Emilio Carrillo
Desde numerosas tradiciones y corrientes espirituales se insiste en que debemos matar o extinguir el deseo. Pero, ¿qué significa exactamente esto?; ¿tiene realmente sentido?, ¿cómo llevarlo a cabo?
Distintos tipos de deseos
Lo primero a tomar en consideración es que el ser humano tiene, obviamente, deseos de muy distinta naturaleza. Básicamente, los hay de dos grandes tipos: los de perfil egocéntrico (deseos egoístas, vulgares, soeces, ignorantes…), y los de carácter fraternal (deseos altruistas, generosos, conscientes…).
Sabiendo esto, cuando se alude a la extinción de los deseos se está señalando a los de la primera clase, los deseos bajos y groseros, a los que hace mención el término sánscrito “kamas”, del que deviene, a su vez, la expresión “kamásico” usada para referirse a las influencias en las personas de las emociones y pasiones materiales.
En cambio, no se han de eliminar de ningún modo los deseos de naturaleza elevada. Por ejemplo, el de evolucionar en nuestro proceso espiritual y colaborar, igualmente, en el de la humanidad.
Se trata, por tanto, de conocernos a nosotros mismos y, desde la observación y la aceptación de lo que se mueve en nuestras esferas emocional y mental, extinguir lo inferior y potenciar lo superior.
La transmutación de los deseos
Lo segundo a tener en cuenta es la necesidad de transmutar los deseos. Descartados ya los deseos egocéntricos y centrados en los altruistas, una transmutación primaria y fundamental consiste en transformar estos, los deseos de naturaleza elevada, en auténticas aspiraciones de corazón. Esto servirá para sacar al deseo del ámbito “kamásico” y situarlo en la órbita de lo “manásico”. Más concretamente, en lo que en Teosofía se conoce como “manas superior”: la mente abstracta y transcendente ligada al alma humana y sus cualidades.
Y no queda aquí la cosa, pues corresponde, a continuación, efectuar una segunda transmutación que es más sutil: la transfiguración de la aspiración en voluntad.
Se puede entender bien en qué consiste volviendo al ejemplo del deseo de evolucionar espiritualmente. Conforme a lo precedente, siendo un deseo de perfil elevado, lo habremos transformado ya en aspiración. Pues bien, la nueva transmutación radica en tomar consciencia de que continuamente estamos evolucionando en la medida de nuestras posibilidades y de nuestro empeño.
Y será así como la aspiración se transforme en determinación y resolución, yendo más allá del ámbito de los deseos y entrando de lleno en el campo de la voluntad.
A modo de síntesis
1º No hay que dejar de tener sentimientos o emociones, pues si así fuese dónde quedarían, por ejemplo, la empatía, la simpatía, la comprensión o la compasión –tanto hacia nuestros congéneres como la universal hacia todos los seres vivos–.
2º Lo que hay que extinguir son los deseos de baja frecuencia vibracional, asociados al egocentrismo, el egoísmo, la ignorancia, la irresponsabilidad y la inconsciencia.
3º En paralelo, hay que potenciar los deseos de naturaleza elevada y mayor gradación vibratoria y transmutarlos en aspiraciones vitales sentidas y alentadas desde el corazón.
4º Y, finalmente, se deben sacar estas aspiraciones del marco propio de los deseos para introducirlas e inscribirlas en el ámbito de la voluntad y, por ende, de nuestra capacidad de actuar con consciencia.
El dominio de nuestra esfera emocional
Los cuatro puntos anteriores desembocan en la necesidad de dominar nuestra esfera emocional –denominada por la Teosofía “cuerpo astral” y asociada al aspecto “kamásico” del ser humano–.
De hecho, está en nuestra mano mantener la esfera emocional bajo nuestro mando consciente. O, lo que es lo mismo, tener completamente activa nuestra facultad de actuar sobre ella a voluntad desde el profundo discernimiento de que no basta con abstenerse de torpes acciones, sino que se requiere absoluto in-egoísmo para avanzar en el sendero espiritual.