Martín Carvajal
Desde la mañana a la noche estamos acostumbrados a vivir entre sonidos. El aviso militar del despertador anuncia el comienzo de un día en el que podemos ver todo lo que nuestra mente es capaz de almacenar. El agua en la ducha recorriendo nuestro cuerpo y la cucharilla girando en el café preparan el terreno para la sinfonía diaria. El coche, entre cientos de coches, nos conduce al trabajo, metiéndonos de lleno en una vorágine de sonidos casi imposible de evitar.
Te propongo un juego (si es que todavía no lo has conocido). Por un día, controla el tiempo que eres capaz de estar sin hablar con nadie y de que nadie hable contigo. Y si puedes, memoriza todos los sonidos que escuches en una jornada. Comprobarás lo difícil que es tener un ratito de silencio, donde no estés obligado a utilizar la garganta y donde el entorno que te rodee no sea un continuo martilleo de ruidos a los que por castigo estamos ya acostumbrados.
Sin darnos cuenta olvidamos que el sonido, la nota y la melodía más maravillosa es el silencio. En él podemos descansar, volver a nuestro centro, a nuestro espacio sagrado, donde sólo nosotros tenemos acceso.
El silencio es la llave que abre las puertas de nuestro corazón. Sólo adentrándonos en el silencio podemos escuchar los mensajes y las claves que el corazón nos dicta. La información y la inteligencia vienen de la mente. El misterio de la vida está en el corazón. Y sólo una mente silenciosa puede escuchar y diferenciar la confusión de la verdad.
El silencio es una medicina maravillosa. Practicarla todo el tiempo que se pueda, aunque parezca difícil, vale la pena y no es necesario viajar al Himalaya.
Busca un sitio en tu propia casa, aprovecha la naturaleza, investiga cuál es el sitio donde tú y el silencio os podáis abrazar como dos amantes apasionados. Sin duda, será el comienzo de una relación maravillosa que crecerá día a día y perdurará para siempre.