Aarón Andreo. Historiador del arte, Profesor de taichi y chikung Escuela Tantien
En la mayoría de las religiones podemos encontrar una energía primordial única, llamada Dios, Brahman, Nirvana, Tao, el Uno, el Mundo de las Ideas… que en el momento de la creación da lugar al dualismo, generalmente luz y oscuridad. Estos opuestos son complementarios y a su vez excluyentes. Sobre todo, desde el punto de vista oriental debemos considerar estas energías como fuerzas receptivas y creativas, dos aspectos que pertenecen al mismo poder, que deben permanecer en equilibrio y armonía. La unidad de estas dos energías, la unión de lo femenino y lo masculino, el cielo y la tierra, da como resultado la figura del andrógino. Se trata de un concepto antiguo y universal para representar la totalidad, la coincidencia de los contrarios, o como lo denomina Mircea Eliade, la coincidentia oppositorum, que simboliza la perfección de un estado primordial, un símbolo para expresar autonomía, fuerza y totalidad.
La ambivalencia de la divinidad, ese estado donde coexisten dos estados diferentes, constituye un tema que se encuentra en toda la historia religiosa de la humanidad. Los dioses se presentan a veces benévolos o terribles, además lo sagrado atrae al ser humano, pero también causa pavor.
En la mitología la mayor parte de las divinidades de la vegetación y de la fertilidad son bisexuadas o comportan rasgos de androginia. En ciertos casos, las divinidades agrícolas son consideradas un año como varones y como hembras al año siguiente, además pueden hallarse rasgos de androginia tanto en dioses como en diosas. La bisexualidad se coloca entre los atributos de la divinidad, los seres divinos neutros o femeninos engendraban por sí solos.
Dionisos era el dios bisexuado por excelencia, aunque existen otros como Atis, Adonis, Cibeles o Zerván, el dios iranio del tiempo infinito que era andrógino. Tuisto, el primer hombre de la mitología germánica, era también bisexuado, al igual que Lan Caihe, uno de los Ocho Inmortales de la mitología china, y en otras religiones aparece la diosa barbuba o el joven afeminado, y el Dios Moribundo que aparece en los cultos antiguos de la Magna Mater. En la mitología hindú tenemos a Varuna, el Dios cósmico, soberano universal, dios del cielo estrellado, dios de los mil ojos, etcétera, que es un dios ambivalente. Y las uniones de Shiva y Shakti, o el Dios Celeste Dyaus y con la Madre Tierra Prithvi.
La androginia, que simboliza la perfección de ese estado primordial, no está limitada únicamente a los seres divinos. Los ancestros míticos de la humanidad son también andróginos. Varios midrashim (método de interpretación crítica de un texto bíblico, dirigido al estudio o investigación que facilite la comprensión de la Torá) presentaba a Adán originalmente andrógino/bisexuado. El Adán terrestre no era sino una imagen del arquetipo celeste, por tanto él también era andrógino. Dios cortó verticalmente al ser bisexuado haciendo de uno un varón y del otro una mujer. El amor es, entonces, la búsqueda del otro porque sin el otro uno permanece como medio ser.
El término andrógino fue mencionado por primera vez por Platón, en su obra “El Banquete” menciona a un ser especial que reunía en su cuerpo el sexo masculino y el femenino y/o masculino-masculino y femenino-femenino. Según cuenta el mito, los seres humanos tenían formas redondeadas: la espalda y los costados colocados en círculo. Contaban con cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros y una sola cabeza. Tales cuerpos resultaban muy vigorosos y estos seres concibieron la idea de intentar invadir el monte Olimpo, lugar donde viven los dioses, y Zeus al percatarse de esto les lanzó un rayo para debilitar a los seres humanos, quedando éstos divididos. Desde entonces los humanos tuvieron que caminar sólo con dos piernas, y se dice que el hombre y la mujer andan por la vida buscando su otra mitad (sea hombre o mujer).
Por otro lado, el andrógino espiritual es un estado que implica la totalidad del ser humano, físico, emocional y espiritual. El deseo de recobrar esta unidad perdida es lo que empuja al ser humano a concebir los opuestos como los aspectos complementarios de una realidad única. Superar los contrarios es un leit motiv de la espiritualidad oriental. Por la reflexión filosófica y la contemplación, o por las técnicas corporales y las meditaciones se llega a trascender las oposiciones, incluso a realizar la coincidentia oppositorum en su propio cuerpo y en su propio espíritu. La dualidad no tiene sentido ni razón de ser más que en el mundo de las apariencias, en la existencia profana y no iluminada. En una perspectiva trascendental, lo masculino y lo femenino son tan ilusorios y relativos como las demás parejas de contrarios.
Por desgracia, este símbolo se degrada en el siglo XX, el andrógino pasa a significar únicamente un hermafrodita, donde los dos sexos coexisten anatómica y fisiológicamente.