Patricia Abarca. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Los antropólogos concuerdan en que las civilizaciones antiguas percibían el cuerpo como algo más que un mero organismo biológico, creían en la relación existente entre la mente, el alma y el cuerpo. Las comunidades tribales descubrían el sentido de la vida no sólo a través de lo mental, para ellos era fundamental sentir las emociones, sentimientos y procesos que afloraban a través del cuerpo. Para poder sobrevivir tenían que sentir e intuir además de pensar, por eso utilizaban rituales y bailes en los que conjugaban lo corporal, lo intuitivo y lo espiritual para conectarse con los dioses, trascender y sanar mediante la liberación y la expresión de las emociones. De igual modo, como sabemos, las antiguas civilizaciones orientales practicaban esta experiencia de comunión del cuerpo, la mente y el espíritu como un todo, y de manera integrada con la energía del universo.
La sociedad occidental, en cambio, durante siglos ha tendido a enfocar el cuerpo como algo meramente biológico, la mente como puramente racional, dejando en segundo plano el alma y el espíritu. Sin embargo, en las últimas décadas científicos y psicólogos, secundados por los avances de la neurobiología, han descubierto que cuerpo, mente y espíritu se integran en un todo, interactuando entre sí a través de una misma energía. Pero aún falta tiempo para que esto se arraigue en la sociedad y en la vida cotidiana, actualmente se sigue dando más importancia a lo externo que a lo interno: al cuerpo físico y a la imagen más que a lo emocional y a lo espiritual. Se da más valor al intelecto y al hacer que al sentir, a lo superficial e inmediato que a lo profundo, hasta tal punto que vivimos en una vorágine de roles y exigencias, ajenos a nuestra verdadera naturaleza, que nos están haciendo perder la capacidad de contactar, identificar y verbalizar nuestro mundo emocional. Nos obligamos a adaptarnos a un ideal que nos tiraniza, viviendo en función del "deber ser", como expone la psicología Alejandra Rodríguez. Un "deber ser" indicado por la sociedad y la moda del momento, como un modelo de comportamiento que hay que cumplir a como dé lugar, desarticulando así la noción que tenemos de nosotros mismos y descentrando nuestra forma de actuar.
No nos damos cuenta de que estamos dañando nuestra psique –y también nuestro espíritu– al no descargar de manera adecuada emociones como la frustración, la rabia, la ira, la impotencia, el miedo, y aún peor, tampoco nos permitimos expresar aquellas emociones placenteras que por moda o usanza la propia cultura nos impide que expresemos, transformándose entonces el cuerpo en la única vía de escape; de esta forma se explica el incremento de enfermedades somáticas que han aparecido en las últimas décadas. La respuesta somática del cuerpo emerge como un intento de solución del conflicto emocional, pero finalmente termina enfermando el organismo: la energía de las emociones que no ha podido descargarse adecuadamente necesita expresarse aunque sea de forma tóxica, y lo hace transitando solapadamente por los órganos.
Últimamente ha aumentado la alexitimia tanto en hombres como en mujeres; es decir, personas que son incapaces de identificar y expresar verbalmente lo que sienten, esto ocurre porque han bloqueado su sentir emocional creando una barrera para así evitar que les hagan daño. Se ha observado que la alexitimia tiende a asociarse con enfermedades como la bulimia, la anorexia nerviosa o la fibromialgia, entre otras. La fibromialgia es una enfermedad que lleva años estudiándose sin encontrar una explicación orgánica; algunos autores concluyen que los puntos sensibles de dolor significan una amplificación del sistema nervioso central y otras teorías hablan sobre anormalidades en las neurohormonas. Lo que sí es claro es que las mujeres que padecen fibromialgia son mujeres perfeccionistas que quieren cumplir de manera impecable "el deber ser", mujeres con una historia de sufrimiento emocional que han silenciado su dolor, guardándolo para sí y negándose a expresar lo que sienten. Del mismo modo, se está reconociendo en muchas otras enfermedades la relación que éstas tienen con conflictos psicológicos no resueltos, como las alergias, algunos tipos de cáncer o las que tienen que ver con alteraciones de carácter autoinmune.
Debemos aprender a expresar lo que sentimos, hablarlo y no silenciarlo, ya que este silencio puede llegar a tener un costo altísimo. El biólogo chileno Humberto Maturana nos dice que el lenguaje puede modificar las estructuras biológicas ya que cada persona genera y construye una teoría interior de su propio cuerpo, y si esa mirada interior se trabaja de manera adecuada podría modificar la realidad material del mismo. Hablar de lo que sentimos parece fácil, pero no lo es: primero es necesario identificar lo que se siente, ser capaz de tolerarlo, evaluarlo, para luego nombrarlo y describirlo. Debemos aprender a contactar con lo que sentimos y además saber expresarlo; necesitamos comprender que lo que nos lleva a enfermar no siempre proviene del exterior, muchas veces lo que predispone a la enfermedad procede de nuestro propio mundo interno sin tener conciencia de ello.
Es importantísimo expresar verbalmente lo que sentimos, y aun mejor si añadimos al lenguaje otras vías expresivas, para explorar lo que tenemos dentro y liberarlo adecuadamente. Las emociones son nuestra forma de comunicación más primaria, más importantes que las palabras. Si las palabras no son secundadas por emociones se convierten en palabras falsas y no creíbles.
Sabemos que el inconsciente funciona más con símbolos que con palabras, por eso el uso de expresiones artísticas –como la escritura, el dibujo, el trabajo con recortes de papel o con arcilla, entre otros–, si es realizado con un sentido de autoconocimiento como ocurre a través del arteterapia, facilita el contacto con el inconsciente, el reconocimiento de las emociones, la reflexión a través del lenguaje y la canalización adecuada de las mismas.
Contacta con tu cuerpo, siente tu interior y luego describe lo que sientes mediante palabras, formas y colores. No olvides que una imagen dice más que mil palabras, siendo además un medio seguro para explorar aquellos conflictos que no sabemos o no nos atrevemos a explicar mediante el lenguaje. A través de las imágenes podemos expresar ese cúmulo de información que llega al inconsciente desde el cuerpo, las hormonas, el sistema nervioso y por supuesto también desde nuestro espíritu.