Eduardo Grecco. Psicólogo, maestro en Terapia Floral
El cuerpo humano no sólo es biología, sino que, también, es un hecho psíquico: emociones, símbolos, espiritualidad. William Blake solía comentar que el cuerpo es la parte del alma que perciben los sentidos, para aludir al hecho de que somos una unidad integral imposible de separar. Sentimos, vivimos, experimentamos, como unidad.
Estas reflexiones no son nuevas, pero han resurgido en la modernidad como resultado del olvido del cuerpo como una estructura significante. Durante siglos el cuerpo había sido reducido a una cosa entre otras cosas.
Tal vez haya sido el Psicoanálisis quien dio el primer paso, pero, desde su palabra fundadora hasta la idea de que el cuerpo es el escenario simbólico donde se dramatiza el trabajo del alma, han pasado muchas cosas. Es indudable que, por esta vía surgió un trabajo sobre el cuerpo, que desarrolla una visión sobre el cuerpo que trasciende lo biológico. Se trata de ver el cuerpo como algo vivo, con lenguaje e historia.
Esta es la enseñanza que retoma Alexander Lowen. A lo largo de los años vemos que hay muchas personas que trabajan sobre el cuerpo buscando vivencias, pero son pocos los que abordan la lectura del mismo.
El cuerpo tiene una geografía emocional y desde su arquitectura (forma) hasta su dinámica (función) esta topología está marcada por los afectos. Ellos son, desde la filogenia hasta la ontogenia, los que tallan el cuerpo.
Pero, ¿qué es una emoción? Hasta hoy en día se parte del viejo concepto de los griegos y se le compara con la alimentación. A través de la alimentación, la comida que se ingiere pasa por un proceso de transformación, mediante el cual, durante las operaciones digestivas, el cuerpo va extrayendo nutrientes. Sin embargo, siempre habrá alimentos que no se asimilen o que no se puedan tomar o que francamente intoxican y dañan. Esos alimentos, entonces, no nutren pero quedan allí, dejan un resto que ni se incorpora ni se suelta. Y así como una manzana puede nutrir al cuerpo, del mismo modo hay situaciones que nutren y que pasan igualmente por un proceso de transformación, psíquico en este caso, y se convierten en experiencias.
No obstante, igual que en lo digestivo hay sucesos que no se viven y, por ende, no se aprende de ellos. Entonces, esos sucesos, no se transforman en experiencias. Esos mismos sucesos, que no fueron transformados porque no se vivieron, y de los cuales el individuo no aprendió, se convierten en una prisión en la cual la persona queda atrapada y que la condena a la repetición. Así, lo que se repite es lo que no se vivió y si se quiere dejarlo atrás el camino consiste en vivir lo no vivido. La experiencia nos da saber. Los sucesos no transformados no nutren y lo que quedó por vivir es lo que se llama emoción. De allí que las emociones reclaman ser vividas y si un cuerpo presenta un síntoma es una señal que hay una emoción que no fue vivida. Los síntomas son monumentos que conmemoran afectos suprimidos e impedidos de expresarse.
Así, con saber qué síntoma una persona tiene y en dónde aparece en el cuerpo, es posible saber qué emoción no fue vivida. Y eso es así porque existe una relación entre emociones y partes del cuerpo. De este modo, al estudiar la geografía corporal desde esta perspectiva se puede deducir cuáles emociones están retenidas, no vividas.
Los afectos no expresados retornan como afección, pero no retornan en cualquier lugar sino que la geografía corporal impone ciertas condiciones de expresión a los afectos. Cada tipo de emoción se liga a órganos, vísceras, partes del cuerpo determinadas. Un ejemplo: al nacer nos separan de la placenta y esto representa nuestra primera pérdida. El corte del cordón umbilical obliga a respirar pulmonarmente. El bebé descubre los pulmones a partir de una pérdida y esto explica la razón de que los pulmones se vinculan con la tristeza.
Nuestro sistema corporal, con su forma, se constituye a través de lo que se aprende en los vínculos de la vida. Así la respiración enseña el vínculo del tomar y dar. También, las constelaciones familiares se ven representadas en los diferentes órganos, glándulas y vísceras. De modo que, sabiendo dónde está el problema y su naturaleza, no sólo se sabrá las emociones que ese síntoma expresa sino, además, con quién se tiene un conflicto. Es decir, resolviendo el conflicto con la persona que el órgano enfermo representa, el paciente mejora. O viceversa, trabajar sobre el órgano y esto a su vez se ve reflejado en su vínculo con la persona. Este tipo de relaciones cuerpo y familia es individual, pero el principio de lectura es universal.
Todo lo que a la persona le ha ocurrido en su vida se va grabando en su cuerpo. Así que el cuerpo también es memoria. Y como memoria tiene una forma curiosa de recordar las situaciones conflictivas o traumáticas: los síntomas.
El cuerpo no olvida, aunque la mente lo haga y la conciencia lo calle. Posturas, formas, síntomas del cuerpo, hacen visible lo silenciado y no recordado para quien lo sepa leer. De esta manera, el cuerpo va narrando la historia de la persona, del mismo modo que la enfermedad, que también es narración. Y si se une la narración del paciente con la lectura del cuerpo, el resultado que se logra es una visión holística de su padecer y desnuda los puntos ciegos que el Yo del paciente ignora y que, por lo tanto no puede narrar. Y la mayoría de las cosas que suceden, acontece en el cuerpo a espaldas de la conciencia.
Ahora bien, si además de estas lecturas disponemos de herramientas, como las esencias florales, que convocan emociones sofocadas ancladas en el cuerpo, hechas síntomas, nos encontramos no sólo con un dispositivo diagnóstico sino, además, con un fuerte complemento terapéutico para nuestro trabajo clínico. ¿Qué más se puede pedir?