Rodrigo Salamanca
¿La preocupación se aprende o se adquiere? Para Laura Vera, psicóloga y autora de "La preocupación inútil" (Desclée De Brouwer), es un mecanismo adaptativo para solucionar problemas, pero también aprendemos a preocuparnos. Lo explica así: "En parte se adquiere porque nuestra mente está programada para sobrevivir y, en ese intento por lograrlo, busca posibles amenazas, problemas o peligros, para con antelación prepararse o ensayar potenciales respuestas o soluciones". Pero también "aprendemos a preocuparnos porque hay creencias que fomentan la preocupación, por ejemplo que uno es más responsable cuando se preocupa. Quién no ha escuchado la frase 'mira esta persona, así le va, no se preocupa de nada'. También se comenta que debemos preocuparnos por las personas que queremos. Recuerdo que cuando fui madre por primera vez me dijeron que a partir de que ese momento ya tenía preocupaciones para toda la vida".
En concreto, "la preocupación se basa en una interpretación personal que hacemos de una posible amenaza, problema o peligro futuro", por lo cual hay que diferenciar que una cosa es la realidad y otra muy distinta cómo nosotros la interpretamos. "Y en base a esa interpretación, tendremos distintas emociones". En todo caso, generalmente las interpretaciones son negativas: se relacionan con pensamientos anticipatorios, catastrofistas, exagerados, y las emociones que sobrevienen son lógicamente el miedo, la ansiedad, la inseguridad, la angustia.
Ahora bien, ¿existe una preocupación útil? Para Vera, "hay una preocupación útil o positiva, distinguiendo que la preocupación útil es aquella que dura justo el tiempo necesario hasta resolver un problema. Es decir, es una preocupación adaptativa, que se ocupa de pensar, tomar decisiones y ejecutarlas. Tiene que ver con la planificación, prevención y sobretodo enfocada a la acción, que impulsa a hacer cosas". En tanto que "la preocupación inútil, tóxica y que nos daña, es la que no está orientada a la acción; simplemente nos introduce en ese bucle de pensamientos, nos hace dar mil vueltas a las cosas y no salimos de ahí. No ejecuta, no resuelve, es improductiva y además nos consume toda la energía".
Preocuparnos no es gratuito. "Por ejemplo –apunta la psicóloga–, aumenta la presión arterial, se altera el ritmo cardiaco, el cerebro segrega el cortisol, la hormona del estrés. Muchos estudios muestran los efectos negativos que pueden dañar nuestra salud cuando esta hormona permanece en el torrente sanguíneo durante un tiempo prolongado. Además, somos más vulnerables a padecer problemas de estómago, dolores de cabeza, irritabilidad, fatiga, alteración del sueño". En pocas palabras, pagamos un coste físico y emocional.
También hay que tener cuidado con ir a la cama con la "mochila" de preocupaciones. Por eso "debemos entender que hay un momento para pensar en las cosas por resolver y la noche no es el momento oportuno", advierte quien aconseja "aprender a desconectar, porque nos merecemos descansar" y poner en práctica técnicas de relajación que ayuden a desconectar o una lectura ligera para enfocar la mente en otras cosas.
Para desafiar los pensamientos catastrofistas, de anticipación, con generalizaciones y exageraciones que distorsionan nuestra percepción, Vera primero propone tomar plena conciencia de cómo pensamos. Al respecto recomienda que "puede ser muy útil tener una especie de diario de nuestras preocupaciones, anotar sin censura qué y cómo estamos pensando acerca de cualquier problema, volcando en el papel todo lo que se nos pasa por la cabeza". Porque podemos exagerar una situación, comprobamos que en la realidad no era para tanto y que se trata de trampas mentales que tenemos que identificar y aprender a desactivar.
Con este objetivo invita a llevar lo que denomina un autorregistro, donde escribir pensamientos, emociones, sentimientos y también hacia dónde orientan o conducen esos pensamientos.
Por otra parte, señala la diferencia entre las preocupaciones por temas personales y las que se originan por terceros, familiares, amigos o conocidos. Es cuando, al tomar conciencia de que no son lo mismo, debemos aceptar y asumir que hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. Cuándo la responsabilidad nos corresponde a nosotros y cuándo a otros.
Otro punto interesante que gira en torno a las preocupaciones es que "el aquí y el ahora se desdibuja", por lo cual "nuestra mente es como un perrito que se va y hay que atarlo en corto, trayéndolo al momento presente". Por esto, cualquier tipo de meditación puede ser útil.
Para gestionar las preocupaciones Vera propone valerse de recursos como el sentido del humor, un entorno positivo, la sonrisa y especialmente confiar en uno mismo. "El sentido del humor, que es una importantísima fortaleza emocional, ayuda a no sobredimensionar tanto una situación. Cuando nos reímos, aprendemos a reírnos de nosotros mismos, de lo que nos pasa, y quitamos hierro al asunto", dice.
Sobre todo, "el sentido del humor hace que enfoquemos nuestra mente en positivo, lo que nos lleva a tener una actitud más optimista" y confiar en nosotros mismos es fundamental, "echando mano a experiencias del pasado para ver cómo hemos resuelto en el pasado situaciones difíciles". "Son recursos interiores que quizá cuesta verlos, pero que están ahí, forman parte de nosotros y debemos rescatarlos para traerlos aquí y ahora", concluye expresando la psicóloga.