Emi Zanón. Escritora y comunicadora
Todas las virtudes son realmente formas de perfección en el hombre. Manifestaciones de su más íntima y sagrada esencia. Esencia que se va manifestando a lo largo de su propio camino evolutivo, de sus vivencias y realizaciones. Todos los seres humanos como especie tenemos que recorrer el mismo camino, pero no todos estamos en el mismo tiempo o lugar de ese camino. De ahí que las personas que son generosas, a mi entender, son aventajadas pues han dejado atrás en el camino, han sorteado ya el egoísmo, la avaricia, la envidia y otros tantos pedruscos y escollos difíciles de superar.
La palabra “generosidad” viene de la raíz indoeuropea “gen” que significa engendrar, dar a luz, y se acompaña de dos sufijos: el primero de ellos “oso”, que indica “abundancia”, y el segundo“dad”, que significa “cualidad”. Así pues, su raíz etimológica (me encanta estudiar y buscar la raíz, los orígenes de todo y especialmente de las palabras) literalmente nos dice que la generosidad es la cualidad de dar en abundancia. Dar no solo lo que uno tiene sino lo que uno es. Darse al cien por cien. De ahí que generosidad vaya unida a bondad, dignidad, voluntad, caridad… (Hasta el siglo XVIII, el calificativo de hombre generoso era dado a un hombre por naturaleza valiente y noble).
Han sido muchos los pensadores, los filósofos, los escritores y mentes lúcidas de todos los tiempos y lugares que han escrito sobre las virtudes del hombre. Miguel de Cervantes escribió en “El Quijote” que “la sangre se hereda, y la virtud se aquista”. Aristóteles dijo que “la virtud, como arte, se consagra constantemente a lo que es difícil de hacer, y cuanto más dura es la tarea, más brillante es el éxito”. Platón afirmó que “el objetivo de la educación es la virtud” y Pascal, que “la virtud del hombre no debe medirse por sus esfuerzos sino por sus acciones cotidianas”… Y no sigo pues no hay espacio suficiente para todos ni yo tengo pleno conocimiento de ellos. Sin embargo, basta con esta última aserción de Pascal para entender que la virtud, en este caso concreto “la virtud de la generosidad”, se va conquistando con nuestras acciones. Acciones altruistas y filantrópicas. Altruistas porque no debemos esperar nunca nada a cambio, simplemente dar por dar (no por no sentirse culpable, no por darnos más brillo, etcétera), y filantrópicas por mostrar el amor incondicional a la raza humana y a uno mismo, pues generosidad es perdonar a los que nos han hecho daño, a los que nos han hecho sufrir, y también el concedernos perdón a nosotros mismos, el perdonarnos por aquellas acciones que nunca hubiéramos deseado haber ejecutado.
Es una gran responsabilidad la que los padres tienen con sus hijos en este sentido. La virtud y el valor de la generosidad se aprenden y desarrollan desde los primeros años. Y se aprenden con el propio ejemplo de los padres, que ya, con su propia labor en el hogar, en el sustento, en la educación, en el amor incondicional hacia sus hijos… van despejando el camino de pedruscos y escollos para que crezcan y lleguen a la plenitud de su formación como personas, y más que eso, como “seres humanos” que llevan en su esencia la cualidad de dar en abundancia, especialmente, Amor.
A la hormona oxitocina relacionada con la generosidad dedicaremos posiblemente otro artículo, pues el espacio para este se ha terminado. Solo me queda deciros que practiquéis la generosidad pues veréis además del gran gozo que produce su ejercicio, cómo llega a vuestra vida la abundancia en todo.