Christian Gilaberte Sánchez
Miembro del equipo de IVATENA
Hoy quisiera empezar con una simple y profunda pregunta: ¿somos los humanos mejores que las plantas? Los humanos podemos congratularnos de haber creado sofisticadas y avanzadas ciudades como Tokio, también hemos escrito sublimes obras como La Ilíada o la Divina comedia, hemos compuesto magníficas sinfonías y conciertos, hemos desarrollado revolucionarias teorías matemáticas y hemos alcanzado un nivel tecnológico y científico inaudito. Aun con todo, insisto… ¿somos mejores que el reino vegetal?
A simple vista puede parecer que sí. Nosotros, los humanos, pensamos y nos movemos, modificamos el entorno a nuestro antojo y parecemos disponer de libre albedrío. Cualidades nada desdeñables, desde luego. Pero, dentro del contexto de la vida, es decir, como especie viviente sobre el planeta Tierra, ¿qué es exactamente ser mejor?
A un nivel biológico, se es mejor en función de la capacidad de mantener y perpetuar la propia especie con vida en el contexto evolutivo planetario. Es decir, ser lo más eficientes posibles como especie para vivir en el planeta el mayor tiempo posible y prosperar. Desde este punto de vista, la media de vida de una especie en el planeta Tierra es de cinco millones de años, este es el tiempo que, habitualmente, una especie suele vivir antes de su extinción o desaparición.
Los humanos actuales tenemos una antigüedad de unos 350.000 años en términos de especie. Esto significa que para alcanzar únicamente la media de vida en el planeta nos quedan por delante 4.650.000 años de andadura biológica. Tenemos ante nosotros un periplo existencial mucho más largo del vivido hasta el día de hoy, y aun así, nos las hemos apañado para iniciar la sexta gran extinción en la historia biológica planetaria.
No voy a detenerme aquí a arrojar cifras sobre especies extintas desde nuestra presencia en este mundo, ya que existen numerosas publicaciones al respecto, no obstante sí mencionaré que si todo continúa como hasta ahora, el planeta precisará de unos seis millones de años para restaurar de forma completa toda la biodiversidad preexistente. Y es que nuestra falsa percepción de alienación con el medio natural propicia que los ecosistemas de los que dependemos tan íntimamente se degraden y, junto a ellos, nuestras posibilidades de supervivencia en un futuro. Y ante esta posibilidad, ¿de qué habrá servido escribir La Ilíada, levantar Tokio o definir la teoría de la relatividad?
En cambio, el reino vegetal juega en otra liga. Por un lado, no solo conserva los ecosistemas en los que forma parte, sino que favorece su desarrollo y expansión, generando gradualmente un ambiente con condiciones más propicias para la vida. Por otro lado, si pesáramos en una báscula toda la vida presente actualmente en el planeta, comprobaríamos cómo tan solo el reino vegetal representa un 82% de la biomasa total, mientras que todos los animales en su conjunto representamos un 0,36% de la vida. Punto para las plantas.
Vemos pues que nuestras enraizadas amigas parecen ser más inteligentes que nosotros en términos de preservar y expandir la vida e, inevitablemente, las especies que la componen. Pero todavía hay más. Si cogemos una planta y eliminamos, por ejemplo, el 80% de todas sus hojas y ramas, e incluso parte de sus raíces, esta planta puede lograr mantenerse con vida y sobrevivir, restaurando sus partes perdidas. En cambio, si eliminan de nosotros órganos como el corazón, el cerebro o el hígado, morimos prácticamente al instante. La lógica descentralizada de las plantas les ha permitido no depender de órganos imprescindibles, ya que al vivir enraizadas no pueden tomarse el lujo de ser vulnerables ante el ataque de plagas o herbívoros. Así, como el todo está en cada parte, pueden recomponerse y continuar viviendo. Otro punto para las plantas.
Si realmente nos consideramos Homo sapiens, es necesario volver la mirada hacia el mundo vegetal, tomando su lógica descentralizada y cooperativa como patrón de una sociedad humana con ánimo de prosperar. Lo hemos logrado en algunos aspectos, como con la creación y desarrollo de internet, en el que la difusión logra la supervivencia de la red en su conjunto pese a la destrucción de uno o cientos de miles de ordenadores. Internet no muere si nuestro ordenador muere. Además, cada ordenador es capaz de recibir y enviar información al resto de componentes conectados, al igual que lo hace una hoja o una raíz. No obstante, esta lógica digital parece ser nuevamente y progresivamente contaminada por la jerarquización propia de nuestra cosmovisión antrópica.
El nuevo mundo será de estructura vegetal o no será. La cooperación prevalecerá a la competición, el colectivismo al individualismo y la comunicación al aislamiento. La evolución tiene claro el camino más eficiente, ¿lo tenemos claro nosotros?