Fernando Sorribes. Escritor
Somos varias las generaciones acostumbradas, y para esto evidentemente hay que generalizar, a que en nuestras casas, a una hora avanzada de la tarde, oíamos abrir la puerta y con un sonido inconfundible de llaves se nos daba la señal… el hombre de la casa había llegado. El proveedor del sustento, el antiguo cazador, volvía y se debía procurar que todo estuviera en orden. Merecía la atención, el cuidado de la mujer y el respeto de sus hijos. Desde su sofá, poco más que dar dirección y normas, en el mejor de los casos alguna muestra de cariño hacia la familia. Los papeles estaban claros. No había duda respecto a quién era el rey de la casa, y ese no era el niño más pequeño.
En cuestión de unos pocos decenios, en las sociedades más adelantadas ese papel ya ha sido, no sólo puesto en cuestión, sino revocado. La inevitable y justa evolución de la mujer ha descolocado a muchos varones que han visto tambalear ese cómodo sofá. Aún habiendo mucho recorrido por hacer, es verdad que muchos comienzan a aceptar, y digo comienzan con razón desde una perspectiva histórica, que la mujer tiene los mismos derechos, dentro y fuera del hogar. Comienzan a aceptar que no es suficiente con trabajar y llevar el pan a casa, la mujer también lo puede llevar, cuando no lo llevan solo ellas en tiempos de crisis como este, y en cualquier caso el trabajo dentro del hogar no es ninguna tontería como muchos varones ya han podido comprobar en sus carnes. Para ser respetado y admirado hay que ganárselo cada día.
Los hijos adolescentes no tienen como un referente al padre, después de muchos años viendo a un desconocido que se iba pronto de casa, a hacer no se sabe muy bien qué, y viendo dónde han conseguido llevar a la sociedad actual. Además nos encontramos con nuevas estructuras de familia donde, por ejemplo, la figura paterna no es el progenitor o donde la madre debe hacer las dos funciones. Se ha tambaleado la figura tradicional del hombre de la casa y muchos no encuentran acomodo en la nueva sociedad. Se recluyen en sí mismos y la dureza e indiferencia, tanto la inculcada desde pequeños como la fomentada desde diversos ámbitos, les esta llevando hacia la soledad y la frustración.
Perder el miedo
Hay muchos hombres que se sientes solos, que tras las capas protectoras del trabajo, el que lo tiene, y las conversaciones sobre temas sociales, económicos, políticos, incluso las que teorizan sobre temas espirituales, no encuentran esa confidencia sobre sus emociones reales, es más, se resisten a plantearse cómo son en su ser más profundo, el famoso “conócete a ti mismo”. Encuentran acomodo o distracción en prácticas o actividades que siguen ejercitando su lado masculino, que tienen que ver con la acción y la competitividad. Pero al intentar encontrarse con ellos mismos, sienten que les falta algo. Algunos tienen la suerte de tener a su lado una mujer que les complementa y con quien sí se atreven a enseñar su vulnerabilidad, palabra clave para poder construir un cuerpo emocional fuerte.
Ese es uno de los deberes del hombre hoy día, perder el miedo a mostrar su vulnerabilidad, sus emociones más escondidas. Perder el miedo a la inseguridad que la libertad ofrece, sí, porque la libertad auténtica supone arriesgarse a dar pasos en suelos desconocidos. La seguridad que proporcionaban las normas socialmente establecidas desaparece, y eso es bueno. Debemos aprovechar esa parte de la crisis para aprender a ser libres de verdad y eso no es posible si no asumimos nuestra vulnerabilidad, no solo con la mujer amada, sino con otros hombres. Conocer nuestros puntos débiles, esos que acompañan o que nacen de nuestra llamada sombra cuyo origen puede estar en traumas que ni siquiera sospechamos, es imprescindible.
Hay que acabar con el tópico de que el ser, ya no digo hombre, más fuerte y poderoso es el que más aguanta, el más duro. Hay un concepto diferente y más poderoso de poder, valga la redundancia, el que se ejercita cuando pones tus ojos, tu corazón allí donde hay más necesidad y vuelcas tu energía en ello. Ese ejercicio es el que puede proporcionar una nueva raza de hombres y mujeres que cambiará el mundo.