Carla Iglesias. Aqua Aura
Pocos símbolos han tenido que luchar tanto con una creencia. En Europa la perla, joya preciada de nobles y reyes, ganó con fuerza la mala fama de "lágrimas".
Lógicamente permitida sólo a la nobleza, la plebe en seguida asoció ese caro adorno con las lágrimas de un desastroso matrimonio de conveniencia, consiguiendo así justificar la mala suerte que ellas atraían.
En la India, la perla es símbolo de la energía femenina y muy utilizada para aplacar los efluvios de una luna mal aspectada. Para el tantra, toda mujer posee una perla en su interior, presentada como órgano de máximo placer en su cuerpo, el clítoris.
Para los nórdicos las perlas se encuentran simbólicamente guardadas por un fiero dragón (nuestro ego), dentro de un oscuro pozo (nuestro interior), y todo guerrero una vez en su vida debe encontrar la pureza de la perla, adentrándose en su cueva oscura y fría después de dominar al dragón.
En la antigua China, existían la creencia y la costumbre de colocar una perla en la boca de una persona recién fallecida, para que ésta pagara al barquero que llevaba su alma al más allá.
En Japón, la perla es un símbolo destacado junto a la espada y el espejo en el imperio Shinkisaschu. Su leyenda dice que la perla ha sido traída por un trueno, que fecundó a la concha, que resplandeció a la luz de la luna llena, y así dio fuerza a la mujer.
Sea cual sea el lugar de donde proviene su simbología, las perlas son círculos de luz y no dejan de traernos el mensaje de su verdadero origen. El grano de arena que entra en la concha que molesta y hace daño, y por defenderse de este dolor, el molusco fabrica el nácar transformando su dolor en belleza.
Una vez más, la naturaleza sabia nos enseña a través del gesto.