Patricia Abarca. Matrona, doctora en Bellas Artes y máster en terapias exprevias
Ser padre o madre es algo bien valorado social y culturalmente, otorga un estatus diferente a las personas y por eso el embarazo es un acontecimiento de igual modo bien valorado. Sin duda que tener hijos es parte del proyecto de vida de toda persona, dando por hecho que esto ocurrirá de forma natural en alguna etapa de su vida; por esta razón, cuando una mujer y su pareja descubren que son incapaces de procrear sienten que tanto su identidad como su proyecto vital entran en crisis, afectándoles en todas las áreas de sus vidas y tanto en lo individual como en pareja.
Por otra parte, si una persona decide no procrear de manera voluntaria, dicha decisión no es percibida como un problema, sino por el contrario tiende a ser algo aceptado e incluso también bien valorado: optar por no tener hijos, porque se prefiere centrar la energía en otras áreas o simplemente porque no se siente la vocación de tener hijos como algo prioritario, no es percibido como una tragedia ni por el entorno familiar ni tampoco por la sociedad.
Algunos estudios demuestran que las personas infértiles sin descendencia tienden a presentar niveles de ansiedad mucho más altos que las personas fértiles sin hijos. Es decir, al igual que en otros aspectos de la vida, la causa del shock y de la ansiedad proviene del hecho de desear algo y de no poder tenerlo; por supuesto que si eso que deseamos lo esperamos como algo natural, viéndolo necesario para nuestro desarrollo personal y para nuestro proyecto de vida, y siendo también esperado por la familia y por quienes nos rodean, el impacto al saber que no podemos tenerlo es muy fuerte, ya que al deseo personal se suma la presión familiar y además la social, y es lo que ocurre con el deseo de tener hijos.
Existe consenso en que el proceso de infertilidad afecta a hombres y mujeres de forma diferente. Se sabe que a una mujer le es más difícil aceptar que una pareja sin hijos pueda constituir una familia, además siente con más fuerza que el hombre el deseo de concebir y de vivir un embarazo, por esto sufre más ansiedad y depresión que su pareja. Está claro que si el deseo más importante de una mujer es ser madre, el saberse incapaz de tener un hijo la conducirá a un sentimiento de desorientación respecto a su proyecto de vida y de su identidad como mujer, tanto en el sentido individual como con su pareja.
Por lo tanto, la infertilidad es algo que afecta más en términos psicoemocionales y sociales que de salud física, pero no debemos olvidar que el organismo actúa holísticamente como un todo, conjugando mente, cuerpo y espíritu, y siendo capaz de regular cualquier afección transitoria; sin embargo, cuando algo se hace crónico en alguna de estas dimensiones y permanece en el tiempo sin ser resuelto, lo más probable es que termine afectando a las otras dos. De esta forma por ejemplo, si una mujer no acepta y no elabora el daño emocional que le ocasiona el saberse infértil, aún cuando pueda concebir mediante la reproducción asistida, si este hijo es producto de la donación de gametos y no de sus propios óvulos -lo que seguramente preferirá ocultar-, lo más probable es que ese dolor y la ansiedad vivida durante el proceso, sumada al ocultamiento, se conviertan en un peso psicoemocional que la acompañará toda su vida, y consecuentemente en el futuro se alterarán otros aspectos de su salud vital.
Los sentimientos que generalmente acompañan a las parejas infértiles son la ansiedad, la culpa y la baja autoestima, viéndose afectada la comunicación y la sexualidad. Estas parejas reprimen lo que sienten por no hacer más daño al otro, o bien se culpabilizan mutuamente, como en aquellos casos en que la infertilidad puede haber sido causada por algún hecho previo vivido en común. El estrés y la ansiedad tienden a provocar una disminución en la calidad y la frecuencia de las relaciones sexuales, pero también porque las relaciones programadas en días concretos del ciclo, debido a las exigencias del tratamiento como es el caso de las parejas que optan por la reproducción asistida, conllevan la pérdida de espontaneidad, adquiriendo un sentido meramente reproductor.
El trabajo con técnicas expresivas es algo de gran ayuda, tanto para la mujer como para su pareja, ya que al poder comunicar de manera indirecta, mediante un lenguaje plástico o corporal, sin necesidad de usar el discurso verbal, les permite expresar pensamientos y sentimientos reprimidos, liberar la ansiedad y superar el sentimiento de culpa, además de reforzar la autoestima. También en estos talleres se exploran y fortalecen los aspectos vinculados a la comunicación y a la sexualidad de la pareja, ayudándoles a recuperar el sentido del placer y la comunicación afectiva. Generalmente se trabaja cada caso de manera individual, alternando sesión por medio con la pareja y en algunos casos cuando el hombre no puede o no quiere asistir, se trabaja sólo con la mujer.
Las parejas infértiles constituyen un grupo que, pese a su incidencia, aún cuenta con muy poco apoyo en términos psicoemocionales, ya que su problemática tiende a evaluarse desde una perspectiva meramente clínica y ginecológica, pasando por alto el dolor y el daño emocional con el que tienen que convivir. El apoyo arteterapéutico les permite reforzarse en términos psíquicos y emocionales, sin sentirse invadidos en su intimidad, logrando dar un sentido personal a lo que están viviendo, ademas de reconocer y aceptar sus fortalezas y sus límites.
Si las parejas han optado por la reproducción asistida, se intenta también entregarles herramientas para que lo vivan como un proceso humano, amoroso y sensitivo, y no sólo desde una perspectiva meramente clínica centrada en el desarrollo de los óvulos y en la fecundación de los gametos. Si por el contrario han desistido de la reproducción asistida, es necesario ayudarlas a construir una nueva identidad como parejas sin hijos, o que vean otras alternativas como la adopción; lo importante es que descubran que la vida no acaba ahí y que se puede construir una vida plena y feliz sin hijos, ya que se ha demostrado que las parejas sin hijos pueden ser tan o más felices que las que los tienen.