Aroa Fernández
Sería muy útil contar con un botón de apagado para ciertas emociones, o de encendido para otras, pero el ser humano no funciona así... ¡por suerte!
Parece que algunas personas sí que tienen ese botón mágico, ¿verdad? Sucede algo que parece que vaya a hacerlas entrar en un enfado tremendo, o reciben una noticia que a ti te hubiera hecho sentir triste, y sin embargo ellas prosiguen con su día sin mayores sobresaltos, encajándola incluso con una sonrisa. Han reprimido la emoción negativa y ahí se ha quedado todo el asunto.
Prácticamente todos lo hemos hecho alguna vez, y es que reprimir una emoción puede ser socialmente necesario en ocasiones, sobre todo si no conocemos otras herramientas de gestión emocional.
Sin embargo, una emoción reprimida no es una emoción olvidada, no se desvanece sin más, porque las emociones son patrones energéticos y la energía ni se crea ni se destruye.
Cuando reprimimos una emoción, la llevamos a un nivel inferior, desde el que no nos puede incordiar, pero desde el que nos hará reaccionar de forma inconsciente en los momentos más insospechados. La emoción nos secuestrará y nos impedirá dar una respuesta adaptada y natural a otras situaciones de la vida. Llegamos a casa estresados por el trabajo y lo paga nuestra pareja porque hemos encontrado un plato sucio en la pila. O esas crisis de edad, a los 30, los 40, los 50... también tienen mucho que ver con emociones reprimidas y respuestas automáticas.
Pero aunque pudiéramos reprimir esas emociones negativas sin consecuencias, ¿por qué íbamos a querer hacerlo? Todas las emociones forman parte de nosotros, nos hablan y nos ayudan.
Tú no eres tus emociones, pero ellas sí que son parte de ti, y aceptarlas te ayuda a gestionarlas sabiamente y escuchar lo que te quieren decir.
Si, por ejemplo, sientes un miedo a algo, quizá este sea un miedo razonable y sobre el que puedas actuar para darte una seguridad futura. Tal vez tienes miedo de quedarte sin trabajo: ¿puede ser que tu miedo te esté diciendo que revises cuáles son tus competencias profesionales o que reflexiones sobre una nueva manera de ganar dinero, o que tal vez, en realidad, no necesites tanto para vivir? ¿Y si no es un miedo razonable, sobre el que puedas actuar? También eso te indica mucho de lo que te preocupa, de lo que te limita, y de los ajustes que necesitas hacer en tu vida.
Solo tú tienes la respuesta, porque nadie te conoce mejor que tú mismo, y las emociones son una información básica que puedes aprender a utilizar para conocerte aún mejor, re-conocerte, como nos gusta decir en nuestro grupo de Nutrición Emocional y Alimentación Consciente.
La inteligencia emocional es la habilidad que te permite lograr todo esto, la habilidad clave del futuro. Esperamos que en unas pocas décadas se convierta en una asignatura básica desde la primaria hasta el bachiller, y durante toda la vida, pero hasta entonces es responsabilidad nuestra educarnos en la empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás, para que las emociones dejen de ser desconocidas o enemigas y se conviertan en nuestras aliadas.
Hoy quiero proponerte un ejercicio, una pequeña actividad recogida de una de las dinámicas que realizamos en los talleres de crecimiento personal y en el grupo NEAC:
Recuerda la última vez que sentiste una emoción que no supiste cómo gestionar: un enfado, una tristeza, una ansiedad... Recrea el momento, intentando visualizarlo con total nitidez y con todos los sentidos. Dedica unos momentos a esto, hasta que lo hayas visualizado plenamente y puedas oírlo, tocarlo, sentirlo; seguramente notes algún cambio en tu postura o en tu expresión: lo que imaginas tiene tanto poder como lo que vives. Cuando ya lo tengas, coge una hoja de papel y escribe o dibuja lo que estés sintiendo, los pensamientos que te vengan, lo que hubieras querido decir o hacer. Estás buscando lo que esa emoción quiere decirte. Si la emoción es demasiado intensa, puedes tratar de descargarla de una manera sana, como saliendo a correr, atizándole a la almohada o simplemente llorando: esto también es gestión emocional. Por último, acepta cómo te sientes: esto quizá sea lo más importante. Aceptar significa escuchar, permitir dentro de ti y abrir la posibilidad de una respuesta más sana la próxima vez.
Todas las emociones son aceptables. De hecho, no hay, en realidad, emociones positivas o negativas: es lo que tú haces con ellas lo que determina su valor.
La autora es acompañante de procesos personales en el Instituto Valenciano de Terapias Naturales y en NEAC: Nutrición Emocional y Alimentación Consciente.