Mar Tarazona Beltrán. Odontóloga
El flúor no es un metal pesado, sino una sal soluble, producto residual de la industria de aluminio, acero y phosphato. Es un mineral que se encuentra de forma natural en alimentos como almendras, nueces, lechuga, espinacas. Necesario para la vida en dosis muy bajas, existen dos tipos básicos: el fluoruro de calcio, que se encuentra en forma natural tanto en el agua de mar como en el agua de manantial, y el fluoruro sódico, que se añade en muchos lugares a las aguas de uso público, los alimentos para bebés, el agua envasada, los dentífricos o enjuagues dentales, algunos medicamentos, etcétera.
Existen distintos puntos de vista cuando se habla del flúor. Los partidarios de su uso se basan en que la aplicación de este mineral en los dientes ayuda a reducir las caries. Por su parte, los que están en contra se preguntan si los beneficios del uso del flúor en los dientes son mayores que los riesgos que esta sustancia supone para la salud general de nuestro cuerpo.
La dosis que tomamos a través de la fluoración de las aguas parece ser muy segura, pero el problema es que tomamos el flúor a través de otras vías como:
• Tabletas o chicles enriquecidos con flúor.
• Algunas aguas minerales, bebidas sin alcohol, zumos, té, vinos, cerveza, que contienen dosis altas de flúor.
• Medicamentos con flúor como prozac, ciprofloxacin, etcétera.
• Las sartenes u otros utensilios hechos con teflón, siempre hay que tenerlos en buenas condiciones ya que si están muy rayados pueden ir liberando flúor.
• La sal fluorada. Mejor usar sal ecológica sin flúor.
• Algunos alimentos procesados contienen grandes cantidades de fluoruro sódico, leer bien las etiquetas.
• La contaminación ambiental (las empresas que manipulan o transforman el aluminio) también favorece el exceso de flúor a través del aire.
• Los fluoruros son tan peligrosos porque se van acumulando en nuestros cuerpos y con los años provocan intoxicación.
El organismo en general y los riñones en particular sufren en su intento de eliminar el flúor del cuerpo e impedir que pase al torrente sanguíneo. Cuando nuestro cuerpo no es capaz de eliminar el exceso lo coloca en los dientes y los huesos para evitar males mayores.
La fluorosis dental, con manchas blancas en el esmalte de los dientes, puede llegar a producir picaduras o manchas oscuras en casos muy graves. Se produce un daño en el esmalte de los dientes, que así son más propensos a las caries. Aparece a temprana edad, antes de los seis años.
La fluorosis esquelética u ósea es una acumulación excesiva de flúor en los huesos, que se vuelven extremadamente quebradizos o frágiles. Los niños tienen más riesgo de fluorosis esquelética porque están en crecimiento.
El flúor en las mujeres posmenopáusicas produce aumento de la densidad ósea, pero no reduce la frecuencia de fractura y causa molestias gastrointestinales y dolores en las extremidades inferiores, por lo que no es recomendable su uso.
El fluoruro cambia la estructura de las enzimas y las destruye. Las enzimas modificadas son tratadas como cuerpos extraños por nuestro sistema inmunitario, dando lugar a una reacción autoinmune. Los cambios en las enzimas pueden provocar daños en el sistema digestivo y respiratorio, debilitamiento del sistema hepático y los riñones, disminución del rendimiento cerebral y alteración de la circulación sanguínea. El fluoruro daña al sistema nervioso, desactiva a 62 enzimas de nuestro cuerpo y daña a enzimas que reparan el ADN.
Se sabe que estos tóxicos pueden producir Alzheimer, artritis, aumentar el riesgo de cáncer, bajar la fertilidad en los hombres, debilitar sucesivamente la voluntad humana y hasta producir demencia.
La fluorosis también puede causar calcificación de la glándula pineal, inhibiendo su capacidad de producción de melatonina, hormona fundamental para conciliar el sueño, el buen funcionamiento de la tiroides, el sistema endocrino en general y los chakras superiores.
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