Davinia Lacht
Días en que el silencio se torna tormenta, y rayos, y truenos, y un vendaval. Silencio inalterable que parece alterado. Te engañas por un instante. Pensamiento dulce que se convirtió en plaga. Dulce que no mata, y lo que no mata engorda. Te pierdes un instante y se desencadena la cadena. Pensamiento tras pensamiento. Ilusión tras ilusión. Herramienta que dañó al herrero en un descuido.
Un descuido, ¡y qué descuido! Rollo de papel que se extiende colina abajo con solo un empujón. Si te distraes, cabeza llena de viejos recortes de periódico. Qué más da lo que ponga en ellos; su volumen tedioso ya te ausenta, parece crear un muro entre los ojos del alma y el mundo con el que intentan relacionarse. Ya no ves, no ves. Caminas de ojos vendados con una gasa mohosa y la visión pide un respiro, un aliento. Aliento fresco. Olor a flores que el hedor del moho podría mitigar.
El mundo huele a flores, huele a flores. Huele a flores silvestres unidas a su fuente de vida y gozando de su belleza de colores vivos.
Vida tan viva, ¡tan viva! Vida del ramillete de lavanda que siempre decorará tu altar. Vida que está contigo, que te apoya. Vida que quiere que despiertes y vivas consciente. Vida que siempre trata de coger tu mano para revitalizarla, para empaparla de la frescura del vacío más pleno y completo. Vacío que no es nada y, a su vez, lo es todo. Vida que eres. Vida… Vida que te recuerda que no eres tus pensamientos recurrentes ni las sensaciones derivadas de ellos. Que nada se consigue a la fuerza y que el acierto está en el eterno fluir. Actúa y olvida. Empuja la ficha y sigue caminando, pues tu mirar expectante podría interferir. Espacio, despacio. Regocíjate en la verdad de que sí mereces. Sí, mereces. Podría asustar más la promesa de una vida exultante que la posibilidad de habitar entre sombras.
¿Será que nos aterra ser plenamente felices, plenos, dichosos? Qué más da, tal vez no importe tanto dar con palabras. Quizás lo único certero sea ese amor que nos busca en el silencio: el silencio de tu aposento, el silencio entre dos personas, el silencio detrás de cada ruido. Silencio ajeno a toda forma.
La única promesa se recibe en este instante. Permanece aquí, de puntillas, para que la presencia de tu silueta no oculte el brillo de lo más divino. Vaivén que favoreces y que no es tuyo. Vaivén que puede tomar salida a través de tus manos, manos que deciden ser siervas y dispuestas ante susurros que se extienden más allá de las estrellas.
Suena el piano y eliges moverte al son de la música que siempre te llevará por camino seguro. Un camino de algodones en el que cada parada es terreno mullido. Algodones de azúcar que te alimentan con cada bocado. La vida continúa en esa danza dulce, tan dulce, tan dulce que es puro gozo sumergirse en ella… Buceo en el que eres muy consciente de tu presencia; y, ante todo, del aire que te permite mantenerte bajo el agua. Respiro de pura vida que aviva los corazones, resucita a todo cuanto perdió la vida, desvela a quien se cansó de la pesadilla. ¿Podemos jugar al juego del despertar? ¿Podemos actuar siempre conscientes de que nada de lo que sucede en este planeta insignificante ante el vasto universo puede tener tanta importancia? ¿Podemos vivir desde la conciencia universal que toma un paso atrás para ver con perspectiva, para ver que la vida no es más que el pasatiempo que nos permite recordar quiénes somos?
Y así, todo lo demás es solo un pretexto. La familia, los amigos, el trabajo, las aficiones, obligaciones de toda índole… Todo ello, todo, solo existe con el fin de que vayamos más allá de su condicionamiento: para que aprendamos a amar aquello que parece no merecer aprecio, para que trascendamos la ilusión del tiempo en el mundo de los relojes, para redescubrir a toda nuestra familia, la familia humana, cuando la sangre parece ser lo único que nos mueve.
¡Me pregunto si no será la propia vida un sueño! (Silvia y Bruno, Lewis Carroll) Quizás no sea necesario ni responsable entrar ahora en debates sobre la realidad o ausencia de la misma de todo aquello que vivimos. No obstante, hay quien apunta a que algún día abandonaremos este cuerpo y la sensación será similar a aquella de cuando acabamos de despertar tras un sueño vívido en el que se han desembocado un sinfín de emociones: tan real mientras duraba, tan ilusorio al abrir los ojos. Y qué seguros nos sentimos al despertar tras una pesadilla…
Bailemos a la vida, juguemos conscientes de que este patio de juego nos permite movernos a nuestro gusto siempre que la finalidad de nuestras zancadas sea la entrega a ese presente irrevocable en el que todo acto genera virtud. Todo juego es válido siempre que contribuya de una u otra manera al despertar colectivo que conducirá a una sociedad libre de remordimientos.
¿Caminamos juntos?
El nuevo libro de Davinia Lacht, "Lecciones del monasterio", ya está disponible.
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