia, quizás hemos vivido la humillación, el abandono, el maltrato, la soledad, etcétera, pero lo importante para nuestro bienestar no es lo que hemos vivido, sino la forma como cada uno ha ido gestionando eso que ha vivido: ¿cómo has gestionado tu dolor?, ¿en qué persona te ha convertido ese dolor?, ¿qué actitud estas tomando ante la vida?, ¿te sientes víctima?, ¿inmóvil tras un escudo?, ¿dictador?, ¿juez?, ¿justiciero?, ¿vengador?, ¿culpable?, ¿rígido?, ¿activo?, ¿flexible? Pero también algo muy importante: ¿de qué manera has gestionado tus momentos felices?, ¿qué sentimientos te han surgido?, ¿te has sentido merecedor de esa felicidad?
Sea cual sea nuestra actitud, lo importante es saber que podemos cambiarla, sólo necesitamos querer hacerlo y tener claro que, pese a lo que nos haya tocado vivir, somos nosotros quienes decidimos de qué manera encausarlo. Cada mañana debiéramos preguntarnos qué persona quiero ser y de qué forma quiero llegar a ser eso que quiero ser.
No podemos cambiar nada de lo ocurrido en el pasado, pero sí podemos gestionar la impresión que aquello ha dejado en nosotros, para ello es necesario cambiar la forma de sentir y reflexionar sobre lo vivido. Debemos recordar lo constructivo, pero al mismo tiempo soltar lo que nos hace daño, liberándonos de la rabia, la envidia, el rencor para finalmente quedarnos con el aprendizaje obtenido de la experiencia vivida. Para tomar la decisión –es decir, para responsabilizarnos de nuestra vida– necesitamos aparcar las resistencias y si no somos capaces de hacerlo solos, busquemos ayuda, la vida es demasiado valiosa para vivirla estancados y rumiando eternamente la frustración.
La verdad es que, una vez que nos decidimos, el camino es menos complicado de lo que parece ya que el cambio se produce a través de pequeños propósitos. Podemos proponernos cambios muy ínfimos como por ejemplo conversar, o jugar, media hora al día con nuestros hijos, por supuesto que con la TV, el ordenador y el móvil apagados; ponerse mentalmente en el lugar del compañero de trabajo, o del jefe, e intentar comprender por qué actúa como actúa en lugar de simplemente enjuiciarlo; acercarte y sonreír un poco más a tus padres; fumar 4 cigarros diarios y sólo por las tardes, en lugar de 10; dedicar un par de horas a la semana a pasear con tu pareja, no para ir de compras sino simplemente para estar juntos y charlar; moderar de manera consciente las copas de alcohol cuando sales; perdonar a alguien que te ha hecho daño –recuerda que perdonar no significa estar de acuerdo–; dedicar dos minutos al día para reflexionar honestamente sobre ti mismo, etcétera. No sueñes con ideales irrealizables, simplemente comienza con esos pequeños propósitos que forman parte de tu realidad más próxima y que te harán sentir que eres más y mejor persona. ¿Podría ser un buen propósito para este nuevo año?
¡Os deseo a todos lo mejor para estas fiestas!