Emi Zanón. Escritora y comunicadora
"Al finalizar la deliciosa comida que agradecimos a Jerzy, mientras salíamos del restaurante, les dije a Stefan y Anna Lise que, cuando terminase la rueda de prensa, deseaba hablar con ellos privadamente en mi suite. Ambos me miraron con asombro y Stefan, como imaginaba que iba a reaccionar –por otro lado, muy propio de su juventud–, me preguntó de inmediato de qué se trataba.
–Hijo, es muy delicado para decírtelo en dos palabras –le contesté en voz baja–. Ya lo sabrás.
–Padre, ¿le ocurre algo?, ¿está enfermo?, ¿ha tenido alguna recaída recientemente y no me lo ha dicho? Quizás debía haberle reconocido antes de venir…
Stefan, farfullando, lanzaba sus preguntas a la velocidad de torpedos.
–No, no, Stefan. Me encuentro muy bien. Esas pastillas que me diste para la hipertensión me han ido muy bien. De hecho, ya está controlada. Ya no me las tomo. Y… ¿acaso doy muestras de preocupación?
–No, la verdad es que no. Parece muy feliz. Pero… ¿me va a tener en ascuas hasta entonces?
–Sé paciente, hijo. Sé paciente…
–¡Cómo es, padre!
–Piensa, Stefan, que es tan sólo un ejercicio para desarrollar la paciencia. En la vida, ante todo, tenemos como lección prioritaria desarrollar la paciencia. Ya te irás dando cuenta –me reí muy a gusto al ver su cara contrariada.
Stefan no dijo nada más, torció el morro, como vulgarmente se dice, y se adelantó unos pasos para coger el abrigo y el sombrero. Anna Lise asió el brazo de su apuesto prometido, y no hizo ningún comentario. Sin embargo, me miró a los ojos de la manera que solía hacer cuando me preguntaba: “¿qué asunto te llevas ahora entre manos?”.
Del capítulo “Regreso a casa. Felices años 20”, de mi novela “Yámana, Tierra del Fuego”.
Una de las cualidades o virtudes más valiosas que hemos de desarrollar a lo largo de nuestra vida, además de la amabilidad, la generosidad, el respeto, el autocontrol y el autoconocimiento, por citar sólo algunas, es, sin duda, la paciencia, o “ciencia de la Paz” como la han llamado algunas mentes sabias, a pesar de que por tradición filosófica ha estado asociada al sufrimiento, pues siempre se ha dicho que es una incuestionable virtud que lleva a la persona a aguantar cualquier adversidad, sin hacer nada. No en vano, es una palabra cuya raíz del latín “pati” significa “sufrir”, y, de hecho, el participio “patiens” se introdujo al castellano como “paciente” (en los hospitales) o “el que sufre” (s/g definición en Wikipedia).
Sin embargo, este término, “paciencia”, tiene un significado más amplio, más universal. Sólo hay que leer detenidamente la palabra para darse cuenta de ello.
Si reflexionamos sobre lo que le dice Krzysztof Wazyck, el antropólogo protagonista de mi novela, a su hijo Stefan: “… en la vida tenemos como lección prioritaria desarrollar la paciencia…”, nos daremos cuenta de que efectivamente es así. Cuando llegamos a cierta edad de madurez y miramos atrás, comprobamos que en todo, absolutamente todo, hemos tenido que desarrollar en mayor o menor grado la paciencia, contrarrestando su fuerza antagónica, la ansiedad, que, precisamente, con su tremendo poder aleja aquello que tanto deseamos. Por ejemplo, cuantas más ganas de que finalice pronto aquello que nos hace sufrir, más tiempo tarda en ello; cuánto más ansiosos estamos por conseguir un trabajo, más tiempo tardamos en conseguirlo, etcétera.
La mejor manera de obtener paciencia es cultivándola día a día, siendo conscientes de nuestras emociones y nuestros pensamientos pues, por los tiempos cuánticos que hemos empezado a vivir, sabemos que todo aquello en lo que creemos, es, y se materializa tarde o temprano, se convierte en nuestra realidad, en nuestra verdad (donde enfocamos nuestra atención, enfocamos nuestro poder: la energía universal es neutra y sigue al pensamiento). Siendo conscientes de que, desde un estado de paz interior, conseguiremos todo aquello que deseamos tarde o temprano.
Particularmente, he tenido que trabajarme mucho la paciencia a lo largo de mi vida para conseguir mis objetivos, pero con perseverancia y optimismo, y alejando en lo posible la ansiedad, siempre, siempre, acabo consiguiendo lo que me propongo. Después de una cierta paciencia, he conseguido que saliera a la luz la segunda edición de mi novela “Yámana, Tierra del Fuego” en papel y e-book. Y desde aquí quiero compartir con vosotros mi alegría y animaros a que la leáis, si todavía no lo habéis hecho. Os encantará y os transmitirá, además de otras muchas cosas, Paz, mucha Paz.
Y… continúo ampliando mis estudios de la “ciencia de la Paz”. ¿Y tú?
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