Patricia Abarca. Matrona, doctora en Bellas Artes y máster en Terapias Expresivas
En uno de mis artículos referente a la escritura creativa, hablaba -citando a Gianni Rodari- de como las palabras provocan una reacción en cadena conectando en la mente sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, afectando tanto a la experiencia y a la memoria como a la fantasía y al inconsciente. A partir del lenguaje nuestras neuronas trabajan relacionando y enlazando sensaciones e imágenes, pero no desde la lógica lineal del lenguaje consciente sino con una estrategia propia, que nace de la memoria autobiográfica más profunda del inconsciente, siendo esta dinámica la que abre el camino a lo creativo y a lo terapéutico.
A diferencia de la escritura creativa, que busca potenciar la generación de nuevas asociaciones con el fin de desarrollar las habilidades narrativas, la escritura terapéutica tiene como finalidad transformarse en un medio de sanación para el que escribe, aquí lo importante no es la escritura en sí misma sino el proceso mental y experiencial que vive la persona a través de ella. Sin embargo, ambos caminos no son divergentes, pudiendo darse que una persona, simultáneamente, trabaje de forma terapéutica las técnicas creativas; la clave está en dejarse llevar sin autocensurar lo que pueda ir emergiendo en el texto.
Nuestra creatividad sería muy limitada si creáramos sólo a partir del pensamiento consciente y del mismo modo las técnicas de psicoterapia o de superación personal no tienen sentido si sólo abarcan la parte consciente de la mente. En el caso de la escritura, ésta nos conecta con el inconsciente aunque no nos damos cuenta de ello, ya que cuando una persona escribe lo que hace, es traducir sus representaciones mentales, sus emociones, recuerdos, sentimientos e impresiones en un discurso escrito, es un acto de reelaboración de todo ese bullir desorganizado que fluye en nuestro interior, concluyendo en un texto que puede ser coherente, o no, para sí misma, y de igual modo, no siempre comprensible para los demás.
Es evidente que terapia y creatividad van unidas ya que en ambos casos expresamos nuestro mundo interior, materializando y dando forma a una experiencia, o a un saber, que fluye -podríamos decir de forma abstracta- desde nuestra mente; del mismo modo, cuando traducimos una experiencia traumática al lenguaje escrito, lo que hacemos es reelaborar esa experiencia, ya que no solo sacamos fuera el dolor que guardamos dentro, también vamos configurando y reorganizando todo ese bullir incesante que secunda el recuerdo traumático. Como expone Silvia Kohan, “la escritura es un lugar en el que puedes aposentarte, explayarte y confesarte, un mapa de emociones, de caminos a desandar y a descubrir. Es también un barco que te lleva: tú decides el rumbo. Escoge tu lugar, aclara un dilema, encuentra respuestas, transforma el miedo, diseña tus metas”. Y aunque nos parezca extraño, es el inconsciente el que en gran medida guía el rumbo del barco hacia el destino sanador.
Como sabemos, la apreciación de nosotros mismos, la creación de una identidad y la comprensión del entorno y la cultura en la que nos movemos son valoraciones que obtenemos mediante un conocimiento activo en el que exploramos, expresamos y reelaboramos aquello que va formando parte de la vida y de nuestro interior. Esto va unido al sentido de bienestar, puesto que sentimos que tenemos una identidad porque somos partícipes de lo que nos sucede, decidiendo e interviniendo, sintiéndonos dinámicos y por lo tanto aumentando la valoración de nosotros mismos; ya que como decía Aristóteles, la felicidad -o el sentimiento de bienestar- se da cuando hacemos un uso más completo de los recursos físicos y mentales que poseemos, y por lo tanto la felicidad es más un proceso que un resultado.
La escritura terapéutica nos ayuda a clarificar y a fortalecer esta dinámica recreadora de aquello que estamos viviendo, ya que conlleva libertad, memoria, metáfora, síntesis, sueños, esperanza, estructura, juego, pero sobre todo nos lleva a una conexión más profunda con aquello que queremos sanar y, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de la sanación que buscamos. Por otra parte, el hecho de escribir más lento de lo que pensamos obliga a detener el tiempo de la mente al ritmo temporal de la escritura, y también la mente se ve obligada centrarse en organizar un discurso con aquella información que queremos traspasar al papel.
Al parecer lo terapéutico de la técnica narrativa está relacionado con esto, ya que el trauma o el problema suele experimentarse como “algo” que inquieta la mente provocando congoja o dolor, “algo” que nos cuesta esclarecer en todos sus aspectos, “algo” que se acompaña de un bullir de imágenes, sentimientos y recuerdos, muchas veces inconexos, y que nos descentran. Cuando escribimos, trasladamos todos estos componentes emocionales al papel, organizados en una narrativa, permitiéndonos observarlos desde una cierta distancia puesto que ya no están sólo en nuestra mente, lo que nos da una mejor comprensión del problema; tal como expone el psicólogo James Pennebaker, pionero en investigar de forma sistemática la actividad terapéutica de la escritura, “basta con relatar un hecho traumático para que su poder destructivo ceda. Escribir cambia la forma de pensar, exige detenernos sobre la experiencia y revaluar las circunstancias”.
Son variadas las técnicas a las que podemos recurrir dependiendo de la problemática que queramos resolver o sanar, entre las cuales encontramos el registro de pensamientos automáticos, el diario de autoexploración, la escritura sistemática en torno a un problema, la escritura libre, la elaboración de cartas, el desarrollo de cuentos sobre un trauma reescrito con diferentes desenlaces -tristes o felices-, la escritura automática, los versos metafóricos, etcétera, pudiendo trabajarse tanto de forma individual como grupal. Por ejemplo, puede ser muy beneficioso llevar un diario de vida donde podamos registrar aquello que más nos llama la atención de lo acontecido durante el día, teniendo cuidado de poner no sólo el hecho sino también los sentimientos que han aflorado.
Dedicando sólo 15 minutos diarios, si somos constantes y sinceros, registrando sin miedo todo aquello que nos surja, se puede llegar a un conocimiento más profundo y veraz de los pensamientos y actitudes que gobiernan la propia conducta. Os animo a realizar este ejercicio durante una semana, descubrirán cómo aflora la claridad y comienzan a desbloquearse algunas ataduras en vuestro interior.