Aurelio Álvarez Cortez
Con Emma Barthe quedó algo pendiente desde la reciente conversación que mantuvimos conmotivo de la expansión de un virus que nos ha cambiado la vida. Con ella, psicóloga y directora de una unidad de Psicodiagnóstico y Evaluación de la Personalidad enfocada al autoconocimiento, el desarrollo personal y el liderazgo, entre otras menciones posibles de su currículo profesional, faltaba hablar sobre una experiencia que en lo personal fue un punto de inflexión: una experiencia cumbre, como se identifica a esta clase de eventos.
En los próximos minutos puedes compartir, estar de acuerdo o no, con lo que Emma nos relató.
-¿Qué estaba pasando en tu vida, Emma, antes de que sucediera ese hecho extraordinario?
-Pasando, pasando no pasaba nada que requiera una especial mención. Mi vida con mi hija Mannya, trabajando en la Clínica Teknon, mis amigos de siempre, mis hobbies (cine, teatro, lectura). Sí es cierto que estaba muy comprometida con la práctica de la meditación sin darle mayor significado que el del bienestar, el hecho de estar más presente.
-¿Nada fuera de lo común?
-No, sinceramente no. La rutina acostumbrada. En mis intervenciones con los pacientes solía utilizar el Biofeedback, una técnica que te permite aprender a controlar de forma voluntaria, determinadas variables fisiológicas e inducir estados de relajación. Se sabe que un cerebro que baja su actividad eléctrica, un cerebro relajado, experimenta enormes beneficios no sólo para la mente (reestructuración cognitiva) sino también para el organismo, mejorando la inmunidad y la respuesta del cuerpo a los tratamientos que recibe. También, muy posiblemente al restablecimiento de la salud. Aún nos queda mucho por aprender de la conexión cuerpo-mente. Es sabida la relación que existe entre estrés e inmunidad.
-Volvamos al tema de la relajación.
-Si mi propósito era enseñar a un paciente oncológico a relajarse,debía experimentar en mí misma lo quepretendía instruir, así que empecé con mi propia práctica y medir mis progresos. Tengo que admitir que relajarme, lo que se dice relajarme de verdad, no me resultó tan fácil como imaginaba. Me llevó algunos meses alcanzar el estado de relajación profunda. Desde ese momento, reducir mi actividad cerebral y relajarme, sin necesidad de monitorización o mediciones, se convirtió en una práctica habitual. Incluso hoy soy capaz de identificar en qué estado de activación me encuentro frente a determinadas situaciones y me digo a misma “Emma, baja hertzios”.
Poco a poco, y a través de la relajación, me fui deslizando hacia el estado meditativo. Y ahí estaba. Quietud, calma, presencia. Nada más llegar a casa me tiraba en la alfombra, sin posición de yogui ni nada parecido, y me sumergía en mí misma o en el Sí Mismo. Solía decir que me había hecho adicta a la meditación. Es verdad que nunca dejas de pensar, pero tienes un pensamiento único de presencia. No sé cómo explicarlo porque las palabras ya no son útiles para hacerlo. Y ocurrió…
¿Cuándo?
-Yo debía tener 33 años, 34, fue hace muchos años. No sé el día, serían las nueve o nueve treinta de la noche, porque practicaba en casa, antes de cenar. No apunté la fecha. Aunque nunca más volvió a ocurrir. Creo que pretender repetirla castra la espontaneidad original. Precisamente, ahora entiendo cuando se dice que cuanto más buscas menos encuentras.
-¿Y qué sucedió entonces?
El proceso marchaba como siempre: respiración -varias inspiraciones profundas, retención del aire e inspiraciones lentas-, concentración, integración-armonía interior- y finalmente el estado de contemplación meditativa. Y de pronto, ¡Luz, Fuego!
Por espacio de unos minutos, en realidad no podría definir cuánto tiempo, todo se convirtió en luz, una luz intensa que invadía y llenaba no sólo la habitación sino incluso mi propio cuerpo. La luz no estaba fuera de mí, sino que yo estaba integrada en ella, sumergida en la Luz que todo lo alumbra, como suelo decir ahora. En ese momento eres consciente, pero no de ti; había consciencia, pero no una consciencia individual. ¿Los ojos? Los tenía cerrados, no era una visión física ni nada que dependiera de los sentidos. De repente me había convertido, me había fundido en una llamarada, donde yo era parte de ese Todo. La realidad última, lo infinito, lo eterno, con el estado de consciencia única, con el Espíritu latente que habita en nuestro interior.
-¿Podrías diferenciar si había pensamientos, sentimientos, emociones?
-No. Después, sí, hubo un éxtasis, como ¡ah! Quieres gritarlo, explicarlo, no sé… Abrazar algo así. También hubo llanto, una sensación de haber entrado en la eternidad. En ese momento posterior hay una emoción, incluso desbordada, frente a la revelación, frente al descubrimiento de lo que hay de eterno en ti. La claridad de la luz, la evidencia de que somos vibración, energía, todos esos términos tan utilizados y todavía excesivamente abstractos adquirieron todo su sentido. Un sentimiento de paz y armonía difícil de describir. Fundida en ese océano de conciencia pura, te abres al Amor con mayúsculas a larealidad inconmensurable infinita y eterna. Y me pilló totalmente por sorpresa.
Recuerdo una especie de palpitación, como si todo fuera un gran latido, el latido de Dios. Alguien podría decir estás fumao, pero no fumo ni fumaba en aquel momento. No lo puedo explicar mejor. Una vez me preguntaron si no estaría condicionada previamente por alguna lectura o conocimiento previo, pero desconocía estos temas.
-¿Aclarado el misterio de la existencia para ti?
-Realmente te aclara el misterio, ¡pero el misterio sigue! De alguna manera, lo refuerza y aviva porque el misterio es, precisamente, lo ilimitado del conocimiento; es la infinita presencia que lo impregna todo y no el final del conocimiento, como algo a lo que debamos llegar para comprender y desvelar la incógnita.
Te asaltan miles de preguntas, sobre todo las que tienen que ver con el hecho de hallarnos confinados en un cuerpo y también de liberarnos de él. Y lo vi claro. Es como si fuéramos miniconciencias de una supraconciencia. O miniverdades de una verdad única. La chispa divida que albergamos en nuestro interior, pequeñas partes separadas del todo en un viaje de redescubrimiento continuo. Quizás llegue un momento donde, al elevar nuestra vibración, solo exista la pura conciencia de Ser, sin limitaciones ni necesidad de confinarnos dentro de un cuerpo o de vivir supeditados a los sentidos.
-Entiendo que te es difícil de explicarlo.
-¿Cómo puedes explicar la claridad del momento, cómo compartir la certeza de lo vivido, la des-ocultación del misterio, la constatación de la verdad última unitiva, no dual y absoluta; cómo expresar el Amor, no una clase de amor sino el Amor infinito y unitario.
Una vez leí: “No encuentras a Dios, te unes a Él”. Precisamente es la inefabilidad una de las características de la experiencia mística. Aunque también comprendes el mensaje de todos los grandes profetas: ama a tu prójimo como a ti mismo, porque el prójimo no existe, está en ti y tú en él como partes de un todo integrado.
Después me digo “¡uy!, van a pensar que me he vuelto loca”. Vivo de mi trabajo como psicóloga, no soy una religiosa, pero no te negaré que me encantaría dedicarme de lleno al despertar de la consciencia. ¿Pero qué debo hacer?, ¿convertirme en budista, en monja? Decir soy budista, soy cristiana, soy judía, es tremendamente separador e implica de alguna manera identificarse con un credo cuando precisamente lo fundamental es la desidentificación con cualquier tipo de creencia o dogma.
-Esas denominaciones son las camisetas de los clubes de fútbol. A mí me encanta el juego, pero más allá de las camisetas.
-Claro. Cuando te identificas con un equipo te separas del resto y todavía es peor si crees que el tuyo es el mejor o el ganador y conocedor de la verdad, colocándote en una posición de superioridad con respecto al otro y sin tener en cuenta la relatividad de tu verdad.
-¿Tu vida sigue siendo la misma después de la experiencia?
-Puede que te sorprenda, pero curiosamente medito menos e intento Amar más. Por lo demás, menos tener miedo a morir y la seguridad de que existe un orden mayor, sigo siendo la misma persona. Aunque siempre me ha revoloteado la idea de adquirir un compromiso mayor con la experiencia. Además, me produce temor perjudicar mi carrera profesional por atreverme a cruzar la línea de lo comprensible y cuestionar creencias fuertemente arraigadas por tradiciones religiosas o incluso de quien no cree en nada.
Dicen que la fe mueve montañas, sin embargo, ¿qué pasa con la experiencia directa?, ¿por qué nos cuesta admitirla? Y yo me pregunto dónde queda la fe cuando has accedido de manera directa al Uno originario, dónde los credos cuando el discernimiento se abre a la condición primera y reconoces el Uno en todo.
“El místico se debate entre la imposibilidad de decir y la imposibilidad de no decir”, dice José Ángel Valente.
-¿Después has buscado información sobre casos parecidos al tuyo, testimonios que te hayan resonado?
-Es lo que hice inmediatamente. Primero busqué en internet alguna referencia a la experiencia de luz y luego compré libros sobre el tema de las experiencias cumbre. Fue increíble. Lo primero que leí fue de Bucke, autor de “La consciencia cósmica”; era exactamente la misma experiencia. Me dejó atónita. Muchas veces la rescato y la vuelvo a leer.
“De improviso me encontré envuelto en una nube de color semejante al de las llamas. Por un momento pensé en un incendio, en una inmensa conflagración en algún lugar inmediato a aquella ciudad; al momento siguiente comprendí que el fuego estaba dentro de mí. Entonces me inundó un sentimiento de júbilo, un inmenso regocijo acompañado, o seguido inmediatamente, por una iluminación intelectual imposible de describir. Entre otras cosas, no llegué simplemente a creer, sino que vi que el universo no está compuesto de materia muerta, sino que es, por el contrario, una Presencia viviente; tomé conciencia de la vida eterna que hay en mí. No era la convicción de que tendría una vida eterna, sino la conciencia de que la poseía ya entonces; vi que todos los hombres son inmortales; que el orden cósmico es tal que sin la menor duda todas las cosas colaboran para el bien de todas y cada una de ellas; que el principio fundamental del mundo, de todos los mundos, es lo que llamamos amor, y que la felicidad de todos y cada uno es, a la larga, absolutamente segura”.
Otras que me impresionaron de la misma manera, la de Pascal:
“El año de gracia de 1654.
Lunes, 23 de noviembre. Festividad de San Clemente...
Desde, más o menos las diez y media de la noche hasta, más o menos, las doce y media, medianoche, FUEGO...
Certidumbre, alegría, certidumbre, alegría, paz”.
De William James: “Pareció como si el cielo se abriese y descendieran rayos de luz y gloria... pareció como si mi alma se inundara de luz y gloria y, oh, cuál fue la transformación que se operó en mí y en todas las cosas”.
También trabajos de Maslow, Alan Watts, Jean Houston, David Fontana, Mark Woodhouse, todos los trabajos de Ken Willber, la filosofía advaita, desde entonces he leído mucho. No por saber más sino por tocar ese punto en común que todos compartimos.
-¿El cerebro tendrá algo que ver en todo esto?
-Es una buena pregunta y siempre esperada. Por supuesto no existe ninguna experiencia que no esté sostenida por el cerebro. La conciencia actúa a través de él. No dudo de que desde la propia evolución del cerebro se hayan cimentado las bases neurofisiológicas que revelan nuestra naturaleza esencial. Desde nuestros comportamientos primarios hasta la sofisticación del pensamiento racional y la plenitud de la conciencia espiritual, todo se encuentra apoyado sobre la misma fisiología. No podía ser de otro modo; con algo deberíamos contar desde la misma constitución física.
No podemos separar la ciencia de la trascendencia. Quizás sea el momento de que ciencia y religión empiecen a darse la mano y liberarnos de tantas creencias primarias y obsoletas. Necesitamos más que nunca una ciencia de la conciencia.
-¿En qué te ha ayudado todo esto?
A tener la certeza absoluta de la continuidad de la existencia, más allá de la realidad de las formas. La pérdida del miedo a morir. Un sentimiento de amor que se extiende a toda la humanidad sin diferenciaciones. Mi pareja, Iñaki, dice: “Pero Emma, no me amas a mí, amas a todo el mundo”, y pienso “sí, es verdad, pero tú me encantas”.
Además, un sentimiento religioso mucho más intenso.Me ha ayudado a relativizar un poco más al comprender la inevitabilidad de ciertas cosas y dejarme llevar más por las olas de la vida. Curiosamente, y aunque pueda parecer arrogante, me ha aportado cierta lucidez frente a quien tengo delante. Como si fuera capaz de leer su campo de información.
-¿Por qué la necesidad de contarlo?
-De nuevo te contesto con palabras de otros. Walt Whitman, cuando le preguntaron “si esta gente ve y siente tantas cosas, por qué no empiezan a hablar claramente y benefician con ello al mundo”, contestó: “Cuando me propongo decir lo mejor encuentro que no puedo, mi lengua carece de poder sobre sí y me convierto en un inútil”. Es lo que me pasa, cuando lo quiero explicar me siento una inútil. Y a pesar de ello me gustaría beneficiar al mundo.
-¿Para ti, todo esto tiene un porqué y para qué?
-No sé qué decirte, al final la experiencia es lo menos importante. El Amor es la finalidad, si es que existe alguna finalidad. Lo que Es no tiene ni principio no final.
-¿Qué dirías para terminar?
-Como expresó el Maestro Eckhart,“en el Uno nos amaremos a nosotros mismos”.