Miguel Ballesteros
Sólo el 30 por ciento de los entrevistados por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi en los EE.UU., en un estudio que empezó promediando los años 50, afirma que su vida es muy feliz. “Y esto no ha cambiado nada mientras que los ingresos personales se han casi triplicado en este periodo, en una escala que se ha mantenido constante en relación con la inflación”, aseguró Csikszentmihalyi en su presentación realizada en uno de los eventos organizados por TED, organización sin ánimo de lucro dedicada a las “ideas que vale la pena difundir”. “Sin embargo –advirtió el psicólogo de origen húngaro, radicado en Estados Unidos–, se hallarán siempre esencialmente los mismos resultados, a saber que después de cierto punto el cual corresponde más o menos a unos pocos miles de dólares sobre el nivel mínimo de pobreza, el incremento en el bienestar material parece no tener efecto en cuán felices son las personas. De hecho, se encontrará que la carencia de recursos básicos contribuye a la infelicidad, pero su acrecentamiento no aumenta la felicidad”.
La investigación ha estado más focalizada en la vida diaria, en la experiencia normal cuando hombres y mujeres nos sentimos realmente felices.
“Hace 40 años –explicó el psicólogo– empecé a observar a personas creativas, primeramente artistas y científicos, tratando de conocer qué los hacía a ellos sentir que valía la pena realizar cosas de las cuales no esperaban fama ni fortuna, pero que les daba significado y valor a sus vidas”.
Uno de los compositores musicales más exitosos en la Norteamérica de los años 70 describía así cómo se sentía al componer, cuando todo iba bien. “Es como un estado extático”, le comentó este famoso músico a Csikszentmihalyi. “Éxtasis, que en griego significa simplemente estar de pie al lado de algo, se convirtió esencialmente en una analogía de un estado mental, en el cual sientes que no estás haciendo tus rutinas ordinarias de la vida cotidiana, sino que es como entrar en una realidad alternativa. Esto es interesante”, dijo el psicólogo, quien sostuvo que “si piensas en ello, como cuando vemos las civilizaciones que estimamos cumbres en el desarrollo de la humanidad a través de la historia, como la china, la griega, la india, la maya, la egipcia, lo que sabemos acerca de ellas es realmente acerca de sus éxtasis, no de su vida diaria. Conocemos los templos que construyeron, donde la gente podía concurrir para experimentar una realidad diferente; también los circos, los teatros...
En nuestro presente, este músico del que estábamos hablando no necesita ir a un lugar como esos. Sólo precisa un pedazo de papel donde pueda realizar unas pequeñas marcas, mientras imagina sonidos que no han existido antes en esa combinación particular. Una vez que encuentra ese punto, de empezar a crear una nueva realidad, éste es un momento de éxtasis. Se sumerge en una realidad diferente y dice que esto es tan intenso como una experiencia que siente casi como si él mismo no existiera. Esto, que suena como una exageración romántica, tiene su explicación. Nuestro sistema nervioso es incapaz de procesar más de 110 bits de información por segundo, aproximadamente. Para escucharme y entender lo que estoy diciendo, vosotros necesitáis procesar alrededor de 60 bits por segundo. Por esta razón es imposible escuchar más de dos personas a la vez.
Cuando alguien está realmente involucrado en este proceso completamente subyugante, de crear algo nuevo, como este compositor, no tiene suficiente atención para monitorear cómo siente su cuerpo. Ni siquiera puede sentir si está hambriento o cansado. Su cuerpo desvanece, también su identidad desaparece de su conciencia porque no tiene suficiente atención, al igual que nos pasaría a cualquiera de nosotros para hacer bien algo que requiere mucha concentración y al mismo tiempo sentir que existe. De modo que la existencia temporalmente queda suspendida”.
Este músico también contó a Csikszentmihalyi que su mano parece moverse por sí sola al estar en pleno proceso de creación. “Yo podría mirar mi mano durante dos semanas y no sentiría ninguna sorpresa o maravilla porque no puedo componer, no lo sé -ironizó el psicólogo-. Este proceso espontáneo que describe sólo le puede ocurrir a alguien que está muy entrenado y que ha desarrollado la técnica. Esto se ha convertido en un tipo de verdad obvia o trivial en el estudio de la creatividad: uno no puede crear algo sin menos de diez años de inmersión en el conocimiento técnico de un campo determinado. Sea matemática o música, toma tiempo ser capaz de cambiar algo hacia una manera mejor de lo que era antes, para crear”.
Cuando esto ocurre, el compositor percibe que la música simplemente fluye. Precisamente, y debido a que todos quienes pudo entrevistar Csikszentmihalyi han dicho que el proceso es como un fluir espontáneo, llamó a este tipo de experiencia “la experiencia del fluir”, que ocurre además en otros ámbitos. Un poeta lo describe de este modo: “Sucede un sentimiento espontáneo y de poco esfuerzo que logras cuando entras en este estado de éxtasis”. Esta persona lo cuenta como “abriendo una puerta que flota en el cielo”, descripción muy similar a la que dio Albert Einstein sobre cómo imaginó las fuerzas de la relatividad cuando estaba tratando de entender cómo aquéllas funcionan.
Csikszentmihalyi expresó que también pudo entrevistar a gerentes generales nominados por sus pares como muy exitosos, éticos y socialmente responsables. Estas personas definieron al éxito como “algo que ayuda a otros y al mismo tiempo te hace feliz mientras trabajas en ello”. Anita Roddick, fundadora de Body Shop, la marca cosmética natural más famosa del mundo, dijo que “es una pasión que aparece desde que haces lo mejor, teniendo fluidez mientras trabajas”. El fundador de Sony, Masaru Ibuka, dio otra interesante definición de lo que pensaba cuando todavía no tenía dinero para desarrollar la empresa: “Sólo tenía una idea: establecer un trabajo donde los ingenieros pudieran sentir el disfrute de la innovación tecnológica, siendo conscientes de su misión con la sociedad y donde trabajaran con el corazón contento”. “Yo no podría mejorar este ejemplo de cómo la fluidez se desarrolla en el ambiente de trabajo”, confesó Csikszentmihalyi.
Para sus estudios este psicólogo entrevistó, junto a otros colegas en el mundo, aproximadamente ocho mil personas, desde monjes dominicos hasta escaladores del Himalaya, pasando por pastores navajos. “Todos ellos disfrutan de su trabajo –destacó–. Y más allá de culturas, nivel educativo o lo que sea, descubrimos ciertas circunstancias cuando una persona está en fluidez: una vez que el foco de la experiencia aparece intenso, es seguido por una sensación de éxtasis, una sensación de claridad. Uno sabe exactamente qué es lo que quiere hacer en cada momento, tiene retroalimentación inmediata. Sabe lo que necesita hacer, que es posible realizarlo a pesar de las dificultades, y el sentido del tiempo desaparece. Nos olvidamos de nosotros mismos y sentimos que somos parte de algo grande. Cuando se presentan estas condiciones, lo que uno está haciendo se convierte en valioso en sí mismo”.