Ana Pérez. Formadora en Chamanismo Práctico Contemporáneo®,
Shamanic Practitioner, Terapeuta Gestalt y Coach
En los Salmos del Antiguo Testamento se llamó al maná “el trigo de los cielos” (Sal. 78:24) o “pan de los cielos” (Sal. 105:40). Cuando los israelitas lo vieron por primera vez exclamaron “¿man hu?”, que quiere decir ¿qué es? Probablemente sea el nombre o sonido que luego utilizaron para llamar maná al alimento llovido del cielo. No sé si se trata de una crónica histórica de un milagro o de un relato pedagógico en el que el cielo se entiende en sentido metafórico como fuerza invisible o espiritual frente a la tierra que representaría el orden de lo material, de lo manifestado.
Mi primo Manuel utiliza la expresión tener maná como sinónimo de poseer poder o de fuerza personal. “Fulanito tiene maná”, dice. Otros lo llaman poderío, duende, ángel, tronío, presencia... Hay personas que lo tienen y otras que no, o al menos podemos valorar claramente la diferente cantidad y calidad de esa “sustancia” entre un individuo y otro. Es una especie de energía, de poder invisible que irradia desde el interior de las personas y que se percibe tanto en la quietud de su mera presencia como se puede apreciar en la trascendencia de sus actos. Lo vemos más claramente en algunos líderes escogidos, los artistas o en sus obras; hay una energía que brota desde ellos y nos impacta.
Yo tuve una experiencia sumamente conmovedora una noche mientras leía una biografía de Gaudí y me deleitaba con las imágenes del libro. Mirando una foto de la Sagrada Familia, de repente, tuve una sensación extraña que no reconocí y que me sacudió "de norte a sur". Noté como una fuerza física que se inició en mi cráneo y que descendió hasta mi pecho, abriéndolo de par en par y que me hizo llorar por lo incontenible e intensa que era la sensación. No era tristeza ni nostalgia. Era reverencia. En aquel momento así la describí en un intento de darle una explicación al fenómeno que nunca antes había experimentado, no al menos de una forma tan intensa y orgánica.
El poder en casi todas las sociedades era y sigue siendo entendido como efectividad, en el sentido de representar una fuerza generadora de vida, así como un principio de realidad cósmica. El poder está íntimamente ligado a la idea de fecundidad, abundancia y capacidad reproductora y de él se deriva la mayoría de prácticas sociales y culturales. En la filosofía Huna hawaiana, Mana es el nombre para el atributo básico de aquello que detenta poder creador y destructor y, por lo tanto, representa una forma de eficacia que trasciende las capacidades humanas. Mana se refiere al poder universal que reside en todo. Esta fuerza creativa forma parte del orden natural de la vida, subyace en todo cuanto existe, incluidos nosotros mismos, y es la fuente del poder de cada cosa, de cada ser viviente en el universo: personas, animales, plantas, rocas, el mar, la tierra, los astros…
Maná es una sola fuente de poder que fluye a través de todo. De esta idea surge el concepto de que todo poder viene de adentro y que este poder interno nos otorga a su vez nuestra facultad creativa: nosotros creamos nuestro presente, nuestra realidad. Esta fuerza interior es la que nos inspira para generar cambios positivos en nuestra vida y la que nos permite que cada uno expresemos nuestra total singularidad y mayor potencial. Somos poderosos.
El poder es parte de nuestra naturaleza, por lo que no tenemos que luchar por conseguirlo a menos que sintamos que carecemos de él. Nuestro cuerpo y nuestra mente están perfectamente diseñados para sobrevivir, para sanar, para hallar soluciones inteligentes a cualquier desafío que pueda surgir, para influir en el mundo que nos rodea y, por supuesto, para ser felices, felicidad entendida como el logro de nuestro propósito vital, nuestros sueños y anhelos más profundos.
Si todo el poder proviene de nuestro interior, de esta fuente dentro de nosotros, entonces no puede haber nada ni nadie -persona, institución, cosa, circunstancia o idea- que pueda tener poder sobre nosotros. Esto sólo puede suceder con nuestro consentimiento. Cuando nosotros permitimos que una situación o persona nos controle, cuando creemos que otros tienen más fuerza que nosotros, estamos empequeñeciendo nuestro propio poder, obstaculizándolo, negándolo. Cedemos nuestro poder a otro y renunciamos al propio, pero siempre somos nosotros los que tenemos el poder de que así sea. No hay víctimas.
El miedo o la duda acerca de nuestra capacidad son los que limitan la expresión –presión hacia el exterior– natural del poder y así llegamos a la conclusión de que no tenemos influencia ninguna sobre nuestras vidas, relaciones, elecciones o situaciones. Lo contrario es el amor, que es la ausencia de miedo, y es la vía que nos conecta con nuestro maná, con nuestra divinidad. Al amarnos a nosotros mismos, amar a los que nos rodean, perdonar nuestros errores y los errores de los demás, y agradecer todo lo bueno que hay en nuestra vida permitimos nuestro fuego interno brille con todo su esplendor.
Ten confianza en que tú tienes total poder sobre tu destino ya que eres el canal de un gran poder, del maná. Y escucha al Talmud cuando dice que “cada hoja de hierba tiene su ángel inclinándose sobre ella y susurrando: crece, crece”.