Patricia Abarca. Matrona. Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
El trauma se puede definir como una experiencia de amenaza psicológica y vital producida por la exposición a un acontecimiento estresante, que sobrepasa la capacidad y los mecanismos que tiene la persona para afrontarlo. Los acontecimientos traumáticos no necesariamente tienen que ser sucesos inesperados y desastrosos, también pueden experimentarse como traumas aquellos sutiles daños emocionales que se vivencian de forma repetitiva y que parecieran pasar desapercibidos por los demás. Suele ocurrir que, como respuesta a esa incapacidad de integrar la experiencia traumática, se produce una alteración de la función organizadora de la conciencia, de la identidad, la memoria y la percepción del entorno, lo que lleva en el peor de los casos a un distanciamiento de la realidad, acompañada a veces con episodios de delirios. Alteraciones psíquicas que pueden ser repentinas, graduales, transitorias o crónicas, y que se denominan como trastornos disociativos. También suele manifestarse una tendencia a somatizar, es decir, aquello que la mente es incapaz de procesar, lo descarga corporalmente en forma de síntomas físicos.
Pero sin duda lo más importante a tener en cuenta es que los problemas psíquicos que afloran después de un proceso traumático tienen que ver con la dificultad para desarrollar de manera adecuada la dolorosa experiencia emocional involucrada en el mismo; y la forma como integremos dicha experiencia dependerá de cómo hayamos aprendido a procesar e integrar nuestro mundo emocional a partir de los primeros días de vida y en nuestra infancia.
Nuestro cuerpo y nuestra neurobiología llevan impresa toda nuestra historia vital, tanto desde el punto de vista biológico como emocional y psíquico, todo está codificado en ella, y según ese patrón –intrínsecamente ligado a la afectividad y a las emociones– que hemos creado e integrado en los primeros años de vida, es como responderemos a los traumas posteriores que nos depare el devenir. A lo largo de la vida aprendemos a regular los afectos (las emociones y los sentimientos), tanto de manera interna hacia nosotros mismos como de manera externa hacia los demás; necesitamos ejercitarnos en ser tolerantes, saber discernir y tener conciencia de lo que nos pasa, para luego procesarlo e integrarlo, expresar adecuadamente lo que sentimos y saber controlar los aspectos emocionales y fisiológicos, así como las conductas con las cuales expresamos la afectividad.
Como he dicho antes, los cimientos de este aprendizaje se desarrollan desde el nacimiento a través del vínculo afectivo más próximo que tenemos con aquellos que nos cuidan; mediante esos vínculos se van creando modelos de relaciones afectivas, que quedan impresos en nuestra memoria y que posteriormente influirán de manera inconsciente, no sólo en nuestros recuerdos sino también en las representaciones simbólicas y mentales con las que construimos nuestro sentido de realidad.
Una relación inadecuada en la que los padres no responden a las necesidades emocionales del niño puede contribuir a que éste tienda a ser, por ejemplo, emocionalmente inconsciente, negándose a sí mismo aquellos contenidos emocionales que le hacen daño, lo que influirá en su constructo de "sí mismo" como ser único, en su narrativa autobiográfica, en sus relaciones con los demás y en su capacidad para afrontar las situaciones estresantes de la vida.
El sentimiento de ser únicos va ligado a la construcción de una identidad narrativa, que incluye tanto la idea de cambio como de permanencia; por eso todos tenemos nuestra "historia de vida" que nos permite crear un "sentido de vida" no tanto para el exterior como para nosotros mismos; ese "sentido de vida" viene a actuar como un eje que nos permite centrar, organizar e integrar todo lo que sentimos, pensamos y somos. Se origina así la noción de identidad como "Ser único" y al mismo tiempo la noción de "sí mismo" o Self. Esto es lo que facilita que la conciencia integre toda la complejidad que nos bombardea desde el exterior, es lo que crea el sentido de existencia y lo que da coherencia a nuestra vida. Y tanto la noción de unicidad como la autonarración vinculados al Self se comienzan a construir, a nivel emocional, desde los primeros días de vida. Cuando el trauma sobrepasa la capacidad adaptativa de la persona es porque en cierto modo se es incapaz de integrar dicha experiencia en la identidad autonarrativa de sí mismo, produciéndose una fragmentación de la conciencia y del sentido de unicidad.
El trauma genera una fuerte carga emocional que desestabiliza a la persona, además de la intromisión incontrolable de pensamientos, sentimientos e imágenes que afloran en la mente sin poder expresarlos a través del lenguaje, y es aquí donde el arteterapia juega un papel importantísimo como terapia de apoyo para ayudar a liberar mediante imágenes, colores, juegos, sonidos o movimientos corporales aquello que no se puede expresar verbalmente. La capacidad de la imagen de hacer visible lo invisible estimula el cambio al suscitar nuevas realidades mediante las posibilidades metafóricas de la misma, ayudando así a reconstruir la autonarrativa personal. De este modo la sesión de arteterapia ofrece un espacio de seguridad para elaborar el trauma, favoreciendo el recuerdo de una forma no invasiva, ya que la persona no se ve obligada a expresar lo que siente sólo en términos verbales, permitiendo la construcción de un nuevo relato y de una nueva mirada que posibilite la comprensión e integración de lo ocurrido, ayudando a procesar la experiencia al interior de la autonarración personal y posibilitando la reconstrucción del sentido de sí mismo y su unicidad.
La elaboración progresiva y repetida de la experiencia emocional realizada de manera simbólica a través del trabajo manual y corporal permite conectar con zonas reprimidas del inconsciente, de manera que la persona pueda hacerse consciente de ellas y expresarlas libremente; facilitándole de este modo la capacidad de experimentarse a sí misma en términos psicológicos, tomando conciencia de los aspectos físicos y emocionales involucrados en la experiencia, ayudando a procesar el significado del evento traumático y favoreciendo la recuperación del equilibrio emocional.
Mediante la creación plástica, la escritura, el trabajo con el cuerpo y el juego simbólico acompañado de una adecuada reflexión, la persona puede reconstruir su identidad y sus relaciones con el entorno, recuperando un sentimiento del Self estable y coherente, pero sobre todo aceptado y valioso para sí misma.
¡Os deseo a todos un buen inicio de temporada!