Patricia Abarca . Matrona, Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
La relación de pareja es uno de los vínculos afectivos más importantes ya que hace surgir el sentimiento de identidad del "nosotros" de forma simultánea al "yo" individual, proyectándose en todos los ámbitos de la vida. Con la ruptura o la pérdida de la pareja, perdemos al/la confidente, compañero/a, amante, al socio/a de nuestra empresa familiar, al padre o la madre de los hijos, a la persona con la que se ha compartido la intimidad, el dolor, los amigos, la diversión, como también todos los sueños y expectativas vinculados a ella. Por eso, la ruptura del vínculo de pareja conlleva un fuerte impacto emocional y un cambio significativo, teniendo que reorganizarse y reconstruir tanto la propia identidad como el proyecto de vida.
El término duelo proviene del latín, dolus, que significa dolor, supone por lo tanto un periodo de sufrimiento que conjuga sentimientos, pensamientos, estados de ánimo, comportamientos, reacciones físicas y psicológicas que cada persona vive de manera diferente. Algunos opinan que el duelo ante la pérdida de la pareja, ya sea por ruptura o fallecimiento, puede durar de seis meses a dos años; personalmente pienso que cada persona tiene sus propios tiempos. Lo importante es que viva todo el proceso y finalmente lo experimente como un periodo de restablecimiento emocional, siendo capaz de diferenciar tanto el dolor como las necesidades que debe satisfacer para mantener la salud y el bienestar. La experiencia del duelo conlleva una transformación y una madurez que permiten elaborar la pérdida, para finalmente asumir dicha ausencia sin dolor.
Sin embargo, hay personas que se quedan atrapadas en el dolor y otras que se niegan a vivir el duelo, algo que generalmente ocurre por condicionamientos emocionales o conflictos internos relacionados con la dependencia que se tiene del otro: el miedo ante el cambio de vida, la soledad, la incertidumbre económica, etcétera, como también por condicionantes socioculturales, por ejemplo en la ruptura influyen las creencias religiosas y los valores familiares, el aislamiento social y/o familiar que pueda vivirse como consecuencia de la separación. Por otra parte, puede surgir el deseo de castigar al otro/a ya sea en términos económicos o a través de los hijos, con el consecuente sentimiento de culpa e incluso de autocastigo que tiende a aflorar posteriormente, transformándose por último en un duelo enfermizo o patológico. También hay personas que tratan de evadir el dolor mediante la búsqueda compulsiva de otras relaciones, la promiscuidad sexual o el consumo de sustancias adictivas.
Cada persona vive el duelo de manera única y diferente, algunos viven el dolor con una lucidez y una madurez emocional admirables, pero generalmente –y aún en estas personas– el duelo conlleva algunas etapas determinadas, las cuales no siempre tienen un orden concreto. A veces surgen solapándose unas con otras, aflorando también con diferente intensidad según el estado emocional, las circunstancias y los condicionantes relacionados con la ausencia del ser querido. Generalmente lo primero que aparece es un sentimiento de resistencia a aceptar la pérdida que se suele experimentar como una desorientación marcada por la disconformidad y la desesperación, la persona se repite a sí misma "no me puede estar sucediendo esto". También se puede sentir una fuerte añoranza de la persona ausente, esperando continuamente un encuentro casual; a veces se llega a una negación enfermiza, ignorando el dolor, soñando o simulando que la persona aun continúa ahí, manifestándose en actitudes como seguir asistiendo a lugares que frecuentaba, comprar cosas que le gustaban, dejar todas sus pertenencias tal como estaban, etcétera.
Otra fase que suele aflorar como un mecanismo de defensa es la de la ira, generalmente acompañada de resentimiento, culpa, frustración o rabia. La rabia puede ir dirigida tanto hacia la propia persona como hacia el otro. Suelen surgir innumerables críticas hacia la otra persona como desahogo de la ira, con el consecuente y posterior sentimiento de culpa por los juicios emitidos. En esta etapa es cuando se repasan una y otra vez las posibles causas de la ruptura o la pérdida; hay una necesidad de encontrar culpables para personificar la impotencia que se siente, pudiendo emerger el enojo incluso con Dios. Para aliviar el dolor de esta fase es aconsejable escribir lo que se siente, leerlo y reescribirlo hasta sentir alivio. También se puede transformar la ira en algo productivo, canalizando esta energía en alguna actividad como hacer un voluntariado, manualidades, practicar deporte, escribir un diario de vida, crear algo artístico, etcétera.
La negociación es otra etapa y lo que mueve a la persona a negociar es la necesidad de tener el control de lo que está pasando. En las rupturas generalmente esta negociación tiende a realizarse con la expareja, pero también puede darse una negociación de la propia persona consigo misma, como suele ocurrir cuando se pierde al ser querido. Tras la negociación viene la aceptación de que no se puede cambiar el rumbo de lo que está sucediendo y esto conlleva en un primer momento dolor y tristeza; es importantísimo no reprimirse y dejar fluir estos sentimientos de angustia, pena, llanto o la sensación de vacío y de pérdida. Es necesario exteriorizar los sentimientos y expresar verbalmente el dolor: lo mejor que podemos ofrecer a una persona en este momento es escucharla, acompañarla y dar cariño, evitando dar consejos.
Finalmente emerge la aceptación madura y consciente de la realidad. La persona se encuentra bien tanto en compañía como en soledad, comienza a sentir cierta paz, se presta más atención a las propias necesidades, existe una sensación de mayor control sobre las situaciones y se refuerza la toma de decisiones; reafirmándose nuevamente el sentido de identidad, surgen proyectos e ilusiones, nuevos hábitos y nuevos roles familiares. Al salir fortalecida de la experiencia, podemos decir que la persona ha desarrollado la capacidad de resiliencia.
Innumerables estudios confirman la importantísima función de la terapia creativa durante el duelo, ya que permite exteriorizar sentimientos, pensamientos y emociones difíciles de verbalizar, ayudando al desarrollo del duelo, a la transformación personal y a reforzar el sentimiento de identidad. Como dice una célebre frase proveniente de J. P. Sartre, "lo importante no es lo que vivimos, sino lo que nosotros hacemos con aquello que vivimos".