Aurelio Álvarez Cortez
Animados y aleccionadores capítulos se suceden en “Si Buda fuera taxista”, la última creación de Mario Reyes, psicoterapeuta y coach, exempresario y viajero, que sintió la necesidad de plasmar en este nuevo lanzamiento de Editorial Obelisco una época que le llevó de ser un “hombre de la noche” a un hombre que resuelve vivir solo, en la sierra, relajadamente. Se trataba de en un momento crucial en el que tomó una decisión de crecimiento personal. “Me di cuenta de que si me llamaban, bien, y si no, también, no pasa nada. Había dejado de depender de todo lo exterior y lograr el desapego”, dice en el inicio del diálogo telefónico.
La raíz de todo ello estaba en lo que Buda resumió al expresar que el ser humano sufre por el apego. “La idea fue reencarnar a Buda en un joven taxista que vive en estos tiempos y que pudiera interactuar con personas que padecen sufrimiento por distintos motivos”.
Según recuerda, el antecedente de su libro fue que en un país latinoamericano, cuando presentaba otra obra suya, “El caracol dorado”, subió a un taxi y pudo conversar con el chofer, “un chico con una conversación muy agradable, culto, preparado –dice–, cuando bajé del coche tomé la decisión de que quería reencarnarlo en un taxista. Mucha gente toma un taxi solo para hablar, para que la escuchen; en la sociedad no nos educaron para escuchar, estamos hartos de que nos den consejos. Ante una persona que probablemente no veremos más es fácil abrirnos, nos sentimos libres para expresarnos”.
Tanto en el caso de Buda, pero también de Jesús y otros líderes espirituales de la antigüedad, “las cosas no cambiaron mucho a nivel espiritual, desde entonces hasta ahora, porque estamos en un mundo casi exclusivamente materialista”, comenta ante el interrogante de si hemos progresado históricamente. “En la escuela y en casa –agrega– nos educan en el concepto de si tengo, soy. De ahí que abocamos la energía al tener porque entendemos que si tenemos nos querrán y aceptarán. Nos han casi anulado la parte espiritual, la sociedad es menos humanista. Y todo con un objetivo: ser queridos y no rechazados. Dependemos de lo externo, no somos autónomos”. No nos aceptamos tal y como somos.
Mario reconoce que no somos conscientes del daño que nos provocamos con nuestros propios pensamientos. “El pensamiento rige cuando no estamos conscientes, por eso el budismo invita a vivir en consciencia plena, en el aquí y ahora. En el presente no existe el sufrimiento. Esto nos cuesta admitirlo porque no nos han educado en las emociones, sino en lo mental, y por eso la dificultad que tenemos frente al silencio, la mente nos domina”. Y como “crecemos muy lentamente, con el paso de los años te das cuenta de que puedes vivir mejor”.
Al citarle una frase que destaca en la ficción: “Al final solo tres cosas son importantes: cuánto has amado, con cuánto respeto has vivido y la elegancia con la que dejaste ir lo que no era para ti”, el autor señala lo relevante de la experiencia humana: la calidad de amar, de dar sin esperar nada a cambio.
Y otra frase, “la sabiduría se nutre de experiencias, no de creencias”, la explica diciendo: “La mente está preparada para sobrevivir y para ello necesita la experiencia. El cerebro aprende a través de la experiencia, cuando tiene una la guarda por si acaso mañana la requiera. El saber, del que no soy contrario, es de segunda mano, lo que dicen otros. Lo que crea calidad de vida es la experiencia directa. Al experimentarla, informo al cerebro, que la archiva. Sabio no es quien más ha leído, sino el que más ha experimentado”.
Acerca del concepto de qué es aceptar, el coach sostiene que “aceptar incondicionalmente proviene de una mirada interior, eres un observador que no enjuicia sino que mira lo que hay detrás de todo suceso. Siempre hay algo que puedes descubrir”.
Una virtud como la de ser compasivo, que sobresale en las tradiciones orientales, tiene connotaciones diferentes en el ideario occidental. Mario aclara que mientras en Occidente “comprendemos por compasión sentir lo que siente otra persona, en el budismo significa evitar el sufrimiento humano”, para lo cual “primero hay que escuchar, si no estoy presente con el otro no seré compasivo”, y luego “debo serlo conmigo mismo, de lo contrario no lo veré en el otro”. Así llegamos a la autocompasión, que tiene previamente un componente, el perdón, para seguidamente ser compasivo con los demás.
Tal como el Siddhartha de su libro dice a un pasajero que para ir a la “calle Libertad” hay que pasar antes por la “calle Desapego”, el coach destaca que “entonces te sentirás como Juan Salvador Gaviota”, el personaje creado por Richard Bach, símbolo de aprendizaje en búsqueda del significado de la vida. “Aprendes nuevos rumbos en tu vuelo, sigues tu camino, te desapegas material, económica y socialmente, y desde esa libertad creces, te conviertes en un observador. No hay que sufrir para ser feliz”, concluye.
Mario, que aclara no ser budista, dice que “gracias a Buda llegué a comprender mejor a Cristo”. En el mundo oriental, agrega, “te enseñan a vivir la experiencia, practicar, pero todas las religiones piden lo mismo, que seamos virtuosos, bondadosos, compasivos, generosos. Es el fin del ser humano. El budismo aporta la forma práctica de hacerlo”. Y da su teléfono, “por si alguien quiere hablar conmigo de un tema, el que sea. No le cobraré nada, charlaremos”. Aquí va: (34) 691501187.