Patricia Abarca Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Todos hemos sentido algún grado de ansiedad en muchos momentos de la vida, ya que es una respuesta emocional bastante frecuente y de carácter adaptativa, que nos prepara para responder y actuar ante un probable peligro o simplemente ante una nueva experiencia, un momento excitante o un reto que tengamos que superar. Se caracteriza por un estado de agitación, inquietud, pensamientos de peligro y preocupación, constricción del epigastrio y alteración de la frecuencia respiratoria que se anticipa a lo que pueda ocurrir. Aunque la ansiedad se manifiesta de forma parecida al miedo, es justamente esta anticipación lo que la diferencia, ya que el miedo emerge ante algo real, que está presente en el momento; en cambio, la ansiedad se siente anticipadamente ante un suceso futuro que muchas veces es indefinible, imprevisible y que incluso puede no llegar a suceder, como por ejemplo la ansiedad que sentimos antes de dar un examen que luego nos resulta fácil y sin problema alguno. Por lo tanto la ansiedad puede aflorar bien como una respuesta a situaciones externas que se prevén, o bien por pensamientos, ideas e imágenes internas que la propia persona imagina como preocupantes.
La ansiedad puede transformarse en neurótica o enfermiza cuando aflora de forma reiterada, intensa y duradera, como les ocurre por ejemplo a las personas y a los soldados que viven una situación de guerra, las mujeres y los niños que son maltratados, violentados o exigidos durante un largo periodo de tiempo, etcétera. Probablemente en ellos la ansiedad terminará aflorando ante cualquier situación normal, que para otra persona no tendría ninguna importancia; es entonces cuando la ansiedad, en lugar de ser una respuesta que nos ayuda a prepararnos para los cambios de la vida, se transforma en un sentimiento desadaptativo que nos impide desarrollar la existencia de forma llevadera.
También se debe considerar que hay personas que por carácter y genética son más inmaduras emocionalmente y más ansiosas que otras; por lo tanto, cuando estas personas se ven expuestas a situaciones de peligro o de agobio, son más propensas a transformar la ansiedad en una respuesta desadaptativa o de carácter neurótico. Cuando esta respuesta emocional sobrepasa los límites normales pueden manifestarse una variedad de síntomas como tensión, inseguridad, falta de concentración, dificultad para tomar decisiones, interpretación catastrófica de los sucesos, miedo, aprensión, pensamientos de inferioridad, sentimientos de incapacidad, sensación de pérdida de control, palpitaciones, pulso rápido, opresión torácica, hiperventilación respiratoria, molestias digestivas, sudoración, sequedad de boca, hormigueo, dolor de cabeza, mareo, vómitos, micciones frecuentes, etcétera, y en los casos extremos en los que se presenta un ataque de ansiedad puede llegar a sentirse paralización motora –o, contrariamente, hiperactividad–, tartamudeo, dificultades de expresión verbal, conductas de evitación o de escape, movimientos sin una finalidad concreta, torpes y repetitivos, etcétera.
Es necesario diferenciar la ansiedad del sentimiento de angustia, aunque ambos se manifiestan de forma similar, se diferencian –como expone el psicólogo Juan Carlos Sierra– en que la angustia es más instintiva y tiende a revivir continuamente el pasado; hay una angustia existencial que proviene de nuestra incapacidad de comprender el enigma de la vida, del temor a la nada, a la muerte, del miedo a no tomar la decisión correcta, de tener que lograr algo en la vida y al mismo tiempo de no alcanzar la meta perseguida. La angustia también puede transformarse en un sentimiento desadaptativo y enfermizo, como cuando la persona generaliza su respuesta de angustia, la manifiesta de forma excesiva y constante en todos los aspectos de su vida, limitando el normal desenvolvimiento.
El estrés es otra alteración psicoemocional que, del mismo modo que la angustia o el miedo, también suele confundirse con la ansiedad. El estrés aflora a partir de como uno percibe la relación con las personas y el ambiente que nos rodea, según la medida de las demandas externas y la capacidad (o los recursos) que uno tiene para responder a éstas; de modo que el estrés aparece cuando sentimos que las demandas externas desbordan nuestras capacidades o nuestro equilibrio interior. Por esta razón las situaciones positivas también pueden causarnos estrés como cambiar de casa, ascender en el trabajo, enamorarse, sintiendo –contrariamente– tanto estrés como cuando se rompe la relación con la pareja, etcétera. La respuesta al estrés también conlleva un factor de carácter y de genética, por eso hay personas –aunque son las menos– que experimentan el estrés como algo estimulante y positivo, mientras otras como una sobrecarga emocional y un sobreesfuerzo para el organismo.
Para tratar la ansiedad, la angustia o el estrés, además de aprender técnicas de relajación, concentración y autocontrol, necesitamos explorar y revisar los pensamientos, las creencias, las ideas, y el reconocimiento del propio mundo emocional, mediante técnicas y experiencias que nos den una perspectiva diferente a la que tenemos habitualmente; de esa forma podemos llegar a comprender y desaprender el comportamiento ansioso o angustioso, además de descubrir cómo controlar el estrés. Un estudio realizado en la Universidad de Málaga –por los psicólogos N. Extremera y P. Fernández Berrocal– analiza cómo las creencias personales se traducen en sentimientos que actúan sobre nuestros juicios y la toma de decisiones, corroborando la importancia de saber gestionar nuestros sentimientos.
Necesitamos prestar atención a lo que sentimos para tener claridad emocional, es fundamental saber diferenciar los sentimientos que nos afloran en las diferentes circunstancias de la vida, para luego reparar, regular e interrumpir aquellos que son negativos y, de igual modo, aprender a prolongar los que son positivos.
El arteterapia nos aporta una excelente vía de autoconocimiento, mediante la cual podemos explorar y aprender a gestionar nuestro mundo emocional, de forma lúdica y a través de diferentes técnicas que nos ayudan a descubrir el propio universo interior, más allá de lo consciente y al mismo tiempo, sin sentirnos violentados, invadidos o exigidos; del mismo modo reflexionamos en torno a aquellos pensamientos que nos rondan, las creencias con las que hemos vivido, liberándonos de nuestros miedos, vislumbrando otras posibilidades y abriendo nuevos caminos de apertura hacia el desarrollo personal.
Te invito a experimentar y explorar los beneficios del arteterapia, permítete liberar tu ansiedad y esfuérzate creativamente por tu propio bienestar. ¡Os deseo a todos un muy buen noviembre!