Olaya Martínez Gil. Psicóloga
“La Psicología, a diferencia de la Química, Álgebra o Literatura, es un manual para tu propia mente. Es una guía para la vida”. Daniel Goldstein
¿Cuántas veces os habéis sentido desprotegidos ante los aconteceres de la vida? ¿Cuántos momentos de duda? ¿En cuántas situaciones os quedasteis parados sin saber muy bien qué hacer o cómo responder a ciertas demandas? ¿Cuántas veces habéis pensado que se os escapaban situaciones de las manos? ¿Os habéis sentido al límite?
Yo, al igual que vosotros, en numerosas ocasiones. Tal parece que la vida nos pone a prueba una y otra vez.
Y es que llegamos a este mundo de forma muy prematura, siendo totalmente dependientes de nuestros progenitores y aprendiendo poco a poco a valernos por nosotros mismos (en términos físicos, lo psicológico y emocional viene después y trae cola). Nos desarrollamos todo lo bien que podemos y a gran velocidad, que de otro modo parece que nos quedamos atrasados y sin tiempo.
En líneas generales, se considera que para que un ser humano viniese al mundo con un nivel neurológico y cognitivo parecido al de los chimpancés recién nacidos, el embarazo de una mujer debería durar entre 18 y 21 meses. Algo que resulta inviable dado el característico bipedismo humano que ha provocado un estrechamiento de nuestra pelvis y, con ello, un estrechamiento también del canal del parto en las mujeres.
A lo largo de nuestro desarrollo y gracias al acompañamiento y apoyo de nuestros progenitores, como digo, vamos alcanzando los diferentes hitos evolutivos: aprendemos a sostener la cabeza, aprendemos a balbucear y decir nuestras primeras palabras, más tarde aprendemos a hablar, aprenderemos a gatear y a caminar. Junto con todo esto, vamos aprendiendo otras muchas cosas. Nuestra mente va realizando un potente trabajo de creación. Va creando un perfecto y sofisticado entramado de conexiones neuronales y, a través de ellas, se van formando esquemas de pensamiento, conjuntos de creencias y diversos tipos de conductas. Y así, poco a poco, nos convertimos en quiénes somos y nos enfrentamos a los aconteceres de la vida conforme dicho entramado de conexiones nos permite. Nuestra mente ha creado nuestro propio mundo interior que debe salir y enfrentarse a la vida real.
Como psicóloga hay algo que repito mucho en consulta a mis pacientes: en realidad todos tenemos las mismas capacidades y a todos se nos pone a prueba para demostrarlas. Ni yo soy más fuerte, ni tú eres más débil. Partimos de la base de que todos estamos compuestos y provistos de las mismas cosas. Somos perfectos y completos. Me gusta utilizar el símil de que somos como cajas de herramientas completas, tenemos todo lo necesario para enfrentarnos a todas y cada una de las situaciones que se nos van presentando a lo largo de nuestro camino vital y hacerlo de forma óptima. El problema es que muchas de las herramientas con las que contamos son para nosotros por completo desconocidas, o bien, no las sabemos utilizar.
Por lo tanto, nos encontramos ante la vida, una vida que viene sin libro de instrucciones al igual que nuestra psique, que hace lo que puede por entenderla y responder en consonancia. No obstante, existen cantidad de situaciones que pueden hacernos llegar al límite e impedirnos de algún modo saber qué hacer o cómo actuar. Y precisamente para ello nació la maravillosa compañera llamada psicología.
Recuerdo perfectamente el día que decidí estudiar la carrera. Siempre había pensado que, a lo largo de mi vida, debía dedicarme a alguna profesión en la que poder ir de la mano de otras personas, una profesión que me permitiese poder acompañar, donde tener la oportunidad de guiar y (a pesar de que no me gusta llamarlo así) ayudar a todos aquellos que lo necesitasen, gracias al desarrollo de mi trabajo. A pesar de que en un principio me decantaba más por la medicina o la enfermería, el destino quiso que finalmente la psicología se cruzase en mi vida y desde entonces ha sido y es, sin duda, una gran compañera de camino. Una herramienta gracias a la cual no sólo tengo la maravillosa oportunidad de acompañar a otras personas a caminar sus vidas, sino que ha iluminado por completo la mía.
A pesar de estar dotados de todas las herramientas necesarias para enfrentar cualquier contratiempo, cada quien hemos desarrollado más unas capacidades u otras (las que cada uno ha ido necesitando, en realidad). Es por ello que no a todos nos afectan las mismas cosas, ni mucho menos nos afectan por igual. La psicología resulta una herramienta fundamental para ayudar a descubrir y desarrollar cada una de las capacidades que tenemos y desconocemos y a potenciar aquellas con las que ya contábamos.
La psicología ha sido una ciencia bastante estigmatizada a lo largo de los años pero, por fortuna, parece que empezamos a darnos cuenta de que no es necesario tener ningún trastorno mental específico para ocuparnos de cuidar nuestra salud emocional. La psicología nos ayuda a conocernos, a investigarnos y estudiarnos, a aprender más acerca de nosotros mismos, a potenciar nuestro pensamiento crítico. Nos ayuda a mirar a la cara a nuestros miedos y fantasmas, algo que nos permitirá sacar a la luz todos los recursos con los que contamos para enfrentarlos. La psicología nos sirve como potenciadora de nuestra autoestima, de nuestra empatía, nos brinda contención emocional en situaciones que así lo requieren y nos acompaña aportando luz a nuestros duelos.
Como bien decía Goldstein, la psicología es, en definitiva, una guía para la vida.
La autora es especialista en Psicología Perinatal e Infantil. Especialista en Infertilidad, procesos de Reproducción Asistida y acompañamiento emocional del embarazo y post-parto.
Miembro del Equipo del Instituto Valenciano de Terapias Naturales.
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