Patricia Abarca Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Al comunicarnos necesitamos tener claro lo que queremos decir, pero también es importante como lo decimos y –continuando con la temática del artículo anterior– además precisamos escuchar con empatía y expresar con honestidad, atentos tanto a nuestro sentir y propias necesidades como a las del otro. Muchas veces por no saber expresar lo que queremos e ignorar nuestras necesidades, o simplemente porque no hemos aprendido a hacerlo de otra forma, terminamos comunicándonos a través de la critica, la exigencia, la ironía o la descalificación, dañando las relaciones con los otros, el propio desarrollo personal y finalmente nuestra salud mental.
Si creemos que nuestro organismo funciona como un todo, podemos llegar a comprender cómo la forma de comunicarnos con nosotros mismos y con los demás puede influir en nuestra salud emocional e incluso en el rumbo de nuestra vida. Es primordial revisar primero nuestro propio dialogo interior, el conocimiento, la confianza y la autovaloración que percibimos en los mensajes que nos damos a nosotros mismos: ¿somos capaces de definir lo que sentimos?, ¿somos conscientes de nuestras emociones?, ¿tenemos claras nuestras necesidades?, ¿sabemos plantear lo que queremos? Al ejercitar un dialogo interior consciente y positivo con uno mismo, ayudamos a clarificar nuestra conciencia, potenciando la autovaloración y el desarrollo personal, facilitando así la comunicación y la fluidez con los demás.
Cada palabra o gesto, como expone el biólogo chileno Humberto Maturana, no se vincula sólo con lo exterior a nosotros, sino con nuestra experiencia interior y nuestro hacer, en coordinación con la experiencia y el hacer de los otros. Son precisamente esas experiencias y ese hacer –basados en nuestro mundo emocional– lo que especifica y da a las palabras su significado particular. Por eso todo sistema racional tiene una base emocional y esto explica por qué no se puede convencer a nadie con un argumento puramente lógico.
Según Maturana, el lenguaje es un fenómeno que pertenece a la historia evolutiva de los seres humanos, la que se da en una doble y simultánea dimensión de la experiencia: la primera es la experiencia inmediata de las emociones, presente en todos los animales y que nos contacta con el hecho de estar vivos; la segunda –desarrollada sólo en los humanos– es la explicación mediante el lenguaje de eso que sentimos. Por otra parte, respecto al amor nos dice que éste se fundamenta en conductas que dan legitimidad al otro; en otras palabras, la legitimidad del otro se traduce en conductas que respetan y aceptan su existencia como es, conductas que surgen en la convivencia y que son primordiales en la intimidad. Por eso las personas enferman cuando, de una u otra forma y de manera recurrente, se les niega el amor en sus vidas.
El estrés y el estado anímico también influyen en nuestras relaciones con los demás; si nos sentimos irritados, molestos y de mal humor, tenemos menos probabilidades de establecer conexiones gratas y provechosas. Si simplemente reprimimos emociones como la ira o la ansiedad, lo más probable es que nos desbordemos en el momento menos esperado y con la persona menos adecuada, por eso necesitamos ejercitar formas de relajar el estrés y apaciguar la ansiedad, descansando adecuadamente, alimentándonos de manera sana y practicando técnicas de respiración, lo que además nos ayudará a tomar conciencia de nosotros mismos.
También convendría tener en cuenta los distintos sistemas de memoria, representación y expresión (visual, auditivo o sinestésico) que poseemos los humanos y que diferencian la forma de percibir las experiencias, y de sentir lo vivido; por eso, a veces, cuando expresamos algo, sentimos que la otra persona no entiende o no responde exactamente a lo que estamos diciendo; el visual, por ejemplo, utiliza términos tales como observar, imaginar, ver; el auditivo habla de percibir, sentir, escuchar, etcétera, y el sinestésico combina ambas formas de representación.
Para comunicarnos mejor y favorecer el diálogo necesitamos hablar desde el corazón y evitar caer –por mucha razón que tengamos– en la tentación de recriminar, sermonear, reprobar, enjuiciar, manipular o usar términos como "¡te lo dije!", "yo ya lo sabía... " o "¡no me quisiste hacer caso, ¿ves?!". Estas verbalizaciones se traducen en una falta de respeto y de legitimidad hacia el otro, provocando el rechazo y la actitud defensiva. Al sentirnos enjuiciados se disparan nuestros mecanismos de defensa y de enfado, y aun dándonos cuenta de que quien nos recrimina tiene la razón, mediante un convencimiento puramente racional en el que además se nos está desvalorizando sin tener en cuenta lo que sentimos y lo que necesitamos, se nos refuerza la postura de que estamos siendo recriminados injustamente.
Del mismo modo debemos evitar el tópico de tener las "mejores intenciones" para hacer entrar al otro en razón, por el bien del otro, con la convicción de que al final comprenderá lo que es "correcto". Sostener obstinadamente las propias razones sólo consigue perjudicar las relaciones con nuestro entorno y, por otra parte, ¿existe acaso una sola verdad o hay tantas verdades como circunstancias y perspectivas puedan haber?
El modo más eficaz para evitar ser violento consiste en preguntarle al otro qué es lo que piensa respecto a lo que queremos tratar, observando y explicando la situación de una forma neutral, como una mera descripción de lo que sucede. Comprender cómo entendemos la información y cómo la procesamos, saber escuchar, atender al lenguaje no verbal, descubrir el sentir y las necesidades del otro, sin dejar de lado las nuestras, son claves no sólo para comunicarnos mejor sino también para sentirnos mejores personas. A nivel emocional la comunicación fluye sin obstáculos y sin mezquindades, ya que el sentir emocional se da en todos los humanos por igual, sin distinción de cultura, de intelecto o de clase; en cambio, lo puramente lógico tiende más a separar que a unir, ya que el razonamiento lógico surge según las creencias, los valores aprendidos, las circunstancias e intereses personales de cada uno.
Resumiendo, cuando sintamos que estamos al borde del límite al intentar comunicarnos con otra persona, lo que nunca fallará es dirigirnos más al sentimiento que a la razón, conectemos primero con nuestra alma e intentemos que las palabras vayan al alma del otro desde el corazón, respetando y teniendo siempre presente los sentimientos y necesidades, tanto del otro como los nuestros.