Sonia Córdoba. Odontóloga
Cuando plantamos un árbol, lo intentamos hacer en el mejor lugar posible, que la tierra sea buena, que tenga suficiente agua, donde reciba los rayos del sol, que no haya demasiado aire... Abonamos el suelo, lo regamos si no llueve lo suficiente o si hace mucho calor. Si hay demasiado viento iremos acompañando el tallo fino y joven con una guía para que crezca hacia arriba lo más recto posible y se desarrolle sano y fuerte hasta llegar a ser un árbol adulto.
Lo mismo ocurre con las personas, intentamos que crezcan y se desarrollen expresando al máximo su potencial, eliminando aquellos elementos que entorpecen el desarrollo fisiológico y potenciando aquello que trabaja a favor de la fisiología.
En muchos casos se nos dice que hay que esperar, que hay que ver como evoluciona y que más adelante ya se corregirá. En los casos de maloclusiones leves podría ser una opción. Pero en la mayoría de los casos, si ya existe una mala función y por tanto una maloclusión, éstas solo se mantendrán y empeoraran con el tiempo, haciendo que los tratamientos tardíos sean eso, tardíos, en los cuales la corrección se hará de forma parcial ya que las malformaciones óseas estarán bien instauradas y las malas funciones y malos hábitos son más difíciles de corregir cuanto más edad tenemos. Y en algunos casos, desafortunadamente, habrá que recurrir a la cirugía.
Si al arbolito que hemos plantado le da mucho viento y estamos viendo como el tronco va creciendo según lo afecta esta corriente de aire, se va deformando/malformando/malcreciendo porque el estímulo que recibe no es correcto.
Cuando llegue a árbol adulto, lo hará con el tronco doblado y no será posible corregirlo, y en algunos casos severos puede que incluso el tronco ceda y se rompa. Desde que es pequeño podemos ponerle una guía para ayudarlo en su crecimiento, evitar que el tronco se deforme irremediablemente, y si el viento es muy fuerte incluso podríamos ponerle una pantalla para minimizarlo.
Si vemos a un niño o niña que tiene tres años y ya presenta una mala función –como por ejemplo una masticación unilateral con una maloclusión severa como una mordida cruzada que además obliga a un desvío de la mandíbula que, sabemos, va a favorecer un crecimiento de la cara asimétrico, un crecimiento corporal asimétrico–, ¿qué hacemos? ¿Le decimos que espere hasta que cumpla los 11-12 años, cuando ya esté finalizado el desarrollo dentro-facial, cuando las simetrías óseas y musculares ya estén bien instauradas y sea irreversible, o le intentamos llevar hacia la fisiología, que es una masticación por los dos lados alternativamente?
Corregimos la desviación mandibular, desarrollamos el paladar para descruzarlo e intentamos que todo esto ocurra antes de los 6 años para que cuando erupcionen los primeros molares e incisivos definitivos, estos se encuentren con unos huesos, unos músculos desarrollados, lo más cercanamente posible a la fisiología y así haya todas las posibilidades de desarrollarse según su propio potencial, y siempre acompañado y guiado para que, si en algún momento algo ocurre y vuelve a existir ese desvío, poder corregirlo inmediatamente.
Cuando trabajamos según la filosofía de la Rehabilitación Neuro-Oclusal diagnosticamos las malas funciones y las maloclusiones en cuanto aparecen y las tratamos lo más precozmente posible. Se hace un tratamiento preventivo y se actúa adecuadamente a la edad del paciente lo antes posible.
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