por Patricia Abarca (Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias expresivas)
La violencia intrafamiliar y, en ella la violencia de género, es lamentablemente una dolorosa realidad que padecen innumerables personas en nuestra sociedad; entendiéndose como tal, cualquier acto de violencia basado en el género que provoque un daño físico, sexual o psicológico incluidas las amenazas, la represión moral, o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o privada, y donde la violencia física aparece como una más de sus manifestaciones.
En las parejas se tiende a dar un ciclo de violencia que comprende tres fases: en la primera fase se acumula tensión, en la segunda explota esta tensión provocando la manifestación de la violencia, y en la tercera fase se produce una reconciliación en la cual el maltratador promete no volver a hacerlo, justificándose -generalmente argumentando que es la propia pareja la que lo lleva a comportarse de esa manera-; posteriormente, viene un periodo en el que no suelen haber manifestaciones violentas hasta que nuevamente se acumule tensión, momento en el que vuelve a empezar el ciclo, cada vez con más frecuencia y mayor intensidad. De hecho, antes del primer maltrato físico, hay una larga historia previa de maltratos psicológicos. Por lo tanto, es una violencia que se ejerce no sólo a través del golpe, sino también en lo psíquico, lo emocional, lo sexual, lo económico y lo social.
La repercusión de esta violencia en la salud física y mental de la mujer dependerá del tipo, duración e intensidad del abuso, pero también de la significación que la propia mujer dé a esta violencia. Entre las consecuencias más comunes se observa miedo, desasosiego, inseguridad, vergüenza, vulnerabilidad e indefensión, lo que conlleva una franca disminución de la autoestima y la ausencia de confianza en sí misma; a esto se agregan las presiones familiares y del entorno, además del temor a no poder salir adelante sola, finalmente la mujer acaba sometiéndose para no desencadenar la ira en la pareja. Por todo esto, es comprensible la conducta ambivalente que suelen tener las personas maltratadas, que generalmente en un principio no comunican ni siquiera a sus familiares el maltrato recibido y posteriormente, cuando las cosas van a peor, tampoco se atreven a denunciarlo. Una de las participantes asistentes a mis sesiones de arteterapia, metaforizaba los condicionamientos por los que no había denunciado a su pareja mediante un dibujo, que luego lo explicaba como "la red de una araña que se fue tejiendo poco a poco en torno a mí y dentro de mí hasta someterme e inmovilizarme totalmente".
La mujer maltratada siente que debe dedicarse a satisfacer las demandas emocionales de su pareja -ya que el maltratador induce a su víctima a sentir este tipo de condicionamientos-, distanciándose así progresivamente del contacto consigo misma, de lo que ocurre con sus emociones y de lo que siente en su cuerpo, negando y pasando por alto sus propias necesidades, anestesiando sus propios signos de malestar y de dolor.
Como sabemos, la tensión normal se disipa al desaparecer el factor estresante, pero cuando el estrés permanece por largos periodos de tiempo, como ocurre con la violencia intrafamiliar, la tensión se hace crónica provocando que la rigidez muscular permanezca bajo la forma de una actitud inconsciente del cuerpo, tensionando la movilidad y la expresión corporal cotidiana; a esto se añaden la presión muscular y la restricción de la respiración ocasionada por la inhibición reiterada del llanto. Se comprende así el daño emocional, la inmovilidad mental y la rigidez corporal que padecen estas mujeres; no olvidemos que estar plenamente vivo implica respirar profundamente, moverse libremente y sentir con cuerpo y alma.
Las personas que sufren maltrato han de enfrentarse a sí mismas y a sus circunstancias, han de estar dispuestas a desmontar y reconstruir toda una serie de estructuras defensivas emocionales, surgidas de la baja autoestima y la pérdida de la propia identidad. A veces el simple hecho de poderse soltar y volcar mediante la escritura, la pintura o en un trozo de arcilla, ese bullir mental que estas mujeres no pueden verbalizar, las relaja emocionalmente de tal forma que descubren en la creatividad una vía que las puede llevar a la transformación y a un cambio de actitud a partir de ellas mismas. En este sentido el arteterapia tiene un enorme potencial como medio de elaboración simbólica y significativa que favorece que la mujer pueda situarse frente a frente consigo misma, con sus vivencias y emociones, integrándolas de manera menos traumática y más positiva, ya que, como sabemos, el trabajo creativo nos ayuda a expresar y reflexionar de forma menos dolorosa y sin tener que verbalizar directamente aquello que nos pasa.
A partir de los años 40 se comenzó a estudiar de manera sistemática y a poner en práctica las posibilidades curativas y transformadoras del arte; sin embargo, el arte y su aspecto sanador han estado presentes en la historia del ser humano desde tiempos remotos, y en el ámbito de la psicología Jung ya había descubierto el carácter transformador que conllevaba para nuestra psiquis el proceso creativo; en palabras de López y Martínez, "el lenguaje de las imágenes, sea cual sea el elemento expresivo utilizado, sirve de ayuda, es más indirecto y proporciona mayor seguridad. Se instala en un espacio metafórico que permite nombrar a medida que se puede".
Se trabaje de manera individual o grupal, siempre se hace al compás de las diferencias y los ritmos personales de cada mujer, la idea es ofrecer un espacio donde se sienta segura y relajada, pero también un espacio de conciencia ya que el principal objetivo que se busca a través del arteterapia, además de entregarle una herramienta creativa de expresión y de liberación, es ayudarle a que ejercite la capacidad de observarse, descubrirse, valorarse, crearse, mirar el mundo con una nueva mirada y no tener miedo a ser ella misma. De esta manera, la mujer logra restablecer, y fortalecer, la identidad y la autoestima, como también recuperar la ilusión y la esperanza.
Si te sientes identificada con este texto no dudes en buscar ayuda, no te dejes llevar por las circunstancias de la vida; más allá de la inmovilidad, el miedo y la confusión, explora tu fortaleza interior e inicia la búsqueda del camino hacia una vida más plena.