Patricia Abarca. Matrona, doctora en Bellas Artes y máster en Terapias Expresivas
El autocuidado tiene que ver con aquellos cuidados que se proporciona la persona para tener una mejor calidad de vida, pero también tiene que ver con los cuidados brindados por la familia o el grupo en el que la persona se desenvuelve. Un autocuidado positivo conlleva una actitud o estado mental de valorarse y quererse a uno mismo; esto motiva a que la persona cuide de sí misma, manteniendo un alto grado de autoaceptación y con una tendencia a experimentar acciones beneficiosas que le ayudan a crecer y a autovalorarse. Este mecanismo de autocuidado y de regulación emocional no se desarrolla sólo, sino que es adquirido desde las primeras etapas de la infancia a través de los cuidados recibidos de nuestros padres, o de quienes nos hayan cuidado desde el momento del nacimiento hasta los primeros cinco años de vida.
El niño adapta su respuesta a la forma como sus cuidadores –generalmente el padre y la madre– atienden sus necesidades cotidianas, configurándose así el patrón que a partir de ahí utilizará al relacionarse con los demás. Si bien el factor genético influye, se ha comprobado cómo la negligencia de los padres, la falta de atención o el trauma vivido en la primera etapa de la vida puede condicionar tanto la forma como nos relacionamos con los demás, como el modo en que posteriormente las personas se valoren y cuiden de sí mismas.
Las necesidades humanas impulsan nuestras conductas ya que nos comportamos según las necesidades que nos surgen y de acuerdo a si estas necesidades han sido satisfechas o no; y en el caso de que así sea, nos afectará la actitud o la forma como han sido satisfechas. Las necesidades se encuentran presentes a lo largo de nuestra vida desde que nacemos, y van desde las necesidades fisiológicas más básicas a nivel físico y psicológico –como son la respiración, la alimentación, la protección, el descanso, el cariño, etcétera– hasta la satisfacción de las necesidades y deseos más elevados como, por ejemplo, la realización personal o las necesidades espirituales. Para mantener estas necesidades en equilibrio y poder desarrollarnos de forma sana y armónica surge el sentido del autocuidado.
Cuando la madre y el padre son capaces de sintonizar de forma adecuada con las necesidades de su hijo recién nacido, ofreciéndole una respuesta equilibrada y coherente –además de cariñosa–, ayudarán a que el bebé vaya dando forma y madurando sus reacciones emocionales de manera también equilibrada. Se sabe que para el desarrollo psicoemocional del niño es tan dañina la sobreprotección como la carencia de cuidados o el maltrato.
Desde que nacemos y a lo largo de la vida todos experimentamos momentos de malestar cuando nuestras necesidades no son cubiertas de manera inmediata; cuando somos niños este malestar es “normal” y cumple una función adaptativa, ya que por medio de él aprendemos a tolerar la frustración y a demorar la gratificación. Lo importante es que el cuidador, el padre o la madre, satisfaga la demanda del niño y le ayude a restablecer su equilibrio de manera adecuada, evitando incrementar innecesariamente el malestar del niño –como ocurre con los padres ausentes, indiferentes o violentos–, o por el contrario sobreprotegiéndolo excesivamente, hasta el punto de anular su propio self, o dicho de otro modo, su sentido de sí mismo, como individuo único y al mismo tiempo con derechos y deberes, como son el derecho a equivocarse, ser respetado y valorado por lo que es, así como el deber de responsabilizarse de las consecuencias de sus actos.
Aquellos niños maltratados, física o psicológicamente, que no han aprendido a cuidarse ni a valorarse, seguramente han asimilado que el “necesitar” es “malo” y “egoísta” y que además “no tienen derecho” a que sus necesidades sean satisfechas; algunos han aprendido incluso a “castigarse” en lugar de cuidarse. Lo más probable es que estos niños continúen de adultos mirándose a sí mismos a través de los ojos de ese modelo negligente y abusivo, condicionando su comportamiento, las amistades, la elección de pareja y su relación con los demás. Un niño que es reprimido o castigado injustamente por el padre cuando se enfada, seguramente aprenderá a contener y esconder su rabia; puede incluso que aprenda a no sentirla porque mostrar rabia puede ser peligroso; probablemente de adulto le costará expresar la rabia o bien lo hará de forma impulsiva o incontrolada.
Debemos saber que una cosa es lo mal que uno se siente, y otra muy distinta es qué hacemos con ese malestar: ¿cómo trato o dirijo ese malestar interno?, ¿cómo expreso la ira o el dolor?, ¿me hablo a mí mismo de forma positiva?, ¿de qué manera me hablo?, ¿busco ayuda cuando me siento mal?, ¿me dejo ayudar?, ¿pido lo que necesito?
Si nadie se daba cuenta –o no les importaba a los demás– cómo nos sentíamos cuando niños, lo más probable es que nuestro mecanismo de defensa nos haya enseñado a desconectar de nuestras emociones para no sufrir, reproduciendo el mismo patrón a lo largo de nuestra vida, convirtiéndonos en adultos inexpresivos, o bien no sabiendo de qué manera controlar la expresión de las emociones.
Es necesario tener claro que podemos aprender estrategias que potencien de forma positiva el diálogo interior con nosotros mismos, y al mismo tiempo, comprender que si necesitamos ayuda, es totalmente lícito pedirla. Descubrir que la felicidad no depende de la aprobación externa, pero que si somos aplaudidos y valorados por algo es también satisfactorio, enriquecedor y, además, nos lo merecemos.
A través de la arteterapia podemos llegar a identificar esas experiencias dañinas que han formado parte de nuestra historia de vida y, mediante las distintas técnicas con las que se trabaja en este tipo de terapia podemos llegar a procesar los recuerdos pasados que alimentan, mantienen y condicionan la conducta actual. Si es necesario, también comprender cómo hemos creado estos patrones insanos, para luego transformarlos y aprender a mirarnos con una visión más realista; del mismo modo, explorar nuestras fortalezas y los recursos que poseemos para reforzar el autoconcepto y la autovaloración, descubrir nuestra naturaleza y valorarla. Es un trabajo de reeducación de nosotros mismos que a veces nos puede llevar tiempo, pero que sin duda nos liberará, nos hará personas más sanas, más felices y con una visión diferente de la vida.