Fernando Martínez
Todo lo que parecía sólido se desintegra: la estructura social, económica, cultural… Vivimos en un “Mundo volátil”, como reza el título de la última obra de Francesc Torralba, subtitulado “Cómo sobrevivir en un mundo incierto e inestable” (Editorial Kairós). En el siguiente diálogo, este profesor de Ética y Antropología Filosófica e integrante de la Real Academia Europea de Doctores y de la junta directiva de Aldeas Infantiles SOS, además de autor de más de 30 libros, desgrana un fino análisis para saber dónde estamos y qué es lo que pasa.
-Vivimos en un mundo volátil, una sociedad gaseosa, como algunos ya la denominan. ¿Cuáles son sus características?
-Éste es el fin que me mueve: diagnosticar el humus cultural y social de nuestro tiempo, a sabiendas de su volatilidad. Todo se desmenuza con tanta velocidad que resulta imposible definir lo que hay, pero mucho más aventurado es desarrollar una mínima prospectiva de lo que va a acaecer. Estamos convencidos de que la noción mundo volátil es la que refleja, con más nitidez, lo que se cuece en nuestro entorno.
-¿Existen mapas para orientarnos en este momento?
-El problema de diagnosticar el Zeitgeist de nuestra época es que no existe nada fijo ni estable en él. No solo cambian los actores. También cambia el guion y el mismo escenario, de tal modo que, al final, uno no sabe qué obra había comenzado a representarse. ¿Cómo fotografiar lo que está en movimiento? ¿Cómo articular una correcta presentación de lo que se volatiliza tan aceleradamente?
-¿Qué sabemos y no sabemos de la incertidumbre?
-Lo que define la incertidumbre es el desconocimiento. El presente es inefable, como el individuo, pero describir el futuro y articular una prospectiva con ciertas garantías de solvencia intelectual todavía es más difícil dada la volatilidad de los sistemas, de las instituciones y de todo el cuerpo social en general.
-¿El índice de frustración, tanto individual como colectivamente, es inversamente proporcional al de la tolerancia?
-Sí. Si uno se ejercita en la tolerancia es más capaz de aceptar la situación y conformarse, pero ello requiere de una gran labor de desapego.
-¿La frase de san Agustín “paz es la tranquilidad que deriva del orden” puede ser una guía para salir del atolladero?
-En efecto. La incertidumbre no es, de ningún modo, el mejor hábitat para el crecimiento y para el desarrollo integral de un ser humano. Todo ser humano, para poder vivir pacíficamente, necesita de estabilidad emocional, social y económica, máxime si se halla en la etapa de la infancia o de la adolescencia. Requiere, sobre todo, de seguridad física y de una comunidad afectiva y emocional que realmente le quiera; necesita rutinas, protocolos y rituales que, al repetirse periódicamente, le den seguridad y le permitan anticipar lo que vendrá.
-Lentitud, paciencia, espera, conceptos actualmente devaluados o discriminados. ¿El movimiento Slow es una respuesta válida para reposicionarlos en la sociedad?
-Sí lo es, pero solo tiene eco en minorías sociales. La desaceleración es imprescindible para recuperar la armonía y la paz. Cuando todo se vive tan aceleradamente, no se vive a fondo. Uno se desplaza de un lugar a otro, sin contemplar nada; peregrina de una pantalla a otra sin conocer nada, se besa un cuerpo y luego otro, sin amar realmente a nadie, porque conocer algo o alguien a fondo significa adoptar la forma de la cosa conocida, hacerse uno con el objeto de conocimiento y salvar la dualidad sujeto-objeto.
-¿Parece paradójico que cuando se ha instalado aquello de vivir a tope, a fondo, las experiencias humanas sean cada vez más superficiales?
-La banalidad lo coloniza todo. En este mundo volátil, las grandes palabras pierden su significado. Sirven para decirlo todo, con lo cual ya no dicen nada. El ciudadano postmoderno se siente afligido, vacilante, dudoso en su lenguaje, sobre todo cuando está obligado a hablar. El lenguaje se usa tan mal que lo tememos y desconfiamos de él. Se tolera mal el discurso hablado, especialmente si es largo y no va acompañado de un carrusel de imágenes que amenicen la presentación.
-Afirma que en 140 caracteres (o 280, como es ahora) no hay espacio para lo complejo. ¿Cómo debería ser nuestra relación con la tecnología?
-Esta relación tiene que cimentarse sobre la prudencia y la responsabilidad.
-También expresa que la amistad necesita tiempo y calidad, y diferencia que no todo vínculo es amistad. ¿La confusión es tan evidente?
-El cultivo de la amistad requiere de tempo, de paciencia, confianza y disponibilidad absoluta, huesos difíciles de roer para un ser tan volátil como el ciudadano postmoderno. En un mundo tan incierto como el nuestro, los ciudadanos experimentan soledad, vértigo y, para huir de ello, necesitan llenar el hueco con la ficción del número.
-¿Qué es el “vértigo metafísico"?
-Es la sensación que experimenta cualquier ser humano cuando lo que para él era sólido, sea una ideología, una creencia o un amor, se deshace en el aire.
-¿Y el “show de la solidaridad”?
-La verdadera solidaridad no busca los focos televisivos, ni está pendiente de las audiencias, ni de la imagen o de la reputación. Brota del corazón y de la experiencia de la profundad unidad con todos los seres. Ser solidario es, en definitiva, estar dispuesto a ser herido por los otros, a llorar con los otros, a acompañar a los otros al naufragio si conviene.
-¿Cómo es una vida plena?
-Para alcanzar una vida plena se precisan tres elementos claves: un proyecto de sentido, unos vínculos afectivos de calidad y una mínima estabilidad social y económica.
-¿El sufrimiento es omnipresente?
-Sí. Lo es, a pesar de todos nuestros titánicos esfuerzos para extirparlo de nuestras vidas.