Aurelio Álvarez Cortez
Quién es
Director de Editorial Kairós, especializada en la divulgación del pensamiento y las tradiciones de Oriente, la psicología profunda o la ciencia, Agustín Pániker es autor de media docena de libros, en su mayor parte relacionados con la India ("El jainismo", "Índika", "Los sikhs", "El sueño de Shitala" o "La sociedad de castas"). Es profesor en distintos másters universitarios acerca de religiones de la India (Universitat de Girona, Universidad Pablo Olavide de Sevilla). Y preside la Fundación Ramuni Paniker Trust, enfocada en fomentar la educación entre los niños y niñas desfavorecidos del Sur de la India. Disertante en el acto inaugural del VI Congreso Mediterráneo de Yoga (2018), en Valencia, junto a Vicente Merlo, sobre el tema "El Yoga. De Patáñjali al Hatha Yoga".
-Parece ser que el origen de los humanos está en India, y no en algún lugar de África, Agustín.
-No venimos de India, aunque yo seguramente un poco (risas)… Aquella era una idea un tanto romántica que se tenía en el siglo XIX y parte del XX, de que el origen de todo estaba en India y que el sánscrito era la madre de todas las lenguas. Hoy ya no lo vemos así. India, como cualquier espacio cultural, ha ido evolucionando. Lo que sí es cierto es que ha mantenido una continuidad de su civilización durante por lo menos cinco o seis mil años, en lo sociocultural, espiritual y religioso. Eso nos da esta sensación de que la India retiene algo muy primigenio, como sucede con China. Actualmente podemos ver allí rituales de 5 mil años de antigüedad, algunos muy sofisticados. Es como si estuviéramos asistiendo a rituales de los faraones de Egipto. Esta asombrosa continuidad nos da la sensación de que ahí está el origen.
-¿Hay cierta idea romántica sobre India en Occidente?
-Sí. Cualquier espacio social y cultural de peso está sujeto inevitablemente a una serie de estereotipos o clichés porque todos necesitamos ese tipo de patrones para comunicarnos. Los que se han colgado sobre India son básicamente tres muy resilientes y siguen vigentes. Uno es el de la India exótica que venden las agencias de viaje. Es un espacio atractivo, con palacios de marajás, el Taj Mahal, tigres de Bengala, incienso, templos en la jungla, rubíes… Cristóbal Colón quería ir a esa India exótica, repleta de riquezas, como las especias, pero se equivocó y cambió el mundo. Otro cliché es la India idealizada en lo espiritual. Pareciera que todos los indios hacen yoga, que todos son muy sabios, van levitando por la calle y están más allá del tiempo. Estas generalizaciones no son gratuitas, pero sí una gran simplificación. Naturalmente, eso no quita que hayan existido unas grandes tradiciones de sabiduría, y podemos aprender todavía mucho de ellas precisamente porque las han mantenido durante siglos. Y un tercer cliché, más periodístico y negativo, es la India de la catástrofe, de los grandes desastres, terremotos, accidentes, superpoblada, la India de la pobreza, de la injusticia social, de las castas, las mujeres, que, si bien tampoco es gratuito, sí resulta reduccionista.
-En tu libro “La sociedad de castas” desarrollas un trabajo sociológico, antropológico, sin antecedentes, sobre un tema que te ha servido para presentar una vez más a la India.
-Un tema con mala prensa en Occidente por desconocimiento, en el que se proyectan sobre India problemáticas occidentales. En el libro trato de no enjuiciar, pero puedo ser crítico. Extremadamente compleja, esta cuestión de las castas se sostiene en dos pilares, uno razonablemente sabio y otro más negativo. El primero es el Principio de la Diferencia. En India, que las personas sean diferentes es una máxima muy apreciada. Cada grupo se autorregula con sus propias leyes, costumbres, rituales… cada una de las cinco mil castas es virtualmente un grupo étnico, con sus costumbres, mitos, templos, formas de vestir, dialectos, dioses… Por eso la India es una buena tierra de acogida para grupos perseguidos como los judíos, cristianos nestorianos, ahora los budistas tibetanos, los zoroastrianos que vinieron de Persia (los parsis), porque se constituyen como otra casta, con sus peculiaridades, y eso es bienvenido. Esto explica por qué ningún indio quiere renunciar a su casta. Es uno de los marcadores de su identidad.
-Has explicado el pilar positivo, ¿cuál es el negativo?
-Es el denominado Principio de la Jerarquía, que en Occidente repele bastante. Yo lo critico, pero siempre con empatía. Por resumirlo: el precio que pagan los indios para mantener su hecho diferencial es la jerarquía. Ciertamente, la jerarquía es más ambigua de lo que parece, sobre todo en el superpoblado mundo de las castas intermedias. Ahí no existe un gran problema. Sí lo hay con los que quedan abajo, los intocables, que hoy se llaman dalits, o adivasis, que es la población tribal. Entre ambos colectivos forman un 25 % de la población total, es decir más de 300 millones. Históricamente estos colectivos han estado marginados, excluidos, pisoteados, por dos grandes factores: uno religioso, ritual, la ideología brahmánica, que los considera impuros, y el otro, más prosaico, común a la clase social, que es el hecho de quien tiene poder social somete a los que no lo tienen. Muchos peones, labriegos, quedan catalogados bajo la etiqueta de la intocabilidad. Esos dos lenguajes se retroalimentan mutuamente.
-Tú afirmas que en los últimos 50 años la India hace muchos esfuerzos por corregir esta situación que acabas de mencionar.
-Se ayuda a estos colectivos con discriminación positiva en una serie de aspectos, como la educación, en el funcionariado público, y a través de una serie de medidas, con lo cual las cosas están mejorando. En la India urbana mucha gente puede llegar a decir que el problema está superado, pero eso no es cierto. En la ciudad todo se relaja más, pero en la India profunda, aún con muchos prejuicios, el tema sigue muy vigente.
-Pones el caso gitano como ejemplo del prejuicio en Occidente.
-Sí, el pueblo gitano recibe el mismo prejuicio en Europa que el indio de casta alta tiene sobre el de casta baja o intocable; le dice que es sucio, roba, miente, que es mejor que viva separado, etcétera. Por lo tanto, el Occidente muy igualitarista ha generado su propia forma de intocabilidad. Si bien no está tan bien sistematizada ni tiene el aval religioso que posee la intocabilidad en India, nos sirve para entender el tema. Aunque las medidas jurídicas y políticas tomadas para superarlo son buenas, ha de pasar mucho tiempo para que los indios cambien su mente.
-Personalidades como Gandhi o Vivekananda, en situaciones particulares, tampoco se han comportado de forma modélica según la visión occidental.
-Eso lo abordo más en otro libro, de 2006, que se llama “Índika”, donde desmonto clichés, ideas apriorísticas que tenemos, a modo de terapia (risas). Cuando hablo de Gandhi respecto a las castas, emergen todas sus ambigüedades, su complejidad. Aquí se le tiene como el campeón en la lucha por los desfavorecidos, pero tú pregunta a uno de esos 300 millones de intocables y probablemente no te ponga buena cara. De hecho, el doctor B.R. Ambedkar, gran adversario de Gandhi, un intocable, muy poco conocido fuera de la India, también con sus luces y sombras, hoy tiene más estatuas en el país que aquél.
-¿Quién fue Patáñjali?
-Como muchas figuras de la India antigua, está envuelto en el mito, la leyenda… No sabemos nada de él. En realidad, los indios son el pueblo con menos consciencia historiográfica que se conoce, al contrario de chinos y árabes, que lo anotaban todo. Hay un arco de 500 años para situarlo, algunos dicen que en el siglo II antes de Cristo y otros en el tercero después de Cristo. A veces se lo confunde con un gramático que también tiene el mismo nombre, algo muy dado en la India. De todos modos, parece que hubo un tal Patáñjali hace dos mil años que recogió unas enseñanzas muy antiguas y las sistematizó. Enseñanzas espirituales, filosóficas y, ante todo, prácticas. En la India la filosofía es eminentemente práctica, no son especulaciones. Las hay pero la finalidad es liberadora. Como dicen muchos sutras, si una verdad no nos libera del sufrimiento, la ignorancia y el dolor, no vale la pena entonces profundizar en ella. Buda, un gran pragmático, afirmaba lo mismo. Patáñjali sintetiza esos conocimientos que le llegan por distintos linajes, tradiciones y maestros, y transmite sus famosos Yoga Sutras, los 190 aforismos del yoga, breves y escuetos para ser memorizados y transmitidos fácilmente. Es un filósofo que trata de sistematizar esa tradición que recibe.
-¿Cómo es el yoga de Patáñjali?
-Antes de Patañjali había una tradición yóguica. Buda, que es del 500 a.C., está muy próximo a esas prácticas, que él mismo va a aprender con maestros yoguis. El Buda es otro que aporta a ese caudal de enseñanzas en la antigüedad. En sus Yoga Sutras, Patáñjali utiliza toda la terminología budista, la terminología escolástica y exegética propia de los monjes budistas. El yoga tiene su origen en una serie de ideas, prácticas y visiones de la antigua India que luego cristalizarán en el budismo, el Samkhya, el jainismo o el yoga clásico de Patáñjali. Significativamente, lo que más resalta cuando uno lee los sutras es que Patáñjali habla básicamente de meditar. Solamente en uno de los sutras habla de postura, y dice: “… Póngase en una postura en que se encuentre cómodo”. En aquellos tiempos el objetivo del yoga es detener las turbulencias de la mente, como práctica meditativa, introspectiva. Le da mucha importancia a la respiración y otros aspectos, pero no es nada hatha yóguico.
-Hay quienes afirman que el hatha yoga, físico, es la forma más primigenia y original.
-Es muy discutible. Patáñjali dice que el objetivo del yoga es el samadhi, la contemplación o ataraxia. También otorga mucha importancia a la parte ética, los yamas y niyamas, y en cambio los asanas son secundarios. Siglos después, Vyåsa, su primer gran comentador, habla de once posturas, aunque todavía el yoga sigue muy próximo al budismo, y es principalmente meditativo.
-¿Cuándo cambia esa tendencia?
-A partir del siglo XI, en la Edad Media, con los movimientos tántricos, hay una revalorización del cuerpo, de las energías corporales, la kundalini, y de la naturaleza, la mujer. Surge un movimiento muy interesante que genéricamente llamamos tantrismo que impregna todas las tradiciones de la India, incluso el budismo, el hinduismo y el jainismo. Es como una moda espiritual, durante siglos, y eso hace que el cuerpo, que hasta el año mil no había sido muy valorado por las tradiciones espirituales, se convierta en el templo en el cual el yogui realiza todas sus meditaciones y su introspección. El cuerpo pasa a ser divino, y ahí las cuestiones de postura y respiración empiezan a tomar una centralidad que antes no tenían. Y saltando en el tiempo, en el siglo XIX, en el encuentro colonial con Occidente estas tradiciones de yogas energéticos y más físicos se cruzan con tradiciones británicas de culto del cuerpo, sobre todo con la gimnasia sueca. El yoga le debe, más de lo que a algunos les gustaría reconocer, a las tradiciones gimnásticas y de educación física europeas.
-De ese encuentro con lo occidental, ¿qué emerge?
-El yoga se “asaniza”, ya no se presenta como algo espiritual y meditativo, que los británicos mirarían con desdén, sino que en la asimetría colonial lo presentan como ciencia. Por lo tanto deben ir a lo mensurable, lo físico, lo corporal. En esa interacción, desde finales del siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX, el yoga se transforma mucho. Es cuando Vivekananda habla del raja yoga (y filosóficamente lo vedantiza). El yoga que triunfa en Rishikesh y Mysore, los dos focos de irradiación principales, es muy físico. A partir de los años 60, muchos occidentales descubren los beneficios del yoga y, queriendo ir a las fuentes, encuentran la dimensión espiritual del yoga, que no es un mero pilates.
-Llama la atención que en Occidente haya más mujeres que hombres interesadas por el yoga.
-Uno de los vectores que influye en la “asanización” del yoga, aparte de la gimnasia sueca o el escultismo norteamericano, es el ballet practicado por mujeres británicas en los años 10 y 20 del siglo pasado. Afortunadamente, en mi opinión, ahora se dulcifica algo esa práctica tan acrobática, física, ligada al yoga de los años 40, 50, que era muy físico. En otra cuestión vinculada con la asimetría colonial, el indio y el hindú en particular era tildado de afeminado, no guerrero, no valiente, mientras que los musulmanes, también los sikhs, se veían varoniles, según otros clichés británicos. Frente a esa crítica, el yoga devino más físico para demostrar al colonizador que no eran “nenas”, lo que para mí ocasionó cierta desvirtuación.
-¿Seguirá transformándose el yoga, tal como la India, que parece ser una de las futuras potencias mundiales, junto con China?
-En el retorno del yoga a sus orígenes se da algo del “efecto pizza”. La pizza italiana era una coca a la que no le ponían casi nada, y fueron los emigrantes italianos que la llevaron a las Américas, donde empezaron a agregarle mozarela, tomate, orégano, jamón, huevos, etcétera, con gran éxito. Regresó luego a Italia como el plato nacional y los italianos dicen que es “la pizza de toda la vida”. Con el yoga pasa un poco lo mismo. Obviamente el origen es indio, pero luego del éxito que ha obtenido en el extranjero, cuando regresa ya es otro yoga. El proceso que se está dando en Occidente es casi más interesante que el de la India porque es precisamente en Occidente, por diferentes motivos, que se quiere ir a las fuentes, mientras que en India hay una cierta manipulación por parte de los políticos, incluso por la ideología nacionalista que hoy domina, que al apropiarse del cliché de la India espiritual quiere también apoderarse del copyright del yoga.
-Tu consejo para quien no ha ido todavía a India.
-Que vaya a la India rural, allí hallará la verdadera espiritualidad. Soy un poco alérgico a los ashrams y centros de maestros espirituales porque la gran espiritualidad la encuentro en el pueblo, en esas mujeres analfabetas y de castas bajas que lo están pasando mal, pero no sólo te reciben con una gran sonrisa, sino que aprendes de su sabiduría en su manera de afrontar la vida, que puede ser bien dura. Y aunque es difícil comunicarse con estas personas de la India profunda, al salir del circuito turístico, paseando por el pueblo, todos te recibirán con una hospitalidad inmensa. Descubrirás que lo divino, lo sagrado, está en las pequeñas cosas, en el trato, en las comidas, en las miradas, en la naturaleza, y no obligatoriamente en las grandes enseñanzas de los maestros. Es una India muy agradecida, de pueblos y carreteras. Es el cuerpo de la Diosa.