Estela Vassallo Pasqua. Terapeuta Gestalt
Cuando realizo un taller de risoterapia el objetivo es generar risa. La risa segrega endorfinas, las llamadas hormonas de la felicidad. Mi cerebro no distingue si la risa es provocada por una broma, un juego o simplemente mi imaginación. Las endorfinas aparecen en mi cuerpo bioquímicamente.
Así que, tanto para lo negativo como para lo positivo, mi cerebro tiende a reaccionar a los estímulos que le ofrezco, sean en forma de palabras, emociones, creencias, ideas, símbolos, juegos, pensamientos. Imaginarios o reales.
Una vez me dijeron "torpe" porque al apoyar un vaso de cristal sobre la mesa se me resbaló de la mano, cayéndose al suelo y rompiéndose. Ahí me pusieron una "etiqueta". Y de alguna manera yo me creí torpe. Apareció mi limitación. Mi cerebro registró mi torpeza como propia. Ya funcionaba en automático. Así que cada vez que tocaba cosas frágiles ponía toda mi atención en no romperlas, pero mi ansiedad era tan grande que mis dedos temblaban. Las cogía más fuerte o me esforzaba en cuidar extremadamente mis movimientos, aunque cada vez veía sucumbir su fragilidad en mis manos, estrellándose en mil pedazos delante de mis ojos sin poder hacer nada. Si siempre me dijeron "torpe", reforzada mi actitud con mi creencia y comprobada por mis resultados, concluyo que soy torpe.
Y esta es solo una de las tantas etiquetas que podemos llevar con nosotros: superficial, creativa, mala en matemáticas, gorda, pequeña, poco habladora, perfeccionista, miedosa, narigona, flacucha, culona, fantasiosa, irritable, depresiva, y la lista continúa.
Pensemos cómo nos presentamos ante los demás. Decimos "soy Ester", "soy médico", "soy la mamá de Julio"," soy la esposa de Juan", "soy..." más etiquetas. En realidad deberíamos decir "mi nombre es Ester", "mi profesión es médico", "a través de mí ha nacido una persona cuyo nombre es Julio", "decidí compartir mi vida con alguien de nombre Juan"...
A veces también nos definimos con las enfermedades: "soy diabética", "alérgica", "hipertensa"... Más etiquetas.
¿Y la sociedad? Ella a través de diversos medios nos impone estereotipos de "mujer" o "varón" "perfectos", nos exige cumplir con ciertos cánones ideales: tamaño de cuerpo, estatura, color de piel, formas de vestir, estilos de vida, edad "correcta" para realizar determinados actos como estudiar una carrera, comprarse una casa, casarse, tener hijos... y no nos damos cuenta que estamos dormidos viviendo una ilusión que ni siquiera es nuestra, soñando fantasías inalcanzables y alienantes con el afán de pertenecer. Pertenecer a esa sociedad que nos obnubila con burbujas de colores.
Me imagino una persona llena de posits amarillos pegados en cada milímetro de superficie de su piel.
Yo no soy todas esas etiquetas. Ellas no me definen.
Sin embargo a veces nos identificamos con ellas. Actuamos, sentimos, pensamos y creemos que somos esas etiquetas. Y por supuesto nos quedamos encasillados en definiciones limitantes.
Me encuentro sentada cómodamente en el sofá de mi casa viendo la película de mi vida como una mera espectadora sin creer que soy la protagonista. Yo escribo el guion, represento los papeles de mi vida y puedo cambiar de personaje cuando me apetezca, porque además soy la directora.
Cuando descubro los diferentes personajes que viven en mí, soy capaz de reconocerme. Puedo elegir. Puedo cambiar, descartar, aprovechar o reforzar mis actitudes. Al ser consciente de mis capacidades, me siento más libre de las imposiciones externas y comprendo el funcionamiento de mis máscaras y mi comportamiento.
Reconocer mi verdadera esencia y permitirle que se manifieste es crecer.
Para ello necesitamos conocer nuestras potencialidades, esa esencia divina que contiene todas las posibilidades en sí misma. Y para descubrirlas, o mejor dicho re-conocerlas, necesito hundirme en el silencio y escucharme. Ocupamos toda la vida buscando una prueba de nuestra divinidad, sin comprender que la divinidad habita en nuestro interior y se manifiesta en nuestros actos. Siempre indagando afuera lo que en realidad se halla dentro.
Al tomar prestado el vocablo "psicomagia" de Alejandro Jodorowsky, y entendiendo que el cerebro no distingue entre un acto real de uno ficticio (porque lo simbólico le habla directo al inconsciente), la realización de un trabajo creativo, teatralizado y alegórico puede sanar alguna dificultad que esté impidiendo conectarme conmigo y simplemente ser.
En nuestra memoria celular está grabado lo ritual. El rito conserva ese carácter sagrado. Gestalt, juego y teatro se juntan en un nutritivo taller que nos permite abrir una puerta, entrar y tomar nuestras propias decisiones. La propuesta de trabajar nuestras máscaras es precisamente eso, hablarle al inconsciente a través de un ritual simbólico.
Hay un momento en el que es necesario despertar y accionar. Ese momento es ahora.