Emilio Carrillo
Según el Diccionario de la Academia de la Lengua, la "consciencia" está relacionada con la capacidad de conocerse a uno mismo a la que tanta importancia le han dado numerosos sabios y sabias a lo largo de la historia: "conócete a ti mismo y conocerás al ser humano, al universo y a Dios".
La clave de tal conocimiento radica en percatarnos de que somos mucho más que nuestra apariencia efímera (yo físico, emocional y mental y la personalidad a él asociada) y de que atesoramos una Esencia imperecedera que constituye nuestro genuino y verdadero ser.
A partir de ahí, la sabiduría legada por los grandes maestros muestra que la cualidad fundamental de tan inefable Esencia es la Consciencia pura (Omnisciencia, Divinidad), que debemos plasmar en nuestra vida cotidiana. Y que la Consciencia utiliza a la mente como instrumento para interactuar con el mundo material en el que se despliega la experiencia humana (la mente no es el cerebro, aunque esté interrelacionada con él: es como el "software"; y el cerebro, el "hardware").
El problema radica en que la mente recoge todo lo que proporciona ese mundo material, sean influencias exteriores o estímulos propios. Lo que origina en ella "ondulaciones" (movimientos, turbulencias, perturbaciones...) de diversa intensidad y densidad. Son las llamadas "modificaciones de la mente" ("vrittis" en sánscrito), que merman al eficiencia de la mente como interfaz y su capacidad para ver la realidad. Valga el ejemplo de una gran cristalera: si está limpia, podremos ver nítidamente a través de ella; pero si está sucia o es opaca, nuestra visión se limitará a esa suciedad o a esa opacidad, que, en nuestro caso, se corresponden con los citados vrittis. De lo que se deduce que para ver y vivir la realidad es imprescindible limpiar el cristal: "inhibir las modificaciones de la mente", en expresión de los Yoga-Sutras de Patanjali.
¿Cómo hacerlo? Para empezar, logrando la paulatina inhibición de los vrittis más densos. Esto se consigue serenando nuestros ámbitos emocional y mental. Por ejemplo, las dos primeras etapas del yoga –yama y niyama– se dirigen precisamente a equilibrar nuestro mundo emocional. Y las diferentes tradiciones espirituales ofrecen, igualmente, consejos al respecto, que incluyen la necesidad de usar y expandir la mente abstracta (nuestro nivel mental capacitado para lo trascendente –espiritualidad, filosofía, ciencia...). Y tras avanzar en lo precedente, será el momento de inhibir los vrittis menos densos, para lo que tenemos a nuestra disposición la meditación, que dista bastante de ser lo que comúnmente se cree en Occidente y constituye un proceso, con etapas muy bien definidas, de educación de la mente hasta lograr el estado de samadhi o éxtasis.
¿Cuáles son esas etapas? Hay cinco fundamentales
1º Silencio: verbal y mental, para lo que se precisa, como arranque, un ritmo y un estilo de vida más sosegados y armoniosos.
2º Atención: práctica de la atención plena y procurar vivir en el aquí-ahora.
3º Concentración: limitando los movimientos de la mente en torno a un determinado objeto (tema, asunto...) y empezando a utilizar la mente abstracta.
4º Contemplación: cuando la cualidad de ese objeto es plenamente trascendente y solo brilla la mente abstracta, propiciando una observación nítida de la realidad y una íntima conexión con ella.
5º Samadhi: la desaparición de la autopresencia de la mente y la completa fusión con la Realidad.
En el tránsito por estas etapas no hay atajos. Y al final del camino nos espera una autotransformación que no nos llevará a aislarnos del mundo, sino a practicar en él una acción consciente llena de sabiduría-compasión.
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