Patricia Abarca. Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
En esta época de comunicación globalizada y de transformaciones vertiginosas en la que estamos viviendo se observa una pérdida de equilibrio entre la información recibida –no siempre necesaria y útil–, las exigencias de conocimientos, los cambios de valores, la sabiduría y la madurez; vivimos en un mundo fragmentado, aparentemente muy comunicado e hiperinformado y, sin embargo, a veces insensato. Está claro que la superficialidad, la saturación y el vértigo con el que vivimos nos distancia del sentido de vida y de nuestro sentido de identidad.
La identidad es un concepto que tenemos internalizado de forma casi automática, pero si nos detenemos a pensar en ello la cosa se complica, ya que la identidad conjuga diferentes aspectos sociales, geográficos, biológicos, psicológicos, físicos, culturales, espirituales como son la historia de vida, el nombre, la genética, el sexo biológico, la sexualidad, los estudios, el trabajo, el país donde se nace, el lugar donde se vive, etcétera, y algunos de ellos bastantes complejos.
Los seres humanos somos personas individuales y responsables de nuestros actos –en la medida en que somos libres de actuar–, cada uno poseemos un valor particular con una individualidad propia. Esto nos otorga una identidad personal, que se refleja y se proyecta en todas nuestras actividades y en todo lo que nos representa, con una conciencia de persona en el presente y según lo vivido en el pasado, y aún cuando cambian los sentimientos, los pensamientos y la conducta, esa individualidad que nos caracteriza permanece en el tiempo. Ser consciente de que poseemos una identidad propia significa ser consciente de la responsabilidad humana, personal y social que tenemos en la vida; y como fundamento de esta individualidad está el sentido del "yo", expresando la identidad del alma, puesto que nuestro "yo" contiene una información neuronal y ancestral que conlleva una reflexión del alma sobre sí misma -de nosotros sobre nosotros mismos- a lo largo de toda la existencia.
El filósofo T. Todorov nos dice que el hombre es por excelencia un ser social y por lo tanto hay un sentido de identidad social que se fundamenta en la conciencia de nosotros mismos, y que es gestada a partir de las relaciones que vamos teniendo con las demás personas. Desarrollamos así un sentido de existencia personal, un "ser individual" y un "ser social" –fundamentado en el "yo"–, integrado con el sentido de "ser orgánico, viviente" -como lo es cualquier animal- y el sentido de "ser divino", eterno y cósmico.
Por esto la identidad se relaciona también con la aptitud de percibir y satisfacer nuestras necesidades –de acuerdo a la propia personalidad–, la valoración que hacemos de nuestras capacidades y la responsabilidad que poseemos sobre nuestros actos; es decir, la identidad tiene que ver con la confianza, la autoestima y el respeto que tenemos hacia nosotros mismos al interactuar con el mundo. Por esta razón, el sufrimiento o el daño experimentado generalmente va unido a la pérdida de la objetividad, de la libertad y del sentimiento de bondad; y uno de los peores daños a nivel psicológico que pueden –o podemos– hacernos es el que se relaciona con la humillación.
La humillación es sinónimo de desprecio y su forma más directa es a través del maltrato físico, la tortura o la violación, donde junto con el dolor físico aflora el dolor psíquico de sentirse indefenso frente a la voluntad del otro. También la humillación se ejerce cuando una persona es excluida de sus derechos al interior de un grupo –familiar, de trabajo, de amigos, etcétera–, o cuando su individualidad no es aceptada. ya que cualquiera de estas formas de desprecio, que en ocasiones se ejercen de manera muy sutil, dañan a nivel psíquico la autoconfianza, el respeto y la autovaloración, condicionando la integridad personal y el sentido de identidad.
Por el contrario, conocer lo que cada uno es y profundizar en el propio conocimiento personal es un derecho que no debemos negar a los otros, ni negárnoslo a nosotros mismos; favorecer nuestro propio crecimiento nos produce riqueza espiritual, intelectual y social, y por lo tanto, nos da estabilidad y fortaleza para enfrentar los avatares de la vida. El derecho a la vida conlleva el derecho a poseer una identidad propia, a profundizar en ella y desarrollarla, conocer y conocerse. No olvidemos que la identidad del "yo" se refuerza y se enriquece mediante el autoconocimiento y a través de aquellas experiencias que acrecientan el contacto con uno mismo.
Cuando alguien se da cuenta de que posee información y herramientas vitales para su crecimiento, su autonomía y su bienestar, advierte que estar en contacto consigo mismo es un recurso importantísimo para sobrellevar las injusticias y el daño que nos pueden causar quienes nos rodean. El autoconocimiento nos da recursos para gestionar el sufrimiento, los recuerdos dolorosos y los miedos del futuro; nos da autonomía para caminar sin cadenas y ligeros de equipaje.
Tomar contacto con nuestra interioridad implica explorarse y experimentarse a sí mismo/a, ser consciente de cómo afloran y se expresan las emociones, de cómo actúa nuestra mente y cómo ejercemos la voluntad; significa tomar contacto con el cuerpo y sentir el modo en que las emociones y la información implícita en nuestro "yo" actúan en él. La búsqueda de este equilibrio entre la interioridad –aquello que sentimos que somos– y la exterioridad –lo que expresamos y la forma como respondemos a los condicionantes externos– es lo que nos conduce a la madurez, a la integridad personal y a vivir construyendo una identidad de acuerdo a la propia naturaleza, y en armonía con el espíritu.
Hay momentos de la vida en que necesitamos reforzar algunos aspectos de la identidad, como cuando vivimos situaciones humillantes, y nos sentimos bloqueados, dependientes, culpables o indefensos, en situaciones de acoso, muerte de un ser querido, la adolescencia, la menopausia, separaciones, etcétera. Debemos saber que a través del arteterapia podemos encontrar una vía que nos permite clarificar y organizar el mundo personal sin sentirnos violentados o agredidos en nuestra interioridad, además de trabajar la culpa y el perdón, clarificar los miedos y explorar nuestra identidad, reforzando el contacto con nosotros mismos y con nuestro cuerpo.
¡Os deseo a todos un muy buen retorno a la actividad y mucha suerte en esta nueva temporada que se inicia!