Patricia Abarca Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Tener confianza significa creer en lo que nos dicen y en lo que las personas nos transmiten sobre sí mismas, sus valores, actitudes o creencias. Cuando confiamos en alguien, sentimos que esa persona nos entiende, nos sentimos tranquilos, nos comunicamos bien con ella, gozamos de la sensación de no estar solos y tenemos la plena seguridad de que dicha persona actuará como esperamos que lo haga. La confianza es primordial en cualquier relación humana, especialmente en la vida en pareja, con la familia, en el trabajo y con las amistades ya que para hacer cosas en común, desarrollarnos y disfrutar de lo que hacemos necesitamos confiar en el otro, como también ser merecedores de confianza.
Sin embargo, todos hemos sentido alguna vez el dolor que se siente cuando alguien nos ha defraudado o traicionado, y pese a que nuestra primera respuesta es encerrarnos en nuestro dolor, distanciándonos de la persona, es importante no generalizar y reflexionar fríamente sobre lo ocurrido.
No siempre resulta fácil confiar en los demás, la vida nos muestra que hay quienes ocultan su realidad, hablan mal de otros, exageran o mienten por inseguridad en sí mismos o bien, para obtener algún beneficio. Sabemos que hay personas interesadas en buscar un provecho de las amistades, y otras que en cambio ofrecen una amistad leal y honesta. No se puede vivir sin confiar, pero debemos saber en quién confiamos, puesto que aunque todos los seres humanos somos iguales en lo esencial, no lo somos ni en caracteres ni en capacidades; son muchos los factores que se conjugan y que determinan la personalidad a lo largo de la existencia, y por eso no es posible confiar en todo el mundo por igual.
Cuando conocemos a alguien debemos estar muy atentos a cómo habla de los demás y cómo actúa con las otras personas, además del comportamiento que tiene hacia nosotros. Si es una persona que, por ejemplo, tiende a hablar mal de las otras personas lo más probable es que hará lo mismo cuando se dirija a otro refiriéndose a nosotros.
No me gusta generalizar porque la vida no se da en blanco y negro, por el contrario encontramos en ella una diversidad -y una complejidad- infinita de personalidades; sin embargo, de forma aproximativa me atrevo a decir que podemos confiar en alguien cuando vemos que no tiene ningún interés en obtener algo de nosotros, alguien que se atreve a decirnos, de manera adecuada y cuando es necesario, lo que ella ve como verdadero, expresando sus desacuerdos con total naturalidad. También podemos confiar en aquellas personas que son responsables, prudentes y discretas, es decir cuando, nos sorprende más su forma de actuar que sus palabras, al tiempo que observamos que tienen valores claros y firmes. Pese a todo, lo mejor es conocer poco a poco las facetas de una persona antes de entregarle toda nuestra confianza.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que lo esperable es que las personas maduren y cambien con el tiempo; muchos engaños son producto de la inmadurez y de la ignorancia, es necesario analizar de manera neutral lo sucedido así como las circunstancias del momento de quien nos ha defraudado y de uno mismo. El segundo paso es conversar cara a cara y de forma tranquila, no para continuar culpabilizando al otro, sino para reflexionar sobre las circunstancias y lo que cada uno ha sentido. Si vemos que el otro responde de forma honesta asumiendo su parte de responsabilidad, lo más sanador es perdonar. Recordemos cuán a gusto nos sentimos cuando confían en nosotros, o cuando nos dan una segunda oportunidad, demostrando que somos capaces o que hemos cambiado. También debemos tener claro que hay personas que no cambian -o que no quieren cambiar- y menos aún asumir lo que les toca. En ese caso lo más sano es alejarnos o mantenernos distantes, sin más.
Sin duda, lo más importante que se aprende y se desarrolla a lo largo de la vida es la confianza en uno mismo. Entre todas las cualidades que poseemos esta es fundamental ya que nos hace sentir bien, nos permite plantearnos metas, trabajar y luchar por lo que queremos. La autoconfianza es una cualidad que comienza a desarrollarse apenas nacemos según el trato, los gestos, las miradas y los cuidados que recibimos de quienes nos cuidan. Si la madre de un bebé es una persona que de por sí no confía en sí misma, es probable que le transmita –desde el nacimiento e incluso desde el embarazo– esa forma pesimista y derrotista de relacionarse consigo misma.
La baja autoestima de los padres puede desencadenar formas de conductas contradictorias hacia los hijos: por una parte pueden ser padres que desacrediten a su hijo con frases como "no vales para nada" o "no estás hecho para eso", traspasando su propia inseguridad a los hijos; o bien, transformarse en padres controladores y sobreprotectores pero afectivamente indiferentes, no dando a sus hijos oportunidades para que éstos pongan a prueba su fortalezas y capacidades, asentando en ellos la inseguridad y la desconfianza.
Por supuesto, junto a lo anterior es necesario considerar la genética, el propio carácter y las circunstancias a lo largo de la vida de estos niños. De esa manera podremos comprender sus reacciones de adultos, qué pensamientos acompañan sus vidas y de qué forma responden a los obstáculos y a las circunstancias del momento. Como vemos, la autoconfianza la desarrollamos desde el nacimiento, en gran medida por lo que los demás piensan de nosotros y el trato que nos dan.
Ante un nuevo suceso nuestro cerebro determina en una fracción de segundos la importancia de la situación y las habilidades que poseemos para afrontar dicho suceso. Las personas inseguras tienden a sentir que no son capaces, se bloquean por el miedo a fracasar, lo que les dificulta mucho tomar decisiones y ser asertivos en su conducta.
Lo importante es tener claro que la autoconfianza es una cualidad que se desarrolla en gran medida de forma cognitiva, es más bien aprendida que genética. Si se quiere y con un buen seguimiento terapéutico, se puede reestructurar y cambiar el patrón de pensamientos negativos hasta asentar en el inconsciente una nueva valoración de lo que somos, solo es cosa de querer hacerlo, tiempo, paciencia y perseverancia.