Davinia Lacht
Despiertas en un mañana con complejo de ser hoy. ¿Dónde quedan todas esas imágenes que se habían formado en mi cabeza? ¿Dónde queda la verdad?
Proyecciones de un mañana diferente y este ahora ya ha pasado. Tomo una bocanada de aire y, conforme exhalo, el tiempo ha quedado atrás. Bienvenidos a lo mutable, a ese tiempo que no puede agarrarse, a ese futuro que nunca llega y que nunca llegará. Ahora tras ahora para vivir en la cordura, para que la vida sea menos sueño y más como un sueño. Una vida que puede ser como un sueño en el que decides volar, y vuelas. La vida en que el cuerpo no pesa, no pesan los miedos ni las frustraciones, no pesan los sueños rotos ni las penas descompuestas. En los sueños no hay expectativas y las cosas suceden porque sí. Nada que pedir, nada que esperar, basta un pensamiento para devolvernos a una realidad tan real como ilusoria.
Sueño de vivir y morir ante el sueño. Sueño consciente, despierto; sueño ligero en la ligereza del sueño. Sueño por vivir desprovistos del sueño, despiertos ante la certeza de que soñar conscientes es mucho más fácil. Poder volar y saberlo es mucho más fácil que poder y no hacerlo.
Sucumbir ante la alegría, ¿por qué no? Y si tenemos que decidir, si venimos aquí para elegir un camino, ¿por qué no elegir el de la alegría? ¿Por qué no optar por el camino del gozo y el juego inequívoco del vivir desprovisto? Vida que viene y va, vida que siempre es vida, vida que me inunda con un sencillo mirar. Vida que vive en ti y en mí; pero, ante todo, vida que vive en nosotros. Vida que vive solo en esa unión de la vida merecida. Porque vivir solo es posible si crees merecerlo, si así lo quieres, si así lo buscas, si así lo aceptas. Vida que siempre es vida si es contigo, en tu camino, en tu abrazo. Vida que solo es vida con permiso para ser dada.
Hoy el cielo está azul y el viento se ha detenido. Tal vez sea consciente de que es hora de la tregua, del descanso, del reposo de quien se ha entregado en cuerpo y alma. Ya se nos decía que recibiríamos la recompensa, anotando en la letra pequeña que es recompensa no esperada. Recompensa que solo se entrega cuando el acto no busca la recompensa. Luz que acude a donde ya hay luz, a donde ya hay brillo. Luciérnaga que reposa en tus manos para hacerte compañía. Cariño que vuelve a la fuente de cariño. Amor que se siente cómodo donde ya había amor.
Vida que vive en los abrazos sinceros que supiste dar sin un después. Abrazos entregados solo por honrar a la palabra abrazo, al beso sincero, al alma en reposo.
Inertes las hojas de los árboles: parecen salidas de un cuadro, sin viento que las agite ni nube que les haga sombra. Verdes cargadas de agua, verde intenso, verde de vida. Verde de las montañas que saludan y rebosan frescura. Verde, siempre verde, verde equilibrio, verde de la naturaleza. Frescor verde que nos devuelve a nuestra naturaleza del equilibrio entre las raíces echadas en la tierra y los brazos alzados al cielo. ¿Dónde estás tú? ¿Dónde decides estar? ¿Nos quedamos en un punto intermedio? Reposemos en un punto intermedio para que podamos acudir rápido si nos llaman de alguno de los dos lados.
Ahora estamos aquí, ahora. Hemos decidido estar aquí, ahora, y disfrutar de lo que es estar aquí, ahora. Pero el momento es mucho más divertido si somos conscientes de estar entre el cielo y la tierra, conscientes de que podemos alimentarnos con comida del cielo y de la tierra, con la alegría del cielo y de la tierra, sin confundir el qué con el cómo. Entre el cielo y la tierra para tomar lo mejor de los dos lados y vivir aquí con los regalos de allí, para que nunca falte de nada, para que nunca sobre nadie. Para que todo siempre esté en su lugar solo porque nos damos cuenta de que siempre lo ha estado.
Estar en este mundo tomando minutos de silencio que, por un momento, nos recuerdan que somos más que este mundo. Unos minutos de silencio para soltar todo aquello que habíamos decidido ser unas horas antes. Unos minutos de silencio para descansar en nuestra otra casa, desprovistos de vibración, para que no quedemos dormidos en la ignorancia del peso pesado, del cuerpo que pesa, del intelecto que pesa, del pensamiento que pesa.
Un ir y venir, un callejón con salida, una tregua divertida, un rizo que no hace falta rizar más. Todo adquiere el fluir de lo natural, naturaleza curvada, opuesta a la línea cortante del hombre que marca un principio y un fin. Curva que no empieza ni acaba, que no sube ni baja, que recibe el movimiento como una extensión de sí misma. Curva que nos habla del movimiento de la vida y de lo poco que sirven los hitos.
La curva como la vida que nos invita a dejarnos llevar por la nomenclatura de lo eterno. ¿Por qué no dejarnos arrastrar por el fluir del constante baile que se mueve al son de una melodía incondicional? ¿Por qué no danzar con las estrellas cayendo mullido tras el salto y dándonos el impulso para caminar? Poco cuesta, todo vale, y hoy vale aceptar que fundirse en el camino es vivir en diferido.
El nuevo libro de Davinia Lacht, "Lecciones del monasterio", ya está disponible.
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