Emilio Carrillo
En muchos de los talleres y charlas que comparto hablo de Teosofía. Y son numerosas las personas que, al finalizar, me preguntan qué es la Teosofía y, complementariamente, qué es la Sociedad Teosófica. Para responder estas preguntas, el Grupo de Estudios Teosóficos "Fraternidad" de Sevilla acaba de editar el libro "Teosofía: Curso básico" (Ediciones Adaliz), que agrupa un par de obras de dos grandes teósofas –Annie Besant (1847-1933) y Emogene Simons (1880-1960)–, así como un "Estudio introductorio" que he escrito para la ocasión junto con mi esposa, Lola Rumi.
Con el telón de fondo de este texto, lo primero subrayar es que no debe confundirse la Sociedad Teosófica con la Teosofía. No en balde, la Teosofía es, a la vez, muy antigua y muy nueva: muy antigua, porque incorpora principios que siempre han conocido y enseñado los sabios de las sucesivas épocas y culturas del pasado; y muy nueva, porque incluye las últimas investigaciones de la era actual. De hecho, ha habido teósofos y escuelas teosóficas desde siempre y la Teosofía ha estado en la humanidad desde sus comienzos. Puede afirmarse con razón que cada gran instructor espiritual, pensador y filósofo es un teósofo. Aunque las enseñanzas se han ofrecido a través de las edades bajo diferentes denominaciones e idiomas, variando los aspectos externos o su forma de presentación, lo que transmiten es esencialmente lo mismo y constituye el núcleo interno de la religión, la filosofía y la ciencia.
En este punto y siguiendo a Emogene Simons, conviene reflexionar acerca de como el ser humano, en su devenir histórico, ha adquirido gran habilidad para manipular las leyes físicas, pero cuando se trata de vivir, la cosa es diferente. No aplicamos la misma inteligencia y realismo. ¿Por qué? Los problemas más tremendos de la vida no han sido explorados con la misma intensidad que ha caracterizado nuestras investigaciones del universo físico. Nuestros intelectos indagadores están repletos de toda clase de enseñanzas contradictorias sobre las cuales, hasta muy recientemente, se desalentaba más o menos toda discusión. Ante una circunstancia tan paradójica, la Teosofía aporta claves fundamentales para encontrar el significado de la vida.
En cuanto al origen de la palabra en sí, el término "theosophia" fue usado por primera vez en un escrito de Porfirio, filósofo alejandrino perteneciente a la escuela neoplatónica, datado en el siglo III. Se compone de las palabras griegas "theos" ("dios" o "divino") y "sophia" ("sabiduría"), por lo que puede traducirse como "sabiduría divina". El término floreció entre los neoplatónicos (como Ammonio Saccas) hasta el siglo VI y fue igualmente usado por ciertos gnósticos y cristianos. Posteriormente, diversos movimientos y personas centrados en lo espiritual adoptaron también para sí el calificativo de teósofos o teosofistas, verbigracia: Meister Eckhart, en el siglo XIV; un grupo de filósofos renacentistas como Paracelso, en el XVI; Robert Fludd, Tomas Vaughan y Jacob Boehme, en el XVII; y Emmanuel Swedenborg y Kart von Eckarthausen, en el XVIII. Finalmente, el movimiento teosófico reapareció en el tramo final del siglo XIX con la fundación de la Sociedad Teosófica.
Concretamente, la Sociedad Teosófica fue constituida en 1875 por H. P. Blavatsky, H. S. Olcott, W. Judge y otros. A lo largo de sus 142 años de historia, han pertenecido a ella destacadas personalidades en los ámbitos de la cultura, el arte, la ciencia, la educación, la reforma social y, por supuesto, la espiritualidad. Actualmente la Sociedad está implantada a escala mundial y tiene secciones y "ramas" en casi todos los países del mundo. En organización y administración, cada rama es autónoma, si bien es parte de la Sociedad madre, cuya sede internacional se ubica en Adyar (Chennai, India). La completa libertad de pensamiento es básica en la actitud de la Sociedad. Y dentro del vasto conjunto de ideas que ofrece, no se impone ningún dogma, credo o creencia específica. Eso sí, cuenta con tres objetivos constituyentes que todos sus miembros han de plasmar en su vida cotidiana:
1º Formar un núcleo de la fraternidad universal de la humanidad, sin distinción de raza, credo, sexo, casta o color.
2º Fomentar el estudio comparado de la religión, la filosofía y la ciencia, en el convencimiento de que persiguen lo mismo –responder a las preguntas trascendentes que siempre se han formulado los seres humanos–, que para vislumbrar la Verdad se necesitan las tres y que todas las tradiciones espirituales serias cuentan con un mismo tronco de sabiduría común.
3º Investigar las leyes no explicadas de la naturaleza y las facultades y capacidades latentes en el ser humano para propiciar el conocimiento de uno mismo y el desarrollo consciencial y espiritual, tanto personal como colectivo.
Sobre estas bases, la Sociedad Teosófica no persigue promover ningún credo ni ningún sistema de creencias, sino mostrar al mundo que la Teosofía existe y poner a la disposición de todos los grandes conceptos universales que componen su sistema metafísico. Por esto, porque no se trata de promover un nuevo culto, es responsabilidad de sus integrantes no limitar la Teosofía a un conjunto cerrado de conceptos y preservar un espacio de libertad para que cada miembro descubra la Teosofía por sí mismo, de modo que, viviendo de acuerdo con sus enseñanzas, pueda avanzar en su estado de consciencia y evolución espiritual, aportando su grano de arena al de la humanidad.
En palabras de H. P. Blavatsky: "La Teosofía es el océano sin orillas de la verdad, el amor y la sabiduría universales, que refleja su radiación sobre la tierra... La Sociedad Teosófica fue formada para mostrarle al género humano que ese océano existe". Claro que esto no quiere decir que este "océano sin orillas" sea posesión exclusiva de la Sociedad Teosófica; existe por doquier y en todo tiempo y ha estado disponible para las mentes que investigan sin miedo. Pero algunos de los conceptos que la hacen inteligible han sido formulados quizá más específicamente en la literatura teosófica que en cualquiera otra.