Emi Zanón. Escritora y comunicadora
De mi libro "Metacuentos, relatos cortos para el despertar de la conciencia"...
"Al cabo de algún tiempo lo supo. Se había preguntado muchas veces por qué aquellas pocas anegadas de tierra blanca, roja y parda, sembrada de piedras y almendros y olivos, entre montañas verdes bordadas en pinos y matorral, le daban tanta vida. Amaba esa tierra, y no porque la hubiera heredado de sus padres. A decir verdad, cuando el viejo dejó esta vida y tuvo que hacerse cargo de ella, pensó en venderla. Viviendo en la ciudad y tan alejado de las montañas apenas si podría ocuparse de la cosecha y de las labores del campo. Y, además, esas cosas no iban con él: un auténtico cibernauta. Lo suyo eran los ordenadores y no las tierras. Laborar un pedazo de tierra no era precisamente a lo que él más aspiraba. ¡Con todo lo que tenía todavía por hacer en su vida! ¡Pero si no le quedaba tiempo ni para afeitarse! ¿Cómo iba él a ocuparse de unos arboluchos en una tierra que recordaba tosca y ruda? Y... aunque quisiera... ¡No tenía ni idea de cómo hacerlo! Y... ahora, pasados diez años desde que decidió finalmente por sentimentalismo no deshacerse de ella, le daba las gracias por estar ahí, por ser ahí para él cada fin de semana.
"Ismael, sentado delante de la entrada de la pequeña cueva que su padre había bautizado “Cueva Pedrona” por estar camuflada entre unos peñascos, divisaba los surcos horadados en la tierra nevada de pétalos de almendro. Esos surcos eran ahora como sus propios surcos que empezaban a horadar su rostro con el paso de los años. Igual que los surcos de su envejecido padre. Aspiró intensamente los festones de pinos verdes que enmarcaban esa bonita tierra nevada y cerró los ojos. El olor dulzón de la flor de los almendros desplazaba en el aire las esencias naturales de tomillo, romero y pino. Como cada sábado cuando llegaba al mediodía a la montaña, gustaba de recrearse y contemplar esa tierra con todos sus sentidos. Le daba vida y energía suficiente para el resto de la semana. Primero se dejaba penetrar por su aroma, luego por sus colores, y poco a poco dejaba de ser Ismael para ser tierra, tierra blanca, tierra roja, tierra parda y tierra verde, sobre todo verde. Cada minuto de contemplación de esa tierra le iba deshojando de los problemas y del estrés de su vida en la ciudad, en la oficina, en el supermercado, en el metro... Durante la semana, en la ciudad, era Ismael, pero un Ismael aislado, desconectado y no precisamente por falta de gente a su alrededor. Pero en la ciudad todo era distinto, allí nunca se había permitido el gusto y el placer de la contemplación. Siempre con prisas, siempre con excusas. Esta tierra casi desnuda, que al principio le pareció inhóspita, le había dado la oportunidad de saber lo que es alcanzar la dicha a través del estado de contemplación. Aquí, por primera vez en su vida, alejado del mundanal bullicio, de los móviles, de las máquinas, tan necesarias en estos tiempos –sí, por supuesto–, se había extasiado de belleza y de color, se había llenado de paz y, a pesar de estar solo, por primera vez se había sentido acompañado, integrado, fluido y parte de un gran Todo que no podría definir, sólo sentir. Sentir su pulso, sentir su vibración y fundirse con él y amarlo, amarlo, amarlo.
"Sí, aquellas pocas anegadas de tierra con sus almendros y olivos habían conseguido con su energía, con su influjo, con su belleza, despejar los senderos de su alma. Ahora se conocía mejor. Ahora tenía más fácil el camino de regreso a casa. Eso lo sabía.
"Al cabo de un buen rato, abrió los ojos y volvió a contemplar amorosamente la tierra y al fin dijo en voz alta:
Blanca, roja, parda,
verde y verde
siempre verde.
Verde contenido
verde manifiesto
verde y verde
siempre verde.
Verde y amarillo
el pino y el espino,
verde y plateado
el olivo...
Verde,
siempre verde.....
Te aspiro tierra
blanca, roja, parda y verde.
Cierro los ojos
y te siento verde
siempre verde...
De tus entrañas
montaña.
"Luego cogió la azada y se entretuvo limpiando los rastrojos de la vereda".
emizanonsimon.blogspot.com.es
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