Davinia Lacht
El otro día veía la película “Kon-Tiki”, basada en hechos reales y cuyo nombre hace referencia a la embarcación de una expedición de 1947. El explorador noruego Thor Heyerdahl viajaba con su tripulación desde Sudamérica hasta la Polinesia por el océano Pacífico con el objetivo de demostrar que el poblamiento de la Polinesia podría haberse llevado a cabo por vía marítima desde América del Sur. La barca que emplearon era idéntica a la que se habría utilizado en tiempos precolombinos y se movían únicamente a merced de las mareas, las corrientes y la fuerza del viento.
Me imaginaba a mí misma en medio del mar, alejada de la forma exterior de mi día a día. Por un instante, me sobrevenía una certeza: ¡Qué insignificantes nos parecerían todos nuestros problemas si pasáramos unas cuantas semanas en medio del mar, o perdidos en la montaña, rendidos ante la naturaleza! Esa distancia, esa lejanía de la envoltura de las formas creadas, nos devolvería la certeza de que la grandísima mayoría de nuestros problemas también son creados. Creados por nuestra mente y por la constante sensación de insuficiencia de quien vuelca su conciencia en lo material.
¿Por qué esa insuficiencia? ¿Por qué esa carencia? ¿Por qué nunca dura más de unos instantes la sensación de que todo está bien? Porque el mundo exterior no está hecho para satisfacernos, porque no puede satisfacernos. Porque cuanto más necesitas de ahí afuera, más atrapado estás, más exige de ti el mundo de ahí afuera. Si necesito ropas caras o en abundancia, ir a restaurantes día sí y día también, disponer de más y más propiedades y, y, y… Evidentemente, el mundo de la forma va a exigir algo a cambio: va a exigir en proporción a cuanto tú le exiges. Cuanto más exiges, más se exige de ti; y las cadenas cada vez pesan más. ¿Podemos vivir en la abundancia material desde la liviandad? Sí, sin ninguna duda sí se puede, no es incompatible. No obstante, esa abundancia llega como consecuencia de una abundancia interior previa. Nace de saber que el mundo de la forma, lo material, es un pequeño escenario en el que jugar y que me permite crear a mi merced cuando vivo desde una plenitud que no depende de nada exterior.
Si mi sentido de riqueza y abundancia depende del mundo exterior, el mundo exterior va a requerir una implicación que me impedirá observar las grandezas que van más allá de la forma. Pero hay otro modo de vivir en la abundancia: disfrutar de la grandeza intrínseca a la vida, libre de límites, eterna, amable, pura. Si soy consciente de la belleza y grandeza de esa lucecita que brilla en nuestro centro y mi alegría deriva de vivir en contacto con esa luz, haciendo desde la alegría del crear, partícipe de la diversión del juego de la vida, el sentido de abundancia será intrínseco a quien yo soy, mucho más allá de si esa abundancia se refleja a nivel material. Así, es muy probable que llegue también abundancia exterior. Pero ¿qué es lo más divertido? Que desde esa perspectiva más profunda no necesitas la abundancia, por lo que resultará inevitable disfrutar de la vida con total plenitud. ¿Por qué? Porque al no necesitar la abundancia material para ser feliz, no existe el miedo a perderla. Lo más pequeño se convierte en un grandísimo regalo porque puedo disfrutarlo en todo lo que es; y lo más grande a nivel material no deja de ser un reflejo más, si bien diferente, de la misma abundancia.
Da el paso, atrévete a cuestionarte la vida. ¿De verdad necesitas todo aquello que crees necesitar? Ponte a prueba. Sabotea las demandas de tu mente. Atrévete a decir: ¿y si no hago aquello que mi mente reclama?, ¿y si no me compro aquello que tanto creo necesitar?, ¿y si no cumplo con aquella exigencia que parece ser tan, tan, tan importante? Experimenta, tantea el terreno. Desafía tus pensamientos. No te creas todo aquello que dice la mente, a ver qué pasa. A ver si el mundo sigue su curso. A ver si sigues con vida, completo, de una pieza sin que caigan los muros de tu existencia.
Tal vez sea un toque de rebeldía lo que define a todo aquel que decide profundizar en la percepción de la vida, pues sin esa rebeldía que desafía todas las normas que hemos ido creando o adoptando a lo largo de los años y casi sin percatarnos, no puede haber un cambio. No puede haber un cambio si no decido romper con todo aquello que me he repetido sobre mí mismo y sobre quienes me rodean. No puede haber un cambio si no decido ignorar a mi mente y a esa pereza tan inmensa que siente ante la posibilidad de dar un giro, de tomar un camino nuevo que podría permitir el renacer.
Amigo, ya sabes que si no das un paso diferente, no emprenderás un camino diferente. Si no emprendes un camino diferente, las vistas seguirán siendo las mismas de siempre. No hay un camino correcto, no hace falta hacer nada concreto ni dejar de hacer nada específico. Solo es necesario aprender a crear tus propias normas en función de lo que te dicta lo más profundo de ti. Puede que al principio cueste descifrar cuál es la voz correcta, pero será esa voluntad de escuchar la voz de la sabiduría la que vaya afinando el oído. Tal vez no sea necesario hacer lo idóneo, pero sí tener la voluntad de hacer lo idóneo. Quizás sea la intención de hacer el bien y expresar amor la que nos vaya revelando el camino de la belleza, obviando la urgencia de dar luz a una perfección que aún no estamos preparados para expresar.
Davinia es autora de “Lecciones del monasterio”.