Mar Tarazona Beltrán. Odontóloga
Chuparse el dedo es una conducta habitual y fisiológica durante el primer año de vida del bebé y se recomienda no quitar la costumbre ya que lo normal es que deje de hacerlo hacia los dos años. Chuparse el dedo le sirve al bebé para conocer su propio cuerpo, descubrirse y además tranquilizarse. Es un signo de madurez desde el punto de vista psicomotor.
Deja de ser un reflejo para convertirse en un hábito a partir de los cuatro años de edad. Es recomendable observar en qué momentos tiene más tendencia a hacerlo para identificar la causa que lo lleva a ello: si está aburrido, si tiene sueño y no puede dormirse, si tiene miedo, si no quiere estar solito... y así poder ayudarle para que no tenga la necesidad de chuparse el dedo.
El pulgar es el dedo que con más frecuencia chupan, aunque hay niños que lo intentan con otros o incluso meter toda la mano en la boca.
Consejos
Seguidamente, unos consejos para ayudar al niño a que deje de chuparse el dedo sin sustituirlo por otros hábitos nocivos, sino que pueda encontrar una forma de superar aquellas situaciones que lo hacen sentirse intranquilo y nervioso.
La ansiedad y el sentido de culpa son emociones que provocan este tipo de hábitos. Hay que dejar de enjuiciar sus acciones, no castigarlos, ni regañarlos, ni gritarles o amenazarles y hacer que los niños vayan pensando, reflexionando y valorando sus acciones. Hay que hablar con ellos de forma objetiva sin juzgarlos y que sean los niños mismos los que reflexionen sobre lo que sienten con sus actos. Nosotros sólo estamos para ayudarlos en sus dudas y acompañarlos mientras maduran.
Es bueno que los niños estén ocupados en actividades donde puedan expresar libremente sus sentimientos, como la pintura, escribir, bailar, cantar, hacer deporte, manualidades, etcétera. Ayudan a que los niños centren su atención en acciones creativas y desahoguen lo que sienten.
Dejar de chuparse el dedo tiene que ver con un factor de madurez emocional. Se requiere paciencia, no hay que insistir a cada rato y nos debemos observar como padres ya que muchas de nuestras actitudes adultas (la crítica, la autoridad, los castigos...) pueden ayudar a que el niño mantenga este hábito.
Cuando los niños se acostumbran a este hábito suele ser porque necesitan contacto corporal y emocional. Son niños que se sienten desamparados y necesitan más contención emocional de su familia que otros. Es una manera de defenderse frente a la aparición de ansiedades tempranas que los atemorizan derivadas de la separación de su madre, del temor a perder a su madre durante el periodo de lactancia o de cualquier situación viven como una pérdida del vínculo materno. Hay que intentar que estos niños se sientan seguros mientras van madurando y darles mucho amor, besos, abrazos, caricias, para que en todo momento se sientan queridos.
Este hábito también puede desencadenarse por una situación traumática puntual, como mudanzas, nacimientos de hermanos, problemas escolares, la separación de los padres, accidentes, enfermedades de los padres o del niño, situaciones de violencia, muertes en la familia, entre otras.
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