Christian Gilaberte Sánchez
Cuando hablamos de fitoterapia suele venirnos a la mente el concepto "plantas que curan" y, acertadamente, así es. Pues podríamos resumir la fitoterapia como el arte y la ciencia de sanar mediante el uso de plantas y productos de origen vegetal. En resumidas cuentas, de eso se trata, y ese ha sido el aspecto principal en el que la fitoterapia se ha apoyado desde sus inicios hasta el día de hoy.
No obstante, desde un prisma más humanista y quizás más romántico, podríamos entender la fitoterapia como la íntima simbiosis que los seres humanos hemos alcanzado con el reino vegetal desde que tenemos conciencia como especie. Quizás de forma accidental o quizás intencionadamente, aquel ser primigenio que un día fuimos se percató de que las plantas tenían el poder de modificar el estado de salud tanto a nivel físico como mental y emocional. En ese preciso instante se inició una maravillosa historia de amor que dura hasta hoy, época en que la fitoterapia es un arte sumamente depurado a la par que misterioso.
Pocos seres vivos son tan agradecidos como las plantas. Aprovechamos todos sus componentes y partes, ya sea consumiéndolas crudas o bien realizando algún tipo de preparado. Comer una ciruela nos ayudará a mejorar un estreñimiento, el aceite de flores de hipérico será un bálsamo para las contusiones y la raíz de la bella achicoria nos deleitará el paladar con su peculiar café. Los vegetales han estado presentes en nuestra historia como especie desde el primer día, y algunas personas han logrado aprender su singular idioma para poder así recibir los regalos que custodian. Druidas, montaraces, brujas, alquimistas, hechiceros, chamanes y curanderos son algunas de las figuras que han llegado hasta nuestros días, bien como leyendas o bien como personajes históricos, poniendo de manifiesto la íntima vinculación existente entre nosotros y nuestras verdes compañeras.
Heredera de la alquimia, y aun antes de las tradiciones más pretéritas conocidas, la fitoterapia es hoy una ciencia rigurosa y con unos cimientos sólidos, imprescindibles para lograr y garantizar la preparación de productos de calidad y su correcta aplicación. Cataplasmas, infusiones, decocciones, aceites y alcoholaturas, por nombrar algunos productos que podemos obtener, deben seguir un procedimiento preciso de elaboración para poder tener como resultado un preparado que nos brinde las virtudes que deseamos. No olvidemos que los vegetales atesoran en su interior un inmenso crisol de posibilidades terapéuticas, encontrando en ellos desde la más elevada de las virtudes hasta el más ponzoñoso de los venenos. Séneca y Sócrates encontraron la muerte a través de la cicuta, los pobladores íberos usaron el tejo para darse muerte antes que caer prisioneros de Roma y el icónico Christopher McCandless, protagonista del film "Into the wild", murió en parte intoxicado por unas legumbres. Vemos pues que la vida y la muerte van de la mano de algunas de nuestras enraizadas amigas.
No obstante, como toda planta, la fitoterapia continúa viva y en plena evolución, y cada vez son más los estudios e investigaciones que señalan que el reino vegetal tiene mucho más para nosotros de lo que hasta ahora se pensaba. Así, por ejemplo, la yemoterapia o terapia de los brotes, método terapéutico planteado y desarrollado por el médico belga Pol Henry, sugiere que las yemas o brotes de los vegetales contienen en sí mismos toda la información potencial de la planta adulta, no limitándose sólo a una de sus partes como hasta ahora se aborda desde la fitoterapia clásica. Al emplearse tejidos embrionarios vegetales, los cuales poseen la capacidad de dividirse indefinidamente formando cualquier tipo de célula distinta, obtenemos de ellos preparados mucho más ricos en ácidos nucleicos, oligoelementos, minerales, vitaminas y enzimas, entre otros componentes, que usando otro elemento ya desarrollado del vegetal. Este enfoque de la fitoterapia es apasionante y demuestra que todavía nos queda mucho camino por recorrer.
Pero todavía hay más. Si creemos que para sanar a través de las plantas tenemos que recolectarlas y consumirlas de algún modo, entonces nos encontramos en la antesala de la sorpresa, pues nada más lejos de la realidad. Desde tierras niponas y de la mano del pionero doctor Qing Li nos llega la medicina forestal, cuya aplicación más conocida son los llamados baños de bosque. Un baño de bosque consiste en pasear sosegadamente por un bosque maduro, respirando y contemplando el entorno. Pues bien, esta práctica que parece no tener mayor repercusión que la del simple esparcimiento, desencadena potentes reacciones en nuestro organismo que dan como resultado una mejora de nuestro estado de salud general. Al pasar unas horas en un bosque nuestras células NK (Natural Killer), una clase de linfocitos cuya misión es la eliminación de células tumorales y células infectadas por virus, incrementan su número significativamente, la presión arterial desciende y se regula, los niveles de cortisol se regulan, se estimula la producción de serotonina y la concentración, atención y capacidad creativa mejoran considerablemente. Además de esto, la presencia de una planta o de un paisaje cuando nos encontramos convalecientes mejorará y acelerará notablemente nuestra recuperación. Y por si esto fuese poco, frecuentar espacios naturales eleva nuestra autoestima y nos ayuda a gestionar mejor las emociones.
Así pues, vemos que la fitoterapia no sólo se limita a lo puramente químico, sino que abarca los más altos niveles contenidos en la naturaleza humana. Respirar en un bosque, ver caer las hojas en otoño y abrazar un árbol también es medicina. No en vano, Buda afirmó: "Si te sientas bajo un árbol el suficiente tiempo, serás iluminado".
Christian Gilaberte Sánchez es técnico superior en recursos naturales, e imparte el módulo práctico de fitoterapia en Valencia en el Instituto Valenciano de Terapias Naturales.