Aarón Andreo. Historiador del arte, Profesor de taichi y chikung de la Escuela Tantien
Jean-Louis Trintignant en “Amour” (Michael Haneke, 2012) relata como en su juventud vio una película, y aunque no recuerda el título o quiénes eran los actores, sí recuerda lo que sintió al verla.
La mente racional usa el lenguaje de la razón, la ciencia, la interpretación y la descomposición analítica; la usamos para reflexionar y para la mayoría de las prácticas de aprendizaje.
Mientras, la mente emocional es la metáfora, el símbolo y la imaginación; es el lenguaje de nuestro mundo interior, los sueños o fantasías, por ello es más impulsivo y poderoso. Nuestras dos mentes (popularmente conocidas como corazón y cabeza) trabajan en estrecha colaboración, en armonía, pero con la aparición de las pasiones, este equilibrio se ve alterado y la mente emocional se hace con el control, secuestrando a la mente racional.
La metáfora, el mito, la analogía, la poesía, la ópera, los cuentos, el cine, los sueños… Todos ellos pertenecen al lenguaje propio de la mente emocional. Los grandes maestros espirituales utilizaron las parábolas, las fábulas, el lenguaje metafórico para movilizar el corazón de sus seguidores. La lógica, la inteligencia racional poco tiene que ver con los mitos y los rituales religiosos, éstos pertenecen al reino del lenguaje del corazón.
Clarissa Pinkola relata cómo los antiguos anatomistas dividían el nervio auditivo en tres -o más- caminos hacia nuestro interior. Uno reservado para las conversaciones mundanas, el segundo para la erudición y el arte, y por último, el tercer camino iba directo al alma, reservado para los consejos que pueden servir de guía y así adquirir sabiduría durante nuestra estancia en la Tierra. El cuento ha de escucharse, entonces, por el oído del alma. Después, cada persona creará una historia diferente a partir del relato o de la realidad externa que percibimos, el ser humano está repleto de historias en su interior, y aportamos ese mundo interior de cada uno para dotar de un significado personal a cada historia. “El significado de los cuentos lo aporta el que escucha, no el narrador”, Bernardo Ortín.
Los estudios sobre los mitos y cuentos de hadas de los últimos dos siglos se han realizado desde el punto de vista filosófico y psicológico. A la conclusión final que han llegado estudiosos como Mircea Eliade, Vladimir Propp, Jan de Vries o W. E. Peuckert es que los mitos y los cuentos populares son el recuerdo de los antiguos ritos de iniciación o totémicos.
Mircea Eliade, dentro de la complejidad para definir al mito, recoge diferentes interpretaciones y encuentra una definición única que puede reflejar la idea del mito en las sociedades arcaicas y tradicionales. El mito es una historia sagrada, cuenta el origen y la creación de la realidad, de los comportamientos humanos, tomándose estos relatos como una “historia verdadera”. Se relatan las hazañas de los Seres Primordiales, sobrenaturales, que se revelan como modelos ejemplares del comportamiento y de los ritos humanos. Más adelante, el término “mythos”, opuesto al “logos”, vendrá a significar todo aquello que no puede existir en la realidad, aquello que es mentira.
Este artículo se aleja de este concepto para centrarnos en el mito como modelo de conducta, portador de un lenguaje simbólico que representa el contenido inconsciente o espiritual de las sociedades arcaicas.
El cuento se separa del mundo mítico. El mundo de los mitos aparece gobernado por dioses y por el destino; los hechos que ocurren son absolutamente únicos, eventos grandiosos. Los protagonistas de los mitos suelen ser héroes, a veces hijos de algún dios, con características muy humanas, con cambios de actitud, fuertes pasiones, tienen incertidumbres, dudas… Y generalmente con un final trágico para aquél, que acaba teniendo una vida inmortal en el cielo. Por el contrario, aunque en los cuentos o relatos aparezcan hechos insólitos, se presentan con normalidad, como algo que pudiera ocurrirle a cualquier persona. Los cuentos comienzan de una manera realista, muchas veces con una situación problemática, como hambruna o pobreza.
Los cuentos de hadas no eran concebidos como un género en sí mismo, ocurría que otros relatos como “Alicia en el País de las Maravillas”, “Peter Pan” o “El Mago de Oz” eran clasificados como tales, pero es preferible denominarlos como relatos fantásticos. Las versiones cinematográficas convirtieron estos cuentos en un género puramente infantil, incluyendo los relatos antes mencionados. A pesar de ello, se han desarrollado otros proyectos que han mantenido esa variante más aterradora y psicológica de los cuentos de hadas y relatos fantásticos, como “La Bella y la Bestia” (La Belle et la Bête, Jean Cocteau, 1946), “En compañía de lobos” (The company of Wolves, Neil Jordan, 1984) basada en Caperucita Roja, “El viaje de Chihiro” (Sen to Chihiro no kamikakushi, Hayao Miyazaki, 2002) o “El laberinto del fauno” (Guillermo del Toro, 2006), por citar algunos ejemplos.
Desde la antigüedad se ha ido nutriendo a la imaginación humana (la literatura, las artes plásticas y actualmente el cine) de todo un mundo cargado de simbolismo iniciático, de esta forma, el mundo onírico, el universo imaginario, se convierte en el espacio donde se realizan todos los cambios espirituales, sobreviviendo todo a nivel inconsciente.