por Sol García Zato Comunicación y Prensa Asociación Camino a la Solidaridad (Chincha, Perú)
“La tierra es muy grande y mi mundo comienza y acaba en un minúsculo puntito de ese globo ladeado de la estantería del salón”. Este pensamiento me asaltaba de vez en cuando y a menudo venía acompañado del susurro de mi brujita cíclica: “Atrévete a salir de tu zona de confort y descubre qué hay más allá”. Yo me justificaba explicándole que en ese puntito del mundo estaba la seguridad: mi casa, mi trabajo, mis amigos. Ese lugar era el espacio conocido por mis cinco sentidos, los sitios donde sabía manejarme. La brujita se reía y me recordaba: “La seguridad y el control son el precio de tu libertad”. Mantuvimos durante años estos diálogos internos que cuando ya me abrumaban en exceso cerraba con un categórico: “Todo el mundo vive en un puntito del globo y de ahí no suele moverse, así que yo también”. Pero mi brujita cíclica es testaruda.
Revisando mi vida me daba cuenta de que ya tenía todo lo que anhelaba: un hijo maravilloso, buenos amigos, un hombre fantástico a mi lado, una casita con jardín y un trabajo estable. ¿Y entonces por qué algo dentro mí insistía en que mirara más allá, en que siguiera haciéndome preguntas?
En la primavera del año pasado mi querida amiga Mariló, que dirige la Casa de Acogida de Pepe Bravo en Alozaina, me invitó a un taller de fin de semana impartido por Emilio Carrillo. Pasar con Mariló unos días es siempre un regalo. Es una mujer a la que admiro profundamente: por su entrega incondicional a los demás, por la inmensa humildad de su persona y por la gran labor que hace desde el hogar que dirige. Así que no dudé en aceptar su invitación y ahora tengo claro que fue justo ahí, en ese fin de semana, mirándome en el espejo de Mariló y escuchando las sabias palabras de Emilio, cuando por fin algo despertó dentro de mí y comencé a escuchar a mi corazón.
Emilio Carrillo, autor del libro “Dios”, nos recordó durante el fin de semana que cada ser humano trae al nacer dones y talentos que le fueron entregados para ponerlos al servicio de la vida. Solo cuando los desarrollamos y los ofrecemos al mundo nos sentimos realizados y encontramos el verdadero sentido de nuestra existencia. Entonces nos alineamos con la danza del universo y comienzan a surgir respuestas. Ese fin de semana en Alozaina marcó un antes y un después en mi vida, las palabras de Emilio me acompañaban como un mantra. Las compartí con mi familia, con mis amigos, con mis alumnos de biodanza y en toda ocasión cuando se daba un contexto para ello. Cuanto más lo comentaba más fuerza cobraban en mí.
Fue una noche de julio, durante un concierto, cuando le planteé a mi pareja que había llegado mi momento de salir de la zona de confort, de cambiar la seguridad y el control por la libertad y de extender las alas para volar. Sus ojos se empañaron de emoción y recuerdo que me dijo: “Yo siento lo mismo, creo que la vida ha cruzado nuestros caminos para que volemos juntos”. Así que esa noche escuchando y bailando al ritmo de Canteca de Macao abrimos las ventanas de nuestras vidas para que surgieran otras posibilidades.
Durante las siguientes semanas enviamos cartas a varias organizaciones que trabajaban con mujeres y niños para informarles de nuestra disponibilidad. Elegimos este sector social porque ambos consideramos que solo empoderando a las mujeres y educando a los niños se puede cambiar el rumbo de una sociedad. Recibimos varias propuestas en diferentes países y finalmente elegimos el albergue para madres adolescentes y bebés fundado por la asociación Camino a la Solidaridad en Chincha, Perú.
La maternidad entre las adolescentes, sobre todo en las zonas más pobres, es muy frecuente en Perú y existen pocas sedes públicas que las acojan. En muchos casos el abuso sexual se produce en el seno familiar y cuando se quedan embarazadas son repudiadas por su propia familia, por lo que las menores quedan en una situación de desamparo total y completamente desprotegidas en todos los niveles. El albergue Camino a la Solidaridad ofrece un hogar a estas mamás adolescentes y a sus bebés, posibilita que sigan con sus estudios y lleva esperanza a sus almas rotas.
Y aquí nos encontramos Carlos, nuestro hijo y yo desde febrero. Nuestra misión es crear un flujo económico que permita la continuidad del albergue, dar a conocer la labor de Camino a la Solidaridad al mundo y dotar de herramientas personales y profesionales a las adolescentes para que tengan la oportunidad de disfrutar de una vida plena y puedan volar alto liberadas de las cadenas del abuso y del maltrato.
¡Si estas palabras resuenan en ti, da el salto! ¡Creer es crear!
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