Lili Bosnic. Terapeuta y escritora
El nuevo siglo no es sólo un número sino un símbolo de nuevas formas de pensar. Todos los días nos despertamos con la noticia de la existencia de nuevos paradigmas con los cuales se intenta comprender y resolver los problemas del universo, del mundo y de la gente. Así también, aparece una cascada incesante de herramientas que proponen maneras de aliviar el dolor y los padeceres de las personas.
Con el tiempo, muchas de aquéllas caen en el olvido y otras nuevas las sustituyen, y la sociedad mira los éxitos o fracasos que parecen conllevar y se adhiere, sucesivamente, a cada una de ellas, como a modas salvadoras. Las coloca en lugares de ídolos a los cuales entrega su poder personal y toda su confianza.
Pero las modas son como la fe, totalmente quebrantables. En cambio, lo que realmente permanece es la experiencia personal, de manera que las técnicas sanadoras basadas en la autoridad, la moda o cualquier otro principio exterior están condenadas a pasar y, aunque alcancen resultados, lo que obtienen solo es barniz que no llega a las raíces de la desdicha humana.
Por otra parte, un buen grupo de estos métodos y artes apunta a alcanzar metas trascendentes y alejadas de la vida cotidiana, cuando los problemas habituales que enfrentamos están radicados en lo inmediato y diario.
Así, la experiencia personal nos hace dueños de las formas con las cuales abordamos los problemas y no necesitamos depender de protocolos alejados de nuestra realidad y centrarnos en lo cotidiano nos permite introducir felicidad a la sencillez del día a día.
Además de estas dos cuestiones, de fundar la vida en la experiencia y centrarnos en lo cotidiano, que es una manera propia y verdadera de estar presente en el presente, otra de mucha significación se basa en que las técnicas de sanación con las cuales nos bombardean sistemáticamente carecen de un contenido ritual. ¿Por qué esto es importante? Porque así como los mitos permiten la exploración de la conciencia sobre la sombra -esa parte oscura que rechazamos de nosotros mismos y de donde retornan las fuerzas emocionales de nuestros síntomas, pesadillas y sufrimientos-, los ritos representan los puentes de conexión de la personalidad con el alma. Los ritos permiten resacralizar la existencia, es decir, volverla a dotar de sentido, porque es la pérdida del sentido de la vida la causa esencial de todo malestar. Los síntomas, y todo otro padecer, ocupan el lugar de la falta de sentido de la existencia, que es lo mismo que decir la falta de alma.
Los seres humanos oramos y trabajamos como dos caminos para alcanzar la perfección. Pero el orar (meditar, contemplar, etcétera) y el laborar son dos aspectos que alcanzan su plenitud en la convivencia. Las relaciones son la tierra fértil donde la evolución de la conciencia acontece. Pero, ¿nos abrimos a los vínculos desde el alma?, ¿ponemos alma en nuestras relaciones o practicamos relaciones sin alma (desalmadas)?
Un arte sanador que apunte al corazón de las causas de la enfermedad debe incluir en sus fundamentos una visión no sólo holística, experiencial y terrenal, sino profundamente dirigida a llevarnos a considerar las relaciones como la llave maestra del proceso de evolución y despejar de nuestra conciencia cualquier separatividad interpersonal. Como dice san Juan, "si dices que vives en la luz y aborreces a tu hermano, permaneces en la oscuridad".
Estamos acostumbrados a recibir mensajes de que así como somos no está bien, que debemos esforzarnos en ser mejores, más perfectos, más iluminados. Occidente nos propone un estándar material, de beneficios, metas y rendimientos y, por su parte, Oriente, los logros de la excelencia espiritual. Con sus más y sus menos ambas cosmovisiones nos llevan a rechazar lo que somos, a no aceptarnos tal como es nuestra realidad.
Si además sumamos a esto las memorias que traemos como herencia genética, colectiva y de vidas pasadas... somos un crisol de identidades.
Con Ho´oponopono tenemos la oportunidad de empezar a ser "auténticamente nosotros". Con Ho´oponopono podemos limpiar, borrar, soltar el parloteo de la mente que nos aleja de la dicha, de cumplir nuestros propósitos en esta encarnadura.
Sor Juana Inés de la Cruz decía: "Debemos mantener a raya a la "loca de la casa" porque ella siempre está pensando"...
Básicamente, se trata de repetir lo más que se pueda cuatro palabras: lo siento, perdóname, gracias, te amo, y en este incesante repetir, repetir y repetir le estamos dando permiso a la Divinidad con la que estamos conectados para que haga su trabajo de limpieza, vaciándonos de cochambre emocional y llenando ese espacio vacío... con amor e inspiraciones.
Querido lector, por favor no creas nada lo que aquí dice, sólo incorpora estas palabras a tu vida cotidiana y tendrás plena conciencia de cómo se manifiestan los milagros cotidianos en tu vida y, por favor, luego cuéntame.
Y está hecho... gracias, te amo, colibrí....