Christian Gilaberte Sánchez
Todas las personas somos compañeras. En principio, esta afirmación parece no desvelar nada desconocido para nosotros, no obstante, si nos dirigimos al diccionario de la lengua española y buscamos en él la palabra "compañera", nos aparecerá como primera acepción al término la siguiente descripción: «Persona que se acompaña con otra para algún fin». Como vemos, según nuestro diccionario, las personas compañeras no sólo lo son por el mero hecho de estar en presencia unas de otras y acompañarse, sino que un aspecto fundamental del acompañamiento es el hecho de dirigirse a un mismo fin juntas. Y es justo este fin el que da sentido a su compañía.
Si trasladamos este concepto al ámbito terapéutico y de crecimiento personal pronto nos percatamos de que el propósito que fijemos en nuestra relación con nuestro cliente, es decir, el fin último que buscamos en nuestra relación, determinará por sí mismo los medios que debemos utilizar para alcanzarlo. Esto significa que nuestro propósito debe ser prístino, claro y conciso, pues de él derivará nuestra mirada y nuestra capacidad de abordar las distintas situaciones que se presenten durante el proceso de acompañamiento. Por lo tanto, si nuestro anhelo es sanar junto con la persona que nos acompaña, bien sea nuestro rol en dicha relación el de guía o el de persona guiada (explorador), será importante que nos pongamos al servicio de la única fuerza real capaz de sanar nuestros cuerpos y mentes: el Amor.
Centrarnos en el Amor como propósito es fijar nuestra atención en la fuerza generatriz de la salud. Cuando determinamos este fin para nuestra relación aparecen los medios para lograrlo, como el perdón y la compasión. Nos volvemos bondadosos. Es entonces cuando todo lo que hacemos o decimos nace desde ese espacio interno que hemos hecho nuestro al determinarlo como propio, y por tanto, nuestros actos y palabras están al servicio de ese fin. Cesan las explicaciones altamente intelectualizadas y las complejas técnicas terapéuticas siempre que no sean pertinentes, es decir, siempre que no sean bondadosas. Dicho de otro modo, empleamos el medio adecuado que nuestro compañero esté preparado para recibir y aceptar, aquel medio al que no tema y que pueda impulsarle a una experiencia de mayor confianza y salud, desde la cual poder aceptar otros medios más directos a los que quizás antes se resistía por temor. El medio adecuado siempre es bondadoso, nunca exige, reprocha ni culpa. Sólo se adapta y mira con Amor a uno mismo y al otro.
Para lograr relacionarnos desde este punto, en especial dentro del ámbito terapéutico, es necesario renunciar a las propias expectativas sobre la relación que entablamos dentro del proceso de acompañamiento. Las expectativas que alberguemos nos harán creer que es la forma la que nos conducirá al fondo, es decir que son nuestras técnicas y nuestra inteligencia las que nos transportarán hacia la salud, perdiendo así de vista el propósito real de nuestro encuentro. Al renunciar a nuestros propios deseos para con la otra persona y nosotros mismos estamos realizando un acto de humildad que abre las puertas de la bondad, pues declaramos ignorar aquello que realmente es lo mejor para nosotros y nos abrimos a la posibilidad de que esta información se revele durante el desarrollo del proceso de acompañamiento, usando, entonces sí, las técnicas y palabras apropiadas que servirán de canal para que esa información se manifieste en la relación.
Así pues, se torna principal en el papel del acompañante alcanzar cierta maestría en la capacidad de percepción y gestión del mundo interior, lo cual permite adquirir la actitud interna necesaria para actuar desde ese espacio interno de bondad que resplandece al fijar el propósito adecuado en nuestras mentes. Dicha maestría se obtiene, principalmente, a través del propio proceso personal, siempre y cuando lo empleemos de forma posibilitadora para nuestro crecimiento y desarrollo. Por ello, un espacio en el que compartir, experimentar y aprender sobre la labor del acompañamiento en procesos de crecimiento personal se convierte en un catalizador capaz de elevar y acelerar nuestra experiencia de forma significativa, impulsándonos a una esfera de mayor consciencia, plenitud y libertad.
Del mismo modo, nuestra capacidad, seguridad y resolución como acompañantes se potencia y expande en la misma medida en que somos capaces de trascender e integrar nuestros propios miedos y limitaciones. Entendiendo que, sea quien sea nuestro compañero, siempre cogemos la misma mano. Una mano bondadosa que, si se lo permitimos, nos mostrará la bondad del mundo.
Christian Gilaberte Sánchez es terapeuta de Rebirthing y técnico superior en recursos naturales, e imparte los talleres de Sanar nuestro niño interior en Valencia en el Instituto Valenciano de Terapias Naturales.